Cuando el brandy era el coñac y beberlo era cosa de hombres, hubo dos mujeres que hicieron mucho por el fomento de esta costumbre. La primera fue Patty Sheppard, la inolvidable chica Fundador, una conocida marca de esta bebida. La segunda fue un misterio, una mentira en la que muchos creyeron ver a Nico, la más famosa de las musas de Andy Warhol, la colaboradora de lujo de la Velvet Underground. Hablamos de una joven albina que trotaba sobre un caballo blanco en el spot de otra conocida marca de aquellos espirituosos: Centenario Terry.
Todavía es ahora cuando la silueta de la joven del caballo blanco figura en la etiqueta de las botellas de aquel espirituoso y no falta quien sigue sosteniendo que era Nico. De lo que no hay duda es de que Nico fue la más destacada de las chicas del Chelsea Hotel, que Warhol retrató en su Chelsea Girls (1966), todo un clásico del cine underground y experimental, pero también una cinta controvertida desde sus primeras proyecciones, siempre en filmotecas o centros de arte, nunca en salas comerciales. Cine de la realidad desde el primero hasta el último de sus fotogramas, su metraje se extiende durante más de tres horas. En ellas se nos cuentan las ocupaciones de las huéspedes de este legendario hotel neoyorquino. Irritante para unos, genial para otros, se abre con una secuencia titulada Nico en la cocina. En sus planos, el trabajo de la entonces joven actriz, modelo y compositora de rock art, consiste en cortase el flequillo mirándose al espejo en la parte derecha del fotograma.
Concebida por el artista como una “película larga, todo negro en un lado y todo blanco en el otro”, Nico es la primera chica del lado blanco de Chelsea girls. Bien es cierto que, entonces, en el verano de 1966, la más famosa de las acólitas de Warhol en la Factory era Edie Sedgwick. Pero, una vez terminada la filmación, esta joven reina del underground —y una de las primeras anoréxicas de las que se tiene noticia— pidió a Warhol la supresión de todas las secuencias que la incluían, por estar atada a ciertas obligaciones contractuales. Después, Edie murió prematuramente en el 71, a consecuencia de una sobredosis, y Nico quedó como la abanderada de todas las chicas de aquel cenáculo del rock que fue el Chelsea Hotel. Por encima incluso de artistas como Mary Voronoven, Brigid Berlin o Dorothy Dean.
Chelsea Girls habría de ser la cinta señera de la filmografía de Nico, como The Velvet Underground & Nico (1967) lo es de su discografía. Marianne Faithfull, quien coincidió con ella en el backstage de los Rolling Stones, en los amores de Alain Delon, en las maldades de Brian Jones y en la arcadia del rock maldito, le dedicó una canción en su disco Kissin Time (2002). Allí la describe como la personificación de la inocencia en medio del Tercer Reich —nació en Colonia en 1938 y su padre, movilizado por la Wehrmacht, murió en la guerra—, la inocencia frente a Brian Jones —el maltratador de los Rolling— y también la inocencia frente a Lou Reed, su rival en el protagonismo de The Velvet Underground.
Tampoco faltan quienes le conceden la misma inocencia que pueda tener cualquier heroinómana de cierta élite de la toxicomanía —Nico lo fue, como todas aquellas chicas—, si bien ella tocada por el genio artístico y una belleza misteriosa, gélida como ha de serlo la mirada de la muerte, pero todos coinciden en que, con Anita Pallenberg y la propia Marianne Faithfull, integró la terna de chicas malas del rock. Las tres fueron novias de alguno —o varios— de los Rolling de las parejas abiertas, los anteriores a la conversión de Mick Jagger a la alta sociedad, los radicalmente opuestos a estos de nuestros días y el rock & roll del geriátrico.
Y el cine, que venía prestando atención al rock desde sus albores —«Rock Around the Clock», de Bill Haley & His Comets, el rock & roll seminal por excelencia, se escucha en los títulos de crédito de Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955)— no tardó en reparar en todas ellas. La primera de las tres fue Nico. Aún no se había dado a conocer como musa del rock maldito cuando Alberto Lattuada la incluyó en el reparto de La tempestad (1958). La joven Christa Päffgen, su verdadero nombre, sólo tenía veinte primaveras.
Llegada en el 43 al bosque de Spreewald, en las afueras de Berlín, huyendo de las bombas que caían sobre Colonia, cuando el Reich de los mil años fue derrotado sin haber durado ni siquiera quince, Nico y su madre se instalaron en la capital, en el sector estadounidense para más señas. Empleada como costurera, el magnetismo que irradiaba no tardó en llamar la atención de Herbert Tobias, uno de los fotógrafos alemanes más prestigiosos de la posguerra, con quien coincidió en la preparación de un desfile. Fue él quien la puso el nombre artístico de Nico y quien la llevó a las portadas de publicaciones como Vogue, Elle y el resto de las revistas de moda más prestigiosas.
Como París aún era la capital de la moda, la joven Krista Nico, como ya se la empezaba a conocer en la bohemia burguesa del mundo de la alta costura, se instaló allí. Ya con la perspectiva que dan las seis décadas largas transcurridas desde entonces, bien puede decirse que Nico fue una de las primeras —y, además, de las pocas— modelos que se convirtieron en actrices, desarrollando con posterioridad una filmografía considerable.
Puestos a ser exactos, podría decirse que la Nico actriz nació en el 56, cuando la casa Chanel le ofreció un contrato y ella decidió irse a Nueva York a cursar esos estudios con Lee Strasberg que se dirían preceptivos para los intérpretes de la época. Ya era toda una experta en el célebre método de Stanislavski, pero lo más probable es que Federico Fellini no diera mucha importancia a esta famosa técnica para la introspección psicológica en la creación de los personajes, que Nico había adquirido con las enseñanzas de Strasberg, cuando el maestro de Rímini le confió la creación de una de las esnobs que animan una de las fiestas a las que asiste Marcello Rubini (Marcello Mastroianni) en La Dolce Vita (1960).
Y más o menos dulce era la vida de Nico entre actriz incipiente y modelo de portada de las más prestigiosas revistas. De su historia con Alain Delon en 1962 nació un hijo, Christian Aaron Boulogne, nunca reconocido por el actor francés. Como a Nico tampoco la habían llamado por el camino de la maternidad, el muchacho acabó siendo criado por los padres de Delon. Pero lo que cuenta de aquellos años para los amantes del cine es Strip-tease (Jacques Poitrenau, 1963), un melodrama sobre una joven alemana, empleada en un club de striptease parisino. Fue la primera cinta comercial protagonizada por Nico y también dio pie a la primera grabación musical que se le recuerda: la canción de la banda sonora, original como el resto del score de Serge Gainsbourg.
Con el tiempo, cuando su toxicomanía empezó a ser un problema serio, que además de apartarla definitivamente del cine, la llevó a mostrarse despótica con los músicos que la acompañaban en sus conciertos, comentó que empezó a consumir heroína en los años 70. Sin embargo, hay un dato que da mucho que pensar. Nico es la modelo que aparece en la portada de Moon Beams, el álbum de 1962 del trio de Bill Evans, uno de los mejores pianistas de la historia del jazz, y uno de los grandes yonquis que ha conocido esta música. Con estos dos apuntes, no faltarán lectores que asociarán ideas con más tino que aquellos que creyeron ver a Nico montando el caballo blanco del anuncio.
Siempre entre villanos, el rock lo descubrió de la mano de Brian Jones en el 65, el mismo año que en la pantalla colaboraba con Vincente Minnelli en Castillos en la arena. Pero Hollywood tampoco era para ella. Fue Jim Morrison quien le aconsejó que grabase sus propias canciones. Nico lo hizo valiéndose de un armonio, una especie de órgano sin tubos que llegó al rock cuando éste empezaba interesarse por los teclados de vanguardia —mellotrones, sintetizadores— de la mano de Nico. Su primer álbum, no en vano titulado Chelsea Girl, data de 1967. Desde el 66 venía protagonizando cortometrajes de Warhol. The Closet (1966), I a Man (1967) e Imitation of Christ (1967) fueron algunos de los cortometrajes de Andy Warhol que protagonizó. Pero tras su colaboración con The Velvet Underground, también a instancias de Warhol, Nico ya era un icono del rock.
Con todo, de vuelta a Francia, entre 1970 y 1979, mientras estuvo unida sentimentalmente al cineasta de vanguardia Philippe Garrel, participó de una u otra manera en todas sus películas. A veces colaboraba en la redacción del libreto, otras pasaban la noche en los tejados de París, filmando las vistas que las alturas les ofrecían. La cicatrice intérieure (1972), Un ange pase (1975) o Le berceau de cristal (1976) fueron tres de aquellos títulos. En el reparto de esta última coincidió con Anita Pallenberg. Para el madrileño Joaquín Lledó —entonces residente en Francia— protagonizó La vraie histoire de Gérard Lechômeur (1982). Nico visitó España en numerosas ocasiones. Actuó en el Canet Rock del 78. Su versión de Heroine no iba a la zaga de la de su autor, Lou Reed. Al fin y al cabo, sabía de qué hablaba.
Nico murió en Ibiza en 1988. Se despidió de su hijo —al que recuperó mientras hacía cine con Garrel— diciendo que bajaba al centro de la ciudad a comprar marihuana. Puesta a ello, pedaleaba en su bicicleta cuando sufrió un infarto agudo de miocardio, perdió el sentido y, al caer al suelo, se golpeó fatalmente la cabeza. Yo entonces trabajaba en la radio y aquella fue la primera vez que escribí sobre ella.
Hubo una vez un artista que le pegó fuego a Roma. Cuando uno de sus asombrados consejeros le dijo que estaba destruyendo su propia ciudad, con sus propios súbditos dentro, el artista respondió que se sentía como una mujer de parto que debía hacer ese sacrificio por el arte. La estupidez es la locura misma, pero a diferente potencia destructiva. O autodestructiva.