En mi librería infantil, junto a un volumen de refranes y dichos y un ejemplar de dime quién es, dime qué es, dime por qué… se encontraba un libro llamado Desconocidos célebres. Eran personas que habían sido muy destacadas en su campo, pero que habían pasado desapercibidas o, conociéndose su nombre, nadie sabía muy bien sus logros.
El trabajo como autora de Eva Díaz Pérez, añada del 71, siempre ha partido de la premisa de recuperar figuras pretéritas, semiocultas, de buscar en la intrahistoria de la Historia en mayúscula, en acumular un conocimiento caudaloso, pero no aburrido, del pasado para luego adentrarse en las profundidades, tan complejas, tan contradictorias, tan fascinantes también, de pasajes y paisanajes con un cierto aire de misterio, de escenarios nebulosos en medio de mareas.
Devota de las misiones pedagógicas de la II República, de unir sus dos pasiones, la literaria y la histórica, en novelas que son literarias, pero no estrictamente históricas como las editoriales reclaman, demandan y promocionan desde hace décadas, Díaz Pérez acaba de publicar una nueva aventura en forma de libro. Se titula El sueño del gramático (Fundación José Manuel Lara) y narra el viaje interior y europeo de Elio Antonio de Nebrija, el autor de las primeras normas del castellano.
La figura de Nebrija es decisiva no solo por su inmensa labor en las tareas del Arte de la Gramática (1492), sino por configurar una suerte de ideal de hombre renacentista, embutido de su estancia en Italia. Antes tuvo desdichada experiencia en la Universidad de Salamanca, aletargada en ese tiempo y que vivía de las rentas de su otrora reputado prestigio.
El humanista que llevó la modernidad y la latinidad a España y que se enfrentó a la Inquisición por haber impulsado junto al cardenal Cisneros la Biblia Políglota Complutense, logró con su gramática que el castellano consiguiera desprenderse de su calificación como lengua vulgar. Adelantado a su tiempo, conviene recordar que las reglas del italiano no llegaron hasta 1525; las del portugués, en 1536; las del francés en 1550; las del alemán, en 1573 y las del inglés en 1586.
El libro, riguroso, creíble en los diálogos y de una estructura que atrapa, ofrece la prístina mirada de Francisca, hija de Elio Antonio de Nebrija, y considerada una de las “niñas sabias” del Renacimiento español. Y arranca con el recuerdo de Francisca a su padre, el hombre revolucionario, rebelde y culto que “cazaba palabras como si fueran mariposas”. Del intelectual incomprendido que buscó siempre con ahínco otros mundos y otras miradas.
El sueño del gramático ofrece saltos temporales entre el fantasma de Petrarca que asoma en Bolonia; los foros de Roma; Lebrija (el municipio sevillano donde nació y que siempre tuvo tan presente en su vida) y Alcalá de Henares, donde consiguió una cátedra de Retórica e impartió su sabiduría a alumnos devotos del arte de la palabra del Maestro.
Las inclinaciones de Nebrija por su faceta como investigador y autor frente a la docente aparecen en estas páginas. “Cuando terminaba la lección corría veloz a su casa para dedicar horas y desvelos a sus libros. Y también a sus juegos con las palabras, porque había comenzado a reunirlas en una obra magnífica que resumiera la riqueza de la lengua”, narra Díaz Pérez.
Esta novela también homenajea a los libros, esa devoción del gramático al que tanto debe el idioma que utilizamos. La autora incluye un epílogo que disecciona lo inventado de lo real; lo histórico de lo novelesco. Es de agradecer su labor didáctica y divulgadora y que, al igual que para Nebrija, se convirtió en un sueño.
Conviene recordar el poderío del ‘reciente’ Reino de España en 1492 y de la moderna imprenta de Gutenberg; sin ánimo de parecer endofóbico.