A las buenas, querido #blasmaníaco.
Pues nada, ya estoy aquí de nuevo. Dicen que todo lo bueno se acaba. Y lo malo también. Así que dejo en ti el juzgar si esto pertenece a un grupo u otro, pero la cosa es que si no pasa nada, este será el penúltimo texto de este blog. ¿Por qué? Joder, pues porque ya estamos llegando hasta la actualidad y si te siguiera contando ya sería inventado. Y como que no, ¿verdad?
¿Quiere decir eso que no me verás más por estos lares tras el próximo artículo?
Como ya te conté en el anterior, soy PRISIONERO de Zenda. Eso significa que, aunque quisiera, no podría escapar. Y sí, ya estoy preparando un nuevo blog que seguro te va a sorprender. Pero dejemos que el verano pase y volvamos en septiembre con las pilas cargadas. Pero bueno, lo importante es que esto no se ha acabado y toca seguir relatándote un poco mi vida.
Si no me equivoco nos quedamos en un punto en el que a mí se me envió dos pruebas para determinar el punto en el que estaba mi enfermedad del brazo izquierdo. Sí, mi síndrome del desfiladero torácico. Algo que seguro oyes todos los días en las conversaciones de la gente por los cojones.
Bien. Pues las pruebas fueron un electromiograma —una prueba super guay y nada dolorosa en la que te pinchan unas cien veces con una agujita que te mete calambrazos en los nervios para ver si funcionan o no— y una resonancia —de apenas dos horas y veinte minutos, eso sí, pude repasar la lista de la compra veintiocho veces (y eso que sólo necesitaba papel higiénico)—. No te lo vas a creer ya que hasta ahora todo me ha ido genial con las enfermedades, pero las pruebas no salieron nada bien. El electromiograma mostró que había perdido más nervios de lo que ellos mismos esperaban —incluida la zona izquierda de la espalda, lo que hacía que fuera mucho más urgente de lo que pensaban— y la resonancia mostró que dos hernias que tengo en el cuello se habían complicado al punto que estaban a punto de presionarme la médula. No creo que haga falta especificar las consecuencias de eso último si no se opera, pero sí, tiene que ver con una silla de ruedas.
El médico no lo creía. Había ido para operarme del brazo y salía de la consulta con la necesidad de operar la columna para evitar, primero, un mal mayor.
A mí me temblaban las piernas mientras buscaba la cámara oculta. El doctor pensaba que yo era gilipollas mientras las buscaba. Resumiendo: ninguno de los dos nos podíamos creer lo que estaba pasando.
Pero sí, era real.
El doctor me advirtió de lo grave y complicado de la operación a la vez que me decía lo grave de no realizarla. Es como cuando te dicen: ¿dónde prefieres la patada, en el testículo izquierdo o en el derecho?
PUES NO LO SÉ PORQUE ME VA A DOLER IGUAL.
Pues así.
En fin, decimos operar. Si salía mal, salía. ¿Qué podía perder? ¿Un par de piernas? Ahora en los todo a un euro —que hay de todos los precios menos de un euro— hay de todo. Quizá no fuera tan grave. Lo que sí era cierto es que si era mi única vía para tener una vida mejor. ¿Qué podía perder?
Pues bien, firmé los papeles y se me asignó una fecha de operación para noviembre de 2016 —cuando te he dicho que estamos llegando al final, te lo he dicho en serio—. Cuando me recuperara de esa operación —ambos estábamos muy confiados en que sí—, me operaría del brazo otra vez.
Bueno. Llega octubre. Me llaman para las pruebas de anestesia. Se me fija la fecha exacta para la operación en el día 2 de noviembre.
Me hago las pruebas y voy al médico anestesista. Mira mi historial y empieza el baile lógico de preguntas. La cosa va bien. Me sonríe diciendo que todo ok. Llega viernes anterior a la operación, yo llevaba varias noches sin dormir y un nervio encima de agárrate y no te menees. Pues me llama una enfermera diciéndome que la operación se cancela. Le pregunto por qué. Me dice que me lo tiene que decir el doctor en persona.
Ya puedes empezar a imaginar mi nivel de nerviosismo, ¡mucho peor que con la operación!
¿Qué había pasado?
¿Me iba a morir otra vez y no lo sabía? Miré las fechas y con la Navidad encima me venía fatal morirme. Además, tenía una boda pronto y ya había entregado el sobre con el regalo, joder, ahora tenía que ir.
Pues fui a la consulta y el doctor muy molesto y con el informe del anestesista me preguntó que por qué no le había contado que tenía esclerosis múltiple, que eso lo cambiaba todo de cara a la operación y que podía haber acabado en tragedia porque él no lo sabía.
¿Sabes esa cara que se le pone a un dibujo animado cuando, por la sorpresa, se le cae la boca al suelo? Pues no soy un dibujo, pero la puse.
Ahí sí me levanté y esperé a que saliera el cámara anunciando que era víctima de una broma pesada y que tras eso me harían entrega de un cheque regalo para tener jabón para los pies gratis durante un año.
¿QUIÉN COJONES LE HABÍA DICHO AL ANESTESISTA QUE YO TENÍA ESCLEROSIS MÚLTIPLE SI NADIE SABÍA LO QUE NARICES TENÍA DENTRO DE ESTE CUERPECITO QUE ME HA DADO EL SEÑOR?
Cuando le conté que no sabía de dónde se había sacado eso, el doctor enfureció y llamó de todo a su compañero. Es que no era para menos. Gracias a eso me habían sacado de la lista de espera y otra vez tenía que comenzar el proceso. Joder. En serio. El doctor quiso que pasara unas Navidades tranquilo, por lo que me dijo que lo haríamos de nuevo en enero. Y enero llegó. Y yo volví a hacerme las pruebas de la anestesia. Pero no se me llamó como esperaba. Miré al cielo y dije que ya estaba bien de tanta broma. El caso es que después de enero vino febrero —casi siempre es así— y, no te lo vas a creer, pasó algo más.
Y ese febrero es el de este mismo año. Por eso ya será lo último que te voy a contar. Te voy adelantando que esto último lo sabe muy poca gente, por lo que te contaré mi estado actual casi como una novedad que muy pocos conocen.
En lo literario, las cosas me iban mejor que nunca. El número de lectores iba en aumento y comencé a colaborar en varias webs de renombre escribiendo artículos. Una de ellas no sé si te sonará demasiado, pero la cofundaron Leandro Pérez y Arturo Pérez-Reverte.
Eso me demostró que todo esfuerzo tenía su recompensa y empecé a emplearme más y más en mi nueva novela, que ya era la segunda parte de la trilogía que pronto os presentaré. De esta no te puedo contar todavía el título, pero si no pasa nada, esta misma semana anunciaré la editorial que se ha hecho con ella a través de mi twitter —que te pongo más abajo—. Para documentarme llegué donde jamás creí que pudiera llegar. Derribé muros y paredes que parecían de acero impenetrable. Salté los que no se podían derribar. Pero no puedo estar más contento con el resultado porque sé que, aunque la novela pueda asemejarse a algo, no lo hace ni de coña por una serie de factores que descubriréis con el tiempo. Lo bueno es que ya queda poco, lo prometo.
Y nada más. Como ya te he dicho el próximo artículo será el último de este diario. Por eso y porque sé que nos vamos a echar de menos, te voy a contar una sorpresa que estoy preparando junto a Zenda y que pronto estará en tus propias manos. ¡No sabes las ganas que tengo de largártelo todo!
Pero tendrás que ser paciente y esperar. Toda espera tiene su recompensa. Y créeme. Sé de lo que hablo.
Si quieres estar atengo a todas las novedades que voy soltando aparte, sígueme en Twitter: https://twitter.com/BlasRuizGrau. También puedes contarme lo que quieras en mi correo: BlasRuizGrau@hotmail.com. Respondo siempre aunque a veces me demore algunos días por mil cosas.
Nos leemos pronto. Cuídate.
Foto de Jeffrey Wegrzyn en Unsplash
Foto de Pawel Nolbert en Unsplash
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