La escritora brasileña Nélida Piñón (Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2005) publica en ABC Cultural el artículo El hidalgo del alma, dedicado al músico Pixinguinha.
Soy una brasileña sensible, víctima del repertorio de las emociones. Sin embargo, gracias al caos de la vida cotidiana, amplío mis propósitos narrativos. Y acepto que una historia bien contada me haga saltar las lágrimas. En especial cuando, en medio de la exaltación narrativa, menciona amores contrariados, despedidas dolorosas, sentimientos ambiguos y carentes de lógica. Esos ingredientes melodramáticos que, aunque nos den vergüenza, son partes esenciales del alma melancólica.
Con cada historia, alargo la mano hasta el vecino, movida por la esperanza de llevarme al corazón una migaja de pan que rejuvenezca mis sentidos. Un recurso mediante el cual consigo un salvoconducto con el que circular por el laberinto humano y adentrarme en el siguiente.
Confieso que no exijo ni historias épicas ni héroes dignos de un panteón, sino una trama que atraviese el escudo del oyente y proclame la victoria de la sensibilidad. Así, dispenso duendes y dioses como Odín o Zeus, que sembró mitos e hijos. Un relato sin jerarquía social, de índole rural, pero con el efecto calorífero de la receta de una tarta que pasa de padres a hijos.
Las cuerdas del corazón
Siendo aún una niña, en Río de Janeiro, rodeada de familiares gallegos que disimulaban la nostalgia que les causaba la pérdida de la patria, las historias ya me atraían. Forjadas en torno a una mesa donde primaba la abundancia, al escucharlas, me arrogaba el derecho de visitar el mundo más allá del Atlántico y de convertirme en algún personaje exótico. Paisajes y seres surtían tal efecto en mi vida que, prontamente, me acomodaba en el sillón de mi padre sin siquiera pedirle permiso. Y, segura de mi poder, conocía de inmediato las remotas regiones interiores de Brasil, los abismos que albergaban las simientes de las pasiones, a la vez que afinaba las cuerdas del corazón.
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