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Nando López: «La literatura nos ayuda a no rendirnos»

Nando López: «La literatura nos ayuda a no rendirnos»

Nando López reúne algunas de sus pasiones en Los elegidos, reciente novela que ha publicado con Destino (la cultura, la literatura, el teatro, la lucha LGTBI). En esta, su primera novela histórica, se da cuenta de los años de persecución que vivieron Asun y Santos, dos idealistas que lucharon por una causa social y política. Los elegidos narra pues una historia de lucha y reivindicación histórica, pero es una historia de amor en dos frentes: el amor y admiración que sienten los dos protagonistas, y el amor por los libros que los unirá frente a las adversidades y que ha hecho que la lectura de este título se convierta en una delicia.

Asun es una joven que canta coplas en un tablao para aportar un sueldo a la exigua economía familiar. Tras el fallecimiento de su padre en prisión, cualquier aporte es poco para que la joven y su madre sobrevivan. En una noche de comienzos de los 50, Asun conoce a Santos, quien la observa desde el público. Durante varios días, el joven librero disfruta de la actuación de Asun, se conocen, y en poco tiempo se casan dando comienzo a una historia de amor peculiar que se desarrolla desde la trinchera intelectual de la izquierda.

Nando López es un prolífico autor de novela y teatro. Filólogo de elección, profesor de secundaria, escritor de vocación y amante de los libros, en poco tiempo López se ha ganado el cariño de sus lectores pues, en todas sus obras, da fe de una problemática social sobre la que muchas veces no se ha hecho literatura. En La edad de la ira (una de sus obras más célebres llevada al teatro y, recientemente, a la televisión), finalista del Premio Nadal, reveló la compleja mente de un adolescente, así como las pulsiones que le llevan a cometer un terrible crimen, en ¡En casa me lo sabía! hace un homenaje, lleno de humor, a la profesión de maestro, en novelas como El río de las primeras veces, muestra la problemática adolescente en torno a la orientación sexual. Toda su narrativa es un ejercicio de riesgo, centrado en un fuerte compromiso con la sociedad.

Nando López desvela en Los elegidos algunos de los momentos más opacos del franquismo: las chispas que fueron sacudiendo las rebeliones, la oscuridad que se cernió sobre campos de concentración que, como Tefía, se construyeron para “corregir” la conducta homosexual. Si en estas pocas páginas el autor consigue iluminar un lóbrego periodo de nuestra historia en el que los homosexuales sufrieron opresión y persecución criminal, es algo que solo podrán determinar sus lectores.

Zenda se reúne con Nando en una céntrica cafetería de Madrid. Conversamos con él sobre literatura y homenajes, sobre las voces que le han conformado como escritor, sobre cómo algunos momentos especiales de su vida le condujeron a escribir este título

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—¿Qué es esta novela, Los elegidos?

"Tenía la necesidad de hacer un libro que uniese esas dos realidades: la lucha LGTB a lo largo de la historia y desde la cultura"

—Es una novela en la que quería hacer un homenaje a las personas que eligieron pelear en un momento donde esa lucha suponía un riesgo enorme. Es una novela en la que quería hablar de cómo la cultura puede ser un arma, a veces más poderosa de lo que creemos y cómo esa cultura se levanta contra la dictadura de unos señores muy concretos, que coincide además con un hecho, que a mí me afecta directamente, que es el momento en el que se convierte en criminales a los homosexuales, cómo de repente se nos incluye en la Ley de vagos y maleantes y cómo eso criminaliza nuestra realidad. Tenía la necesidad, por esas dos vertientes —en mi vertiente de escritor y en mi vertiente de miembro del colectivo—, de hacer un libro que uniese esas dos realidades: la lucha LGTB a lo largo de la historia y la lucha desde la cultura. Es un libro que, en cierto modo, es una declaración de amor a los libros y al poder de los libros, si no para cambiar la realidad para por lo menos salvarlos de ella. Esto es un poco lo que les pasa a los protagonistas: en los libros encuentran su refugio.

—Dentro de la novela, ¿quiénes o qué son los elegidos?

—Los elegidos tiene un doble sentido. Los elegidos es un título que le debo a Miguel Munárriz, querido amigo. Yo tenía la novela escrita, pero no terminaba de encontrar el título. Y él me pidió que le contara a él y a Palmira, mi agente y amiga, el argumento. Les hablé de cómo en la novela Asun y a Santos, el matrimonio protagonista, comparten cinco libros teatrales, que Santos llama “sus elegidos” porque son muy especiales para él. Son cinco libros reales que tengo físicamente en casa, cinco ediciones de los años 30 y 40. En esos cinco libros elegidos él encuentra el modo de acercarse a ella y ella encuentra el modo de acercarse a él. Por un lado, esos elegidos nacen de esos libros, pero a la vez es un juego de palabras porque Los elegidos habla de esas personas que, en la novela, representan a toda esa parte de la sociedad que desde la clandestinidad siguió luchando por la libertad durante el franquismo. Los elegidos es también una forma de hablar de quienes eligen la beligerancia, quienes eligen el inconformismo y quienes eligen no callarse a pesar de que eso pueda tener consecuencias tan duras como las que vemos que tiene a lo largo de la historia.

—Esta novela parece que se aleja un poco del sello “Nando López”. Cuando uno empieza a leerla, en un primer momento, no nota esa huella. ¿Qué ingredientes cree que tiene que la definen como una de sus novelas?

"La memoria histórica LGTBI está prácticamente por hacer, queda muchísimo por contar, hay muchísimo desconocimiento"

—(Risas) Creo que muchos en realidad. Es una novela que creo que es muy mía, y que sigue un camino que ya había avanzado en las anteriores. Lo que pasa es que es verdad que es la primera vez que, en narrativa, me he lanzado a la novela histórica. En el teatro ya lo había hecho había escrito obras ambientadas en el Siglo de Oro como Inventando a Lope o Desengaños amorosos), en novela me había quedado siempre en una narrativa más contemporánea. Ya había escrito un relato en Presente Imperfecto, una colección que había publicado hace dos años en Dos Bigotes, donde se habla de la lucha LGTB en el franquismo (tiene algo que ver con Los Elegidos). Y había experimentado con la narración en tercera persona en Hasta nunca Peter Pan (la última novela para público adulto que publiqué). Pero de repente, en Los elegidos necesitaba que esa tercera persona fuera realmente protagonista, como perspectiva, para poder contar esta historia desde la mirada de Asun y desde la mirada de Santos. Necesitaba ir hacia atrás en el tiempo. ¿Qué tiene de mí? Esa fe absoluta en la cultura como instrumento social, el protagonismo propio de la cultura —en todo mis libros los libros son muy protagonistas—; también es muy mío el hecho de abordar esa lucha social, esa lucha LGTBI, esa lucha feminista (también está en todos mis textos), solo que esta vez necesitaba contar cómo esta lucha de hoy procede de una lucha del ayer, porque tengo la sensación de que nos falta memoria histórica, en concreto la memoria histórica LGTBI está prácticamente por hacer, queda muchísimo por contar, hay muchísimo desconocimiento: en este libro se habla de la creación de los primeros campos de concentración, como el de Tefía, donde se encerraba a homosexuales junto a presos políticos y delincuentes comunes. Nos falta mucho por contar de todo este tiempo. Lo que necesitaba también era volver la mirada hacia atrás para hablar de ese ayer y recordar todo lo que le debemos para poder seguir defendiéndolo en el hoy. De alguna manera creo que es muy coherente con mi trayectoria. Es verdad que en todos mis libros intento hacer algo que sea diferente, que no sea repetitivo. En eso consiste escribir, en seguir inventando modos de contar y en experimentar nuevas formas. Creo que, a pesar de la novela que pueda suponer en ciertos aspectos, posiblemente Los elegidos sea el libro más personal que he escrito nunca y el que mejor me define como escritor y como persona. Han sido siete años trabajando en él. Son muchos años viviendo con esta historia.

—¿Cómo ha sido ese proceso para escribir la novela? ¿Cómo le llegó la idea?

"Este es un libro que no podía publicar ni escribir de cualquier manera"

—La idea llegó hablando con personas que vivieron, desde diferentes puntos de vista y diferentes ángulos, esa censura, esa opresión, esa exclusión, incluso esa criminalización durante el franquismo. Al hablar con estas personas me di cuenta de que necesitaba que sus voces figuraran en uno de mis libros. Necesitaba que sus voces tuvieran nombre propio, necesitaba hablar de esa realidad que a mí mismo me resultó sorprendente cuando me la contaron. Creo que conocemos lo esencial, pero no el detalle, no lo concreto. Hay muchos elementos de la historia que me sorprendieron: cómo las jornadas poéticas del 54 se convirtieron en foco de revolución o cómo de repente el estreno de Muerte de un ciclista, en Salamanca, se convierte también en otro momento beligerante del momento. Mi pasión por contar estas historias hizo que quisiera documentarme mucho más sobre ello, que hablara con muchas más personas. Recuerdo dos momentos muy especiales que me condujeron a escribir la novela y a crear un personaje como Asun: hablar con mi abuela, que es una persona de avanzada edad que vivió todo aquel tiempo y que suele contarme historias de aquella época; y el momento en que la tía de mi marido, ya fallecida, me dio una cartilla de racionamiento que tenía todavía guardada. Era la última que le dieron. Fueron dos momentos que me marcaron a nivel personal. Tuve la sensación de que había que hablar también de su lucha, de la lucha de las mujeres en esta época —en muchos casos silenciada y silenciosa—, esencial para conquistar unos derechos que disfrutamos. A partir de todas estas situaciones empecé a documentarme. La primera fase fue una exhaustiva documentación. Todos los hechos históricos de la novela se han contado con el mayor rigor posible. Fue complicado recopilar documentos, testimonios, material de la época… incluso los propios elegidos, los propios libros, tuve que buscarlos en determinados espacios hasta encontrarlos. A partir de ahí comencé el proceso de creación. Ha sido duro. Esta es una novela que he escrito varias veces. Ha sido esencial el apoyo de Palmira, porque aparte de ser mi agente, es mi cómplice más íntima en la escritura y me ayuda muchísimo a ver cómo contar una historia. Durante estos siete años he escrito y publicado más títulos, he estrenado más obras, incluso me ha dado tiempo a hacer una serie de televisión. Este es un libro que no podía publicar ni escribir de cualquier manera. Tenía muy claro que quería que tuviera una forma muy especial y tenía que salir con un sello especial, un sello muy literario como Destino. Para mí es muy especial que esta novela vea la luz con Destino y ojalá sea la primera de muchas.

—¿Se ha visto reflejado en alguno de los personajes?

—Sí. En bastantes. Hay un poquito de mí en cada uno de ellos, hay un poquito de mí en la pasión por la copla de Asun, adoro la copla; hay mucho de mí en Santos, que crea un grupo de teatro universitario, que trabaja en una biblioteca, que ama la poesía y que ama sus libros. Yo también amo mis libros, mi biblioteca es mi bien más preciado y también empecé a hacer teatro gracias al teatro universitario y al final se ha convertido en uno de mis oficios, la dramaturgia. Y hay algo de mí en los jóvenes de la novela, Alonso y Miguel, dos medio hermanos que aterrizan en las vidas de Asun y de Santos en un determinado momento. Son dos personajes en los que he reflejado parte de mi juventud, he reflejado mis miedos e inseguridades de entonces. Alonso sueña con ser director de cine y yo soñaba con ser escritor.

—Lorca, Calderón, Alberti… Son personajes secundarios de su novela. ¿Qué papel juegan en Los elegidos?

"Miguel Hernández tiene la culpa de que yo ame la poesía"

—Esencial. Son realmente el corazón de la historia. Gracias a sus voces es como, no solo estalla esa rebelión de la ficción, sino que además son el motor emocional de los personajes. Calderón, por ejemplo, se va a convertir en el punto de unión de lo que Santos llama su “tribu calderoniana”, un grupo de jóvenes que están montando una obra de teatro en la universidad, algo aparentemente inofensivo, pero que en realidad es una tapadera a sus actividades de espionaje y apoyo al entonces clandestino Partido Comunista. De alguna manera la literatura, a través de estos personajes, es motor tanto de los hechos que realmente ocurrieron como de los hechos de la propia novela. Y también es una manera de relatar cómo esas voces (Lorca, Calderón, Alberti, Miguel Hernández…) son voces que también han sido detonantes, en mi propia vida, de por qué me dedico a lo que me dedico. Hernández tiene la culpa de que yo ame la poesía: fue uno de los primeros poetas, junto con Gloria Fuertes, que me encontré en la infancia; igual que Lorca tiene la culpa de que yo me dedique al teatro o Calderón de que, de vez en cuando haga versiones de teatro clásico. Me he permitido, en este libro, homenajear a esas voces que han marcado mi trayectoria.

—¿Cómo son Santos y Asun?

—Son dos personajes tan diferentes como complementarios. Me apetecía mucho hablar de cómo el amor es posible desde muchos lugares y cómo creemos (en esta visión ombliguista de nuestra realidad) que lo hemos inventado todo y realmente no hemos inventado casi nada. Ha habido muchas maneras de relacionarse y de ser a lo largo del tiempo. Solo que muchas veces en la oscuridad y sin el léxico que hoy tenemos. Ellos realmente se aman de una manera libre, abierta… casi podríamos decir que tienen una relación poliamorosa. Además, son dos personas con dos orientaciones distintas. Santos es un personaje homosexual, Asun es heterosexual y, sin embargo, encuentran un lugar desde el que quererse, respetarse. Son sobre todo compañeros de lucha. Asun es una mujer decidida, valiente, arrojada, que lleva mucho tiempo defendiéndose y ganándose la vida como puede, cantando en un tablao desde los 16.  Ha aprendido lo dura que es la realidad desde que su padre murió en la cárcel, desde que sabe que de nada sirve pedir disculpas ni arrodillarse ante los verdugos. Eso la hace una mujer orgullosa, con coraje, pero también muy práctica, con un sentido de la realidad que Santos necesita. Y Santos es también muy luchador, pero tiene un punto soñador, onírico, más quijotesco, que necesita del punto realista de Asun. En el fondo sí que tienen los dos —y me estoy dando cuenta conforme lo hablamos— un punto muy cervantino. Cervantes aparece aquí en dos personajes que tienen algo de Quijote y Sancho. Santos es el que ve los gigantes, Asun le recuerda que tenga cuidado porque a lo mejor son molinos.

—Dice en una de sus novelas que las historias no se pueden contar como si tuvieran un principio y un final. ¿Cómo arma Nando López sus historias antes de convertirlas en novelas?

—En este caso fue complicado el armazón. Cada novela que he escrito tiene una estructura distinta. En Los elegidos primero hice un armazón muy potente de todo el marco histórico y cultural, tener un eje cronológico muy claro, riguroso, delimitado, para, a partir de ahí, crear la biografía de Asun y Santos. La siguiente fase fue decidir el punto de vista (necesitaba dos puntos de vista).

—Dice otro personaje de la novela: “si el teatro fuera tan inofensivo, no lo censurarían”. ¿Cómo era la censura que tuvo que afrontar Santos para estrenar su función roja y qué diferencias ve entre la censura de entonces y la actual?

"La censura suponía un riesgo enorme de continuidad profesional, pero también de penas de cárcel"

—La actual es mucho más laxa. Es una censura que tiene más que ver con la autocensura, con lo que no nos atrevemos a decir, pero tenemos libertad para decirlo. Soy de los que creen que hay que seguir diciéndolo. Jamás me he autocensurado en mis libros, ni en mis redes, ni en mis declaraciones… ¡ni lo pienso hacer! Creo que ha costado mucho conquistar esa libertad, que es de lo que se habla en este libro. ¡Qué triste que nos censuremos ahora!, que no tenemos por qué hacerlo, y mucho menos en países como el nuestro. Aunque esa censura sigue existiendo en muchos países de una manera tan clara, tan evidente y política como la que se cuenta en esta historia. ¿Cómo era la censura que afrontó Santos? Era una censura que realmente ponía en peligro la pervivencia tanto de la obra como del autor y que impidió que se estrenasen textos, condenó a muchos a la clandestinidad, hizo que muchos libros tuvieran una distribución difícil o imposible. En el libro hay un homenaje a cómo, pese a esa prohibición, esos libros siguieron circulando. Hay un personaje, Ginés, que es un librero amigo de Santos (muy importante en la trama), tiene un cartel en su librería en el que avisa que no hay ningún libro contrario al régimen en sus estanterías y que, si lo hay, por favor le avisen para retirarlo. En el fondo ese cartel avisa de lo contrario: por supuesto que esos libros prohibidos están. Está invitando a que sean buscados. Me parece muy valiente. Este cartel está inspirado en un cartel real, de una librería de la época. También hay algo de homenaje a la gente que entonces se jugó la piel. La censura suponía un riesgo enorme de continuidad profesional, pero también de penas de cárcel.

—Pensando en sus anteriores novelas, ¿es Nando López la voz de una generación?

—Es difícil contestar. No lo sé. Intento ser una voz honesta con lo que quiero contar y con cómo quiero hacerlo; coherente con lo que cuento, que mi literatura tenga un hilo conductor que tiene que ver con esos dos ejes de los que hablábamos: la reivindicación de la propia cultura y la necesidad de que esa cultura se manche, se implique. Creo que las generaciones son diversas, son heterogéneas. Tengo la suerte de tener un público lector fiel, generoso, además se da una circunstancia muy bonita que es que tengo un público lector de edades diferentes. Me encantaría que quienes llegaron a mi obra a través de La edad de la ira ahora entren en Los elegidos. Es importante seguir haciendo memoria histórica. Si pensamos sobre la coherencia de la que hablábamos antes: yo empecé con una novela que hablaba de la reivindicación de la educación en la sociedad y este título —que es el número cuarenta que publico— reivindica el papel de la cultura en la sociedad. No sé si puedo o no representar a una generación, pero sí que intento, por lo menos, hablar de las inquietudes que tenemos aquí y ahora.

—¿Qué ideas tiene para próximos proyectos?

"Mi idea de la novela es que tiene que captar un fragmento de vida, pero la vida siempre sigue abierta"

—Tengo algunas. Tengo ahora un estreno teatral en el Circo Price (una versión libre de Peter Pan), Peter Pan y Wendy rumbo a Nunca Jamás (que acaba de publicar SM); en otoño verá la luz un thriller juvenil que —vamos a dar el título como primicia— se llama Las durmientes (lo va a publicar Lo Que Leo). Tengo en la cabeza dos nuevos proyectos adultos: uno es de no ficción que tardará mucho en ver la luz (también es un acto de amor hacia los libros) y otro de ficción del que, de momento, solo tengo la idea generadora (surgió a partir de un regalo que me hicieron en un encuentro con jóvenes).

—¿Para qué sirve la literatura?

—No lo sé. Cada vez le busco menos una respuesta al para qué sirve y me pregunto más por qué la necesitamos y por qué la amamos. Creo que, por desgracia, vivimos en una sociedad utilitarista donde todo tiene que servir para algo. No sé si la literatura sirve para algo, sé que sin ella no podemos vivir. Sé que es lo que nos hace humanos, lo que nos permite emocionarnos, conocernos, cuestionarnos… y que una de las cosas que nos provoca es incomodidad (nos pone a veces un espejo que no queremos mirar) que es necesaria. La literatura es el lugar de las preguntas. En Los elegidos hay un principio y un fin, pero en realidad quedan muchas cosas abiertas. Mi idea de la novela es que tiene que captar un fragmento de vida, pero la vida siempre sigue abierta. La literatura nos permite preguntarnos y nos ayuda a no rendirnos, a tener un refugio, un lugar en el que sentirnos bien. Es el lugar donde estoy bien.

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