El cerebro se confunde. De vez en cuando recuerda que el libro que está leyendo es una novela. ¿Lo es? Noches insomnes, de la autora estadounidense Elizabeth Hardwick, está catalogado como tal. Si es así, es porque dicha categoría recoge mejor su complejidad. Al cerebro, pero, le da por pensar que está leyendo unas memorias, un diario, un compendio de relatos, poesía. ¿Qué es entonces esta obra?
Y aún así, Noches insomnes es considerada la tercera novela de Elizabeth Hardwick. Novela. Antes había incursionado en el género con The Ghostly Lover y The Simple Truth, en las que se intuye ya el carácter autobiográfico en su manera de abordarlo. Los críticos que elogian Noches Insomnes, (como la escritora Lauren Groff, que se refiere a ella en The New York Times como «su chef d’oeuvre»), se esfuerzan casi siempre por mencionar esas dos novelas anteriores. Las destacan como obras menores para ensalzar así la importancia y el valor, no solo narrativo sino vanguardista, de Noches Insomnes.
¿Cuál es, pues, la trama de esta novela? ¿Quiénes son los protagonistas? Difícil dar una respuesta rotunda. Es Hardwick, sí, o una mujer que se parece a Hardwick. No obstante, también son protagonistas su madre, sus amigas y amigos, Billie Holiday, los pobres de las calles de Manhattan y los aspirantes a artistas del mundillo bohemio de Nueva York. La protagonista del libro está presente en cada página, puesto que escribe en primera persona, pero cuenta su vida a través de las historias de las y los otros, ubicándolos a ellos en el centro del relato.
Hardwick siempre fue mejor conocida y alabada por su trabajo como ensayista y experta en literatura. Dan cuenta de su trabajo crítico sus ensayos A View of My Own, Seduction and Betrayal, Bartleby in Manhattan y Sight-Readings, así como la antología The Collected Essays of Elizabeth Hardwick. En ellos aborda la obra de grandes figuras de la literatura: Simone de Beauvoir, Henry James, Herman Melville, Edith Wharton, entre muchos otros. Hardwick, nacida en 1916, vivió la gran era dorada de la literatura estadounidense, que se inicia cuando termina la Primera Guerra Mundial y dura hasta finales de la década de los 70. De su natal Kentucky, al sur del país, se traslada al corazón estadounidense del arte: Nueva York. Allí desarrolla su carrera y labra su nombre en la historia. Tal vez, esa maestría suya en el arte de contar las vidas y obras ajenas le dieron el punto de vista y las herramientas que necesitaba para narrar la propia: dejar el ego al lado.
En las páginas de Noches insomnes transitan, sobre todo, mujeres. Es una escritura profundamente femenina. «A fin de cuentas, yo soy una mujer», escribe. Hardwick rememora de manera conmovedora, por ejemplo, a su madre: «Mi cariñosa e infatigable madre tuvo nueve hijos. Esta aciaga fertilidad la mantuvo durante casi toda su vida bajo el yugo de la naturaleza». Destaca también la mítica cantante Billie Holiday, quien mora las páginas con sus heridas al descubierto, particularmente las de la adicción a la heroína: «la luminosa autodestrucción de Billie Holiday». Nueva York es una «ciudad de mujeres», llega a afirmar. Y sin embargo, tampoco niega que el mundo sea de los hombres. Ellos están ahí. Hardwick habita un mundo donde pareciera que todos los hombres son el mismo. No por nada, Muñoz Molina explica que la de Hardwick es la época de «los colosales egos masculinos». «La presencia de los hombres me incomoda», escribe ella. No obstante, conforme avanza la escritura y, bajo su microscópica mirada, también ellos adquieren matices, humanidad, sufren de desamor, se ahogan en arrepentimiento. Así, logra que sintamos simpatía y ternura por su amigo J., a quien describe así: «Era de esos que miran unos ojos nuevos y dicen: ahora voy a ser feliz». O por Alex, el Casanova, quien carga consigo la pesada condena del remordimiento.
Noches insomnes ve la luz en 1979, dos años después de que la autora recobrara su «libertad». Es decir, su soltería. Su maltrecha relación con el poeta Robert Lowell le había traído desventuras; no sólo en el campo amoroso, sino también en el literario. Lowell la dejó por otra mujer más joven tras más de 20 años de matrimonio. No obstante, la peor traición fue la de haber plagiado sus cartas privadas. En 1977 Lowell quiso retomar la relación y Hardwick accedió. La reunión no llegó a materializarse. Lowell murió de un ataque al corazón mientras, a bordo de un taxi, volvía a la que había sido su familia. Esta historia de abandono, soltería y viudedad resuena tras estas palabras de Hardwick, que aparecen muy al inicio de la obra: «Ahora estoy en Nueva York, sola, ya no soy un nosotros».
Y sin embargo, nunca la leemos sola.
En la pluma de Hardwick hay generosidad. Su entrega a los otros se demuestra apartándose ella del foco. Su retrato propio se compone de las cosas, lugares y personas que ha amado a lo largo de su vida. Así, entramos a su corazón a través de los objetos y sujetos de su afecto. Cuando comienza a escribir esta, su obra culmen, Hardwick tiene ya más de 60 años, una vasta trayectoria y una elevada reputación. No tiene ya que demostrar nada; ya no tiene, siquiera, el corsé del matrimonio, la sombra del marido genial. Quizá por este contexto vital es que esta «novela» suena a recapitulación de lo vivido, a reflexión filosófica, a reconciliación poética. Si «La mente se esfuerza por recuperar los espacios en blanco en la historia», Hardwick se esfuerza por además, dotarlos de una sensibilidad electrizante y una belleza absoluta.
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Autora: Elizabeth Hardwick. Título: Noches insomnes. Traducción: Marta Alcaraz. Editorial: Navona. Venta: Todos tus libros.
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