Imagen de portada: Ilustración de Fabián Pérez
Si hace algunos años me hubiesen dicho que transcurrida la quinta parte del siglo XXI tendríamos negacionistas, terraplanistas, antivacunas u obreros de ultraderecha, sinceramente, no me lo habría creído. Yo, la verdad, desde que me pusieron el campo del Atleti enfrente de mi casa, ya me creo todo, pero todo. Hasta que haya escritores y escritoras que niegan que en Literatura existan los géneros. Sí, sí, tipos y tipas que lo dicen en público, sin cortarse un pelo, y además en festivales de género negro, que es lo que yo más conozco.
Los festivales de género negro crecen y se reproducen por diversas latitudes, lo cual está muy bien. Pero claro, luego hay que programar mesas y temas de debate. Y aquí es cuando viene a veces el esperpento de tipos y tipas que escriben pretendidamente novela negra sin haber leído nunca una novela negra (primer milagro). Tipas y tipos que dicen que ellos no pretenden escribir una novela negra, pero que les sale (segundo milagro). Tipos y tipas que dicen que los géneros no existen (tercer milagro), que solo son etiquetas para que los libreros coloquen los libros en determinados estantes (cuarto milagro). Claro, claro… Y luego están los escritores y escritoras que, además de escribir, investigan e incluso se preparan las mesas que, finalmente, están compuestas por un batiburrillo de opiniones dispares, las buenas y atinadas, y las disparatadas, todas revueltas.
Hombre, bien es cierto que no son muchos los ensayos que se publican en España al respecto, pero algunos hay, como:
- La novela policíaca española: Teoría e historia crítica, de José F. Colmeiro, muy interesante por su estudio de los diversos subgéneros de ficción criminal desde la perspectiva genérica.
- La novela negra, de Javier Coma, un clásico donde los haya.
- Guía de la novela negra, de Héctor Malverde.
- Diccionario de la novela negra norteamericana, de Javier Coma.
- A quemarropa 1 y 2, más recientes, de Àlex Martín Escribà y Jordi Canal i Artigas
Obviamente, hay muchos más ensayos en francés y en inglés, incluso numerosos tratados que abordan primero el problema de la nomenclatura, y después todo lo demás, que no es poco. Básicamente hay dos tendencias: la novela enigma, que basa la trama en la resolución de un misterio, y la novela negra, en donde puede que haya un misterio, pero no es lo importante, y que pone de manifiesto la injusticia del entorno físico y social en donde se desarrolla la trama. A partir de aquí, la ficción criminal se ha ido hibridando con otros géneros e incluso con otras artes a lo largo de décadas, desde su nacimiento. El género negro ha influido en la moda, en la prensa, en el cómic, en el cine o en la música.
Y hasta aquí llegamos para, si no se cree o se prefieren ignorar los alegatos teóricos, para hacer una prueba empírica: probar que existe el género negro a través de su influencia en las mencionadas disciplinas, una especie de cogito ergo sum, pero tuneado, es decir, «influyo, luego existo».
Para ser algo que, según los negacionistas, no existe, el género negro no ha dejado de influir en la moda, desde los trajes diseñados por Armani para Los intocables de Eliot Ness o Uno de los nuestros o los suministros de otros diseñadores para películas de cine negro como Coco Chanel, Valentino, Maurizio Gucci, Yves Saint Laurent, Gianni Versace o Vivienne Westwood, que influyeron casi instantáneamente en la forma de vestir del público.
Para ser algo que, según los negacionistas, no existe, el género negro no ha dejado de influir en la prensa, generando tiradas nunca vistas por la acción del mundo del crimen y los gánsteres y artículos o crónicas que terminaron por convertirse en un nuevo subgénero, el true crime.
Para ser algo que, según los negacionistas, no existe, el género negro no ha dejado de influir en la pintura, como en el caso del argentino Fabián Pérez, sobre todo en su colección «Personajes de la noche», en la que pinta a mujeres y hombres en garitos nocturnos o en estancias sombrías, en las que el tabaco, los licores o indumentarias de los personajes guardan estrecha relación con el género negro. O el pintor Ylli Haruni, que crea lienzos de películas y series de género negro, con tendencia a mezclar a personajes de distintas sagas de mafiosos.
Para ser algo que, según los negacionistas, no existe, el género negro no ha dejado de influir en el cómic, que protagonizó una simbiosis con la novela de ficción criminal como pocas veces se ha visto en otro tipo de disciplina. Recordemos sagas clásicas como The Spirit o Camino a la Perdición, el cómic del que surgiría la película homónima dirigida por Sam Mendes y protagonizada por Tom Hanks, Paul Newman y Jude Law. O ya en España Toxic Detective, que cuenta con los guiones del premiado autor de género negro Claudio Cerdán (Los señores del humo, Cien años de perdón) y el arte de Sergio Carrera (Image, DC Comics, Boom Studios), que fusionan lo mejor del cómic europeo y la historieta argentina.
Para ser algo que, según los negacionistas, no existe, el género negro no ha dejado de influir en el cine, con películas que siguieron el esquema enigma como Laura (1944), de Otto Preminger, o las diversas adaptaciones de las novelas de Sherlock Holmes. Incluso podríamos decir que series de éxito como House o CSI son herederas del esquema de novela enigma en tanto que resuelven un misterio. Sin embargo, las adaptaciones o las películas inspiradas en novelas negras ganan por goleada. Los directores no solo se fijaron en los escritores para adaptar sus películas, sino que los contrataron como guionistas. Así, Raymond Chandler, Jim Thompson o David Goodis, entre otros pasaron a estar en la nómina de Hollywood. Más tarde, en lo que algunos críticos han bautizado como neonoir, se incluyen nuevas características que se añaden a las anteriores, como la llegada del color al cine, más violencia y más sexualidad y la inclusión del asesino en serie, entre otras. Valgan como ejemplo La ley de la calle, de Francis Ford Coppola, que obtuvo la Concha de Oro a la mejor película en el Festival de cine de San Sebastián, o Chinatown, de Roman Polanski. A partir de la década de los ochenta y hasta nuestros días el género se reinventa, aunque hay novelistas como Dennis Lehane que permanecen fieles al género en lo literario (véase la trilogía Coughlin: Cualquier otro día, Vivir de noche y Ese mundo desaparecido) y sin embargo revolucionan lo cinematográfico (Lehane fue guionista de las series The Wire (en la que también trabajaron los novelistas Richard Price y George Pelecanos) y Boardwalk Empire, y de la película The Drop. Price también participa como guionista en la genial serie The Night Of o en la película de Spike Lee Clockers, adaptación de su novela homónima. Cualquiera de los nombres referidos, junto al genial David Simon que, además de participar en The Wire produce maravillas como las series The Deuce y Treme, asociados a una película o serie es garantía de éxito. Mare of Easttown, creada por Brad Ingelsby e interpretada en su papel principal por Kate Winslet, es una de las series más recientes aclamadas por la crítica y el público. Si bien la trama se centra en la resolución de un misterio, esto no es lo más importante, ya que el interés principal se centra en conocer la idiosincrasia y las costumbres de los habitantes de una pequeña ciudad de Pensilvania.
Para ser algo que, según los negacionistas, no existe, el género negro no ha dejado de influir en la música. Desde el principio, el jazz y el género negro estuvieron unidos, ya que ambos compartían un mismo ideal: la denuncia social. El jazz no solo ha inspirado a escritores y directores de los años veinte y treinta del siglo XX, sino que es la banda sonora de ese tiempo. No solo el jazz, sino también el blues, surgen, como surgieron la novela y el cine negro como herramientas de crítica social. Algunos ejemplos son Sweet Smell of Success, de Elmer Berstein, banda sonora de la película El chico del brazo de oro (1955), de Otto Preminger, adaptación de la novela homónima de Nelson Algren; Leith Stevens’ All Star, de Leith Stevens, banda sonora de la película Infierno 36 (1954), de Don Siegel; o The Killers, de Miklos Rozsa, banda sonora de la película Los asesinos (1946), de Robert Siodmak, basada en el cuento homónimo de Ernest Hemingway. Pero no solo el blues y el jazz pueblan el universo noir. Los tiempos avanzan, van cambiando, y el rock’n’roll se erige en protagonista de las novelas del último cuarto del siglo XX. Está presente en la vida y en las novelas del superventas Jo Nesbø o en las novelas del español Carlos Zanón. De hecho, en su novela Yo fui Johnny Thunders el protagonista es un rockero venido a menos con aureola de perdedor. En mi novela Yonqui, el protagonista busca la redención en la guitarra eléctrica y termina por formar un grupo en los albores de la Movida Madrileña, e incluso incluyo un cameo del protagonista con Pepe Risi y Johnny Cifuentes, componentes del grupo Burning. El rock’n’roll está presente en todas mis novelas (excepción hecha de 5 Jotas, que es un homenaje al blues) y en muchas de los novelistas de mi generación. Y no nos podemos olvidar del rap, que comparte con el jazz y el género la crítica social. Valgan como ejemplo las propuestas de Hazhe/Kase O y su Tributo a Mr. Scarface, Rewind y su tema Nas o El Jincho Feat. Lopes y su Paco el Flaco.
Pero sobre todo y, para terminar, el género ha influido en unas determinadas claves que aportaron una nueva forma de escribir en cuanto a estilo. Nos lo enseñaron Hammett y Chandler, introduciendo en sus novelas recursos literarios propios de la poesía, como la metáfora, el símil y la comparación, entre otros, empleando además frases cortas y contundentes y eliminando descripciones soporíferas. Si quiero escribir una novela negra no lo haré de la misma forma que si escribiera una novela enigma que siempre empleará un tono más costumbrista, y desde luego tendré que tener claro lo que quiero hacer para crear los ambientes y caracterizar a los personajes.
Así que y, ahora sí, por último, eso de «me saco una novela de la chistera y me ha salido negra», yo, particularmente, no me lo creo. Porque, contrariamente a lo que afirman los negacionistas, los géneros y sus características existen y están presentes más que nunca.
No se altere señor Gómez, no merece la pena. Estamos, efectivamente, en la época del negacionismo. Está de moda. Y cuando ello sucede, una tendencia crece como los hongos. La diferencia es que esta no es digerible. Hay que negarlo todo, nada hay absoluto, nada se puede afirmar, no existe la verdad. Lo que ocurre es que los negacionistas no son consecuentes: deberían autonegarse a si mismos y plantearse su propia existencia o inexistencia o su propia insustancialidad e irrelevancia. Se terminaría el negacionismo. De todo tipo. Quizás los negacionismos provienen de una falta de identidad o en una falta de reconocimiento de las distintas identidades personales: de nuevo la insustancialidad, la irrelevancia. En todo, en cualquier disciplina o en cualquier creación humana, las clasificaciones nos ayudan a entender y nos ayudan a navegar por los vericuetos de la riqueza de nuestras creaciones, nos ayudan a identificar. Pero ahora se tildan de encasillamientos, como algo negativo y que se debe eliminar. Pero, sin brújula, sin sextante, sin estrellas, la navegación y la llegada a puerto no son posibles
Reconozco que a veces me cabrea, pero me dura poco. Aunque es cierto que cada vez me cabrea más escuchar ciertas cosas, sobre todo de gente que escribe y a los que se supone cierta sapiencia en esto. Saludos.
De acuerdo. La teoría literaria sustentaría sus apreciaciones.
Yo he querido aportar algo a la discusión con mi teoría sobre la anomia aplicada a la literatura. Para el caso de la novela española he publicado el libro «Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España» (Siglo del Hombre, 2020).
Gracias, Gustavo. Lo buscaré. Saludos.
Pues, oiga, entre los obreros de ultraderecha, se dice que algunos leen e incluso saben escribir. ¿Dónde iremos a parar?