Año 1923. Barcelona es un polvorín, un avispero, una olla a presión. Sus calles son escenario de tiroteos, algaradas, peleas a navajazos, estallidos de bombas… Los ecos de la Gran Guerra y la Revolución de Octubre en Rusia han tenido consecuencias nefastas. La neutralidad de España en la contienda europea tuvo al principio efectos positivos y se amasaron fortunas con la exportación de productos manufacturados, pero a la larga provocó inflación, escasez de alimentos y malestar social.
En esta atmósfera crispada, en un frío y húmedo mes de febrero aterriza en la Ciudad Condal Basilio Bosc, un inspector de policía enviado desde Madrid para resolver un caso de gran repercusión mediática, el secuestro de Cristina, la única hija de Miquel Nomdedeu, un importante empresario textil, una niña de once años desaparecida en el cine Coliseum. Bosc es el protagonista de Me olvidé del cielo (Destino, 2024) la última novela de Pere Cervantes (Barcelona, 1971), que puede considerarse una precuela de El chico de las bobinas, editada en 2020 también por Destino, y ambientada en la Barcelona de la posguerra, en el barrio de Poble Sec. Si en la primera el amor a la madre es el hilo conductor y la escasez generalizada de recursos consecuencia de la Guerra Civil, el nódulo central de ésta es el miedo del que es rehén el protagonista y la indigencia de gran parte de la población, un problema estructural consecuencia de la injusticia social.
El cine es el nexo de ambos títulos. Es un amplio local dotado de sótano, que Basilio consigue por medios poco ortodoxos y que años más tarde, en El chico de las bobinas, funciona como sala de proyecciones clandestina, la Gran Mentira, donde los asiduos disfrutan de filmes censurados por el franquismo, se aíslan de un mundo gris e intentan desconectar de una angustiosa realidad. La magia y el glamour del celuloide que se proyecta en la gran pantalla contrasta con la penuria y los males a ella asociados. En víspera de un golpe militar que traerá la dictadura de Primo de Rivera en septiembre de ese año, en un giro político que los más perspicaces y mejor informados ya presienten, esperado con ansia o temor por unos y otros, la urbe se sume en la violencia, la depravación y el libertinaje. Cervantes enfatiza la fealdad y la sordidez que se respiraba en el Distrito V. «Corrían tiempos de vileza y desesperación. El polvo de algunas calles sin adoquinar y el aliento pútrido del barrio que ascendía por las rejillas del alcantarillado como el hocico de las ratas formaban parte de la rutina diaria que afrontaban los vecinos. Las viviendas, ocultas tras fachadas sombrías y desconchadas, recordaban a quienes las habitaban que vivir en ellas era lo más parecido a navegar en un barco de papel».
Y nos presenta a los habitantes de ese submundo que chapotean en un mar de miseria como náufragos a la deriva, acuciados por el ansia de escapar de un cruel destino. Solo los más afortunados encontrarán una tabla de salvación. Solo los más fuertes y tenaces alcanzarán a golpe de braza la tierra firme. Basilio Bosc es uno de ellos. Nacido en el Distrito V, después de una temporada juvenil dedicado a la venta de libros y a la actividad sindical se convierte en policía, y por contribuir a capturar a los asesinos del presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, sus superiores le prometen nada menos que un puesto de escolta del rey Alfonso XIII si logra dar con la pequeña Cristina. El futuro parece sonreírle, pero emocionalmente es un ser amputado, un tullido, incapaz de superar terribles traumas familiares, que arrastra como un lastre, una «una jaula de miedo» que imprime a su carácter un talante taciturno y le impide amar y dejarse amar. Basilio se olvidó del cielo.
Hay tantas y tan buenas novelas que evocan la Barcelona pretérita que es inevitable sentir cierto recelo ante un nuevo título de este cariz. Pero no estamos ante una réplica o clon de lo ya leído. Cervantes nos lleva a su propio terreno con un ameno recorrido por los barrios más cutres y canallas, por los que circula la mandanga, la prostitución y todo tipo de perversiones en una ciudad que se expande hasta absorber municipios como Sarrià, donde su superior, el comisario Villar, lo cita para mantener sus charlas alejados del bullicio. Peregrinamos por antros y tugurios invadidos de humo y delincuentes, donde se trapichea con cuerpos y almas: La Criolla, en la calle de El Cid, El Español, El Tostadero, Café Catalán, Cal Sacristà, y otros lugares más finos como el mítico Els Quatre Gats, inaugurado en junio de 1897, en cuyo altillo el autor hizo sus pinitos literarios mientras trabajaba en las fuerzas de seguridad de Barcelona.
Junto al veterano sargento Enrique Duval, cuyo aliento huele a ajo pese a su costumbre de rociarse con una tóxica colonia que le compra su mujer, y supervisado por el comisario Fausto Villar, un hombre conservador pero honesto que sufre una grave enfermedad, Bosc inicia la investigación sobre el secuestro de la niña, sin lograr resultados. Al principio las sospechas recaen en los anarquistas, pero aparecen pistas que apuntan en otra dirección. Lo que pensaba resolver en tres o cinco días se va alargando y Bosc recurre a Gabacho, un amigo de su infancia, un simpático ladronzuelo que conoce los bajos fondos como la palma de su mano.
No es el único vínculo que le une a Bosc con la ciudad que abandonó cuatro años atrás sin despedirse de nadie, como un delincuente a la fuga. En el Distrito V, donde nació, viven su madre, su hermana y el gran amor de su vida, que no consigue olvidar. Joana trabaja como pianista en una sala de cine y compone cuplés que su libidinoso maestro, Recasens, le compra por cuatro perras. Su sueño de escapar de la mugre se cumple gracias a la intervención de la famosa artista Raquel Meller, ansiosa de escapar de una capital que es como «una caja de música desafinada».
Ella es uno de los personajes históricos que interaccionan con los de ficción, entre ellos Salvador Seguí, el Noi del Sucre, líder de los anarquistas contrarios a la violencia, asesinado en plena calle el 10 de marzo de 1923. O Pío Baroja, que en una charla con los anarquistas despotrica contra la Sagrada Familia, el cinematógrafo y el nacionalismo. También se menciona en la novela la visita que hicieron Albert Einstein y su esposa Elsa a Barcelona a finales de febrero, invitados por el doctor Esteve Terradas para pronunciar tres conferencias. A su llegada nadie acudió a recibirlos, típico despiste nacional, y la pareja pasó un mal rato. Cervantes incorpora pequeños detalles que recrean la época, como los autobuses de dos pisos que circulaban por las calles, «las burras», las grajeas Cerebrino Mandi, un fármaco popular que combinaba el ácido acetilsalicílico con cafeína, o la presencia de clanes polacos que habían sido expulsados de Argentina por dedicarse descaradamente al proxenetismo.
Pere Cervantes es policía nacional especializado en delitos informáticos. Además de sus novelas, ha escrito un par de manuales para navegar con seguridad por internet. Sin embargo, en sus relatos de ficción la trama policial no es lo fundamental, y la intriga se centra en sus personajes protagonistas, en el proceso de adivinar el porqué de su comportamiento y cómo se enfrentan a sus fantasmas.
Escribir bien de forma sencilla es su lema, y sin duda lo consigue. Me olvidé del cielo entronca con la tradición de novela realista de tipo social con un toque de intriga que la hace amena, al tiempo que aporta claves para interpretar nuestro pasado a la luz del presente como es de rigor en toda novela histórica que se precie. Esperemos que Cervantes cumpla su objetivo y culmine la trilogía que tiene en la cabeza, con un tercer título ambientado en la Barcelona de los años sesenta cuando era la ciudad más abierta y culta de la península.
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Autor: Pere Cervantes. Título: Me olvidé del cielo. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros.
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