Mejor cerca del agua es una radiografía de las texturas del dolor, las obsesiones, la violencia silenciosa y la pérdida de uno mismo dentro del amor. Un retrato generacional sobre los vínculos emocionales y las raíces de la identidad.
Paula Babot escribe en Zenda acerca del proceso de escritura de Mejor cerca del agua (AdN).
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Mío. Ese es el nombre con el que guardo el Word en el que acabo de teclear unas líneas desordenadas y que no volveré a abrir hasta dentro de un par de semanas. Mío porque cuando nace es algo propio, un algo secreto que da un poco de miedo y que solo existe para mí. Porque soy yo la que necesita sacarse esto de dentro, esto que se ha estado gestando y aún no sé bien qué es o qué nombre tiene. Solo sé que está ahí y que me aprieta las entrañas, que lo noto como se sienten la vejiga llena o el estómago vacío; una especie de antojo de embarazada, una sed abismal que necesito calmar. Deslizo la punta del boli por el papel crujiente, dibujo párrafos que luego tacho, arranco hojas y vomito pensamientos espídicos hasta que de la tinta no sale nada más. Ninguna otra idea, ningún otro susurro. Cierro el cuaderno. A los pocos días el proceso se repite, y la repetición aumenta la frecuencia y mantiene la compulsión. Cada una de las veces pienso que ya está, que ya he dicho todo lo que quería decir, que no me quedan más palabras dentro. Y cada una de las veces me equivoco, porque esta necesidad es como un boomerang y nunca deja de volver.
Mi casa de entonces está en Bilbao y la Ría es el agua más cercana. Necesito despejarme y salgo a andar. Comienzo mi paseo en Indautxu y llego hasta el Puente del Ayuntamiento. Bordeo la Ría —que se escribe con mayúscula porque es columna vertebral— hasta saludar al Guggenheim desde la otra orilla. ¿De qué va todo esto?, me digo. ¿Acaso me creo escritora? ¿Se trata de otra de mis huidas? No tiene sentido ahora que he vuelto a España y he vuelto a mí. Pero, de pronto, siento fantasma su peso. El lastre de una larga sombra que llevo agarrada a la espalda y de la que no me consigo deshacer.
Llego de vuelta al piso con la firme resolución de arrancármela de cuajo. Busco en el escritorio de mi ordenador y vuelco los garabatos del cuaderno, las notas del móvil, esos pensamientos que creía inconexos y de inconexos no tienen nada, porque ahí, con el portátil sobre las piernas y la luz azul de la pantalla iluminándome, entiendo por fin. Entiendo que necesito tener una conversación conmigo misma, que lo que tengo dentro es una historia con forma de cicatriz, un tormento antiguo que en algún sitio tengo que poner porque ya no lo quiero y me hace falta espacio para criar cosas nuevas.
Así nace Creta. Decido regalarle esa sombra que ya no forma parte de mí, y al hacerlo, le doy vida. Le ofrezco algo de lo que fui, pero ella es otra y la necesidad me estruja y no puedo parar ahí, ahora lo sé: no he dicho todo lo que quiero decir y me quedan palabras dentro. A Creta le invento un mundo y me la llevo a Londres, y le creo amigos que son ventanas, y le crezco fuertes las raíces, y le presento a Ribas y a Fabio, e ¡incluso! por un momento, por una milésima de segundo, estoy tentada de concederle el final feliz que nos han enseñado a anhelar.
Pero no, no puede ser. Me freno, porque las respuestas no siempre son claras y los finales no siempre están definidos, y no hay nada que sea más verdad que eso. Me contengo porque uso la voz de Creta para hablar de otras heridas que no son la mía y coger de la mano a cualquiera que me lea y piense: “Joder, esta historia me suena”.
En cada línea, un recordatorio: no es amor, es otra cosa.
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Autora: Paula Babot. Título: Mejor cerca del agua. Editorial: AdN. Venta: Todostuslibros.
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