Cuando tenía 13 años, me presenté a delegado de la clase. Tuve que competir con otros dos candidatos: Bertino y Jaime. Bertino y yo nos presentamos un poco por tocar las narices porque estaba claro que Jaime iba a ganar de calle.
—Has jugado muy bien.
Y a ti te tocaba estrecharle la mano, cuando lo que te apetecía era soltarle:
—Vete a la mierda, Jaime.
El día de las elecciones a delegado, todos escribimos en un papel el nombre de nuestro candidato, lo doblamos y lo metimos en una caja. A continuación, salieron al encerado dos alumnos: uno iba sacando los papeles y leyendo en voz alta el nombre que aparecía en ellos, y el otro iba añadiendo un palito al lado de cada candidato que se nombraba. Para sorpresa de nadie, el encargado de leer los nombres entonó una melodía monocorde: Jaime, Jaime, Jaime, Jaime… Solo se quebró aquella rima consonante en una ocasión, cuando en un papel apareció de pronto un Bertino. Le colocaron entonces a Bertino un palito solitario y siguieron abriendo papeletas: Jaime, Jaime, Jaime… La expectación iba en aumento porque en algún momento tendría que aparecer mi nombre. Sin embargo, el recuento avanzaba y mi nombre no aparecía. Llegamos a la última papeleta. Varios alumnos pronunciaron en voz alta lo que esperaban oír: Celso. Se desplegó el papel y se leyó el nombre que contenía: Jaime.
Una oleada de estupor recorrió la clase. ¿Qué cojones acababa de pasar? Dos cosas estaban claras: Jaime había cosechado un triunfo arrollador y Bertino había hecho el ridículo votándose él solo a sí mismo. ¿Pero qué pasaba conmigo? ¿Cómo calificar mi resultado de cero votos? Era un fracaso tan imposible de superar que casi parecía una victoria, revestida además por la dignidad de haber votado por otro candidato. Recuerdo la forma en que me miró la profesora. Todavía hoy no sé si aquella mirada quería decir “eres un genio” o “eres un imbécil”.
Esta épica del fracaso estrepitoso volvió a ponerse de manifiesto el pasado 4 de diciembre, cuando un tal David Magrañal, vecino de El Puerto de Santa María, anunció en Twitter (que se jodan los que la llaman X) que había ido a la biblioteca municipal de Jerez a presentar su novela El asesino de viejos y no había acudido absolutamente nadie. Por ese gusto que tenemos en España por los perdedores, el tuit se viralizó y superó los dos millones de visualizaciones. Varios medios de comunicación recogieron la noticia del escribidor gaditano que no había concitado ni una sola muestra de adhesión a la puesta de largo de su novela en una biblioteca jerezana. Curiosamente, varios de esos medios eran diarios deportivos.
Se hace duro hacer una presentación de la novela y que no vaya nadie.
Pero bueno, uno despierta el interés que despierta.
Aún así, he donado un ejemplar a la Biblioteca Municipal de Jerez para quien lo desee pic.twitter.com/XroFKv1DJd— David Magrañal (@DavidMagranial) December 4, 2024
Esta derrota sin paliativos, este 7-0 en la presentación de su novela, desató una ola de solidaridad, y el Twitter de David Magrañal se llenó de comentarios de Jaimes que le estrechaban la mano y le decían: “Has escrito muy bien”. La gente empezó a sentir un interés desmesurado por El asesino de viejos y por ese autor maldito al que nadie había ido a escuchar y que estaba llamado a cambiar la historia de la literatura. De pronto parecía que David Magrañal era Stendhal, que dedicaba sus libros a los cuatro gatos que lo leían (To the happy few), o John Kennedy Toole, que se suicidó porque nadie publicaba su libro y cuya novela logró encontrar una editorial post mortem por la insistencia de su madre.
Por fin parecía que El asesino de viejos (editada en un sello que, si no es de autopublicación, lo parece) iba a recibir todo el cariño que le había sido negado hasta ahora, porque la verdad es que esta novela no es una de esas que, cuando pasan a nuestro lado, nos hacen girarnos y decir:
—Mira esa novela, qué culazo.
Esta es más bien una novela a la que nadie presta atención, una novelita lánguida que pasa sus noches en vela mordiéndose las páginas de deseo y soñando con que un lector la desvirgue leyéndola y la haga sentirse novela. Por eso le sugiero a David Magrañal que le ponga a su novela la misma faja que las editoriales les ponen a los libros que no lee nadie y que nos quieren presentar como joyas en el fango. Es una faja que dice: “El secreto mejor guardado de la literatura española”.
Como mentir en Twitter es gratis, mucha gente afirmó que se iba a comprar el libro. Puede que alguno lo hiciera (como dijo el torero, “hay gente pa tó”), pero tampoco nos vengamos arriba. Por eso me hizo gracia que varios medios, alimentando el sensacionalismo de la noticia, señalaran que se había agotado la novela en Amazon, como si Amazon tuviese 5.000 ejemplares de El asesino de viejos y no uno o dos a lo sumo.
Sorprende que todo este alboroto se haya montado por una presentación a la que no ha ido nadie porque se está sobredimensionando la magnitud de este fracaso. Parece que David Magrañal haya sido abandonado a su suerte por seiscientas personas cuando lo cierto es que tan solo lo han abandonado cinco, porque este es el número de asistentes que tiene la mayoría de presentaciones literarias. De esas cinco personas que acuden a tu presentación, cuatro o cinco (a veces incluso seis) son familiares y amigos. La presentación es un teatro en el que alguien se disfraza de escritor y, desde su tribuna, habla como si no conociera de nada a gente con la que se ha estado tomando un café hace media hora.
Luego hay que hacer siempre una foto de los asistentes de tal forma que la cámara no muestre todos los espacios vacíos, sino que aparezcan tus primos en el borde de la imagen, como si más allá de esos bordes hubiese una multitud sedienta de literatura. Tiene que ser una foto exactamente igual que la que tiene David Magrañal en su perfil de Twitter (una presentación a la que fueron algunas personas y que por tanto no tuvo la menor repercusión).
En el caso de que no tengas esas cinco personas para colocarlas en los bordes de la foto porque no ha venido nadie, no te preocupes porque estás de suerte. Simplemente haz como David Magrañal y escribe un tuit diciendo que estás más solo que la una para que el As y el Marca se hagan eco de la presentación fallida de tu novela y para que incluso te entrevisten en Cuatro. Cinco personas no son noticia. Cero, sí.
Por eso debo decir que me sentí engañado cuando me enteré de que David Magrañal no estuvo completamente solo en su presentación, sino que acudió acompañado de su madre, porque si viene tu madre ya no es un fracaso esplendoroso a lo Celso. Es un fracaso cutre a lo Bertino. Aunque también te acerca un paso más a John Kennedy Toole, eso es cierto.
Todas estas miserias que rodean a las presentaciones literarias las conozco de primera mano porque hace unos años (confieso, padre, que he pecado) me tocó presentar la novela de un escritor de un cierto renombre. Era una novela con la que había obtenido un premio y, según me contó, no tenía nadie para presentarla en un acto que iba a tener lugar en la FNAC la semana siguiente, así que me propuso que lo hiciera yo. Como era joven e inexperto, me sentí halagado y acepté. Un par de días después, el escritor me dio un ejemplar de la novela para que la leyera. Era un bodrio monumental, un sinsentido mayúsculo, una cagada estratosférica, pero ya no había vuelta atrás, y me tocó el papelón de presentar una novela infame que jamás habría debido ser concebida, escrita, publicada, premiada ni presentada. Pero por encima de todo, lo que no debía era ser leída, y anduve varios días preocupado por si alguien del distinguido público, confiando en mi discurso fraudulento, se compraba la novela, la leía y me denunciaba a la OCU por publicidad engañosa. La preocupación se me quitó en cuanto llegué a la FNAC y me di cuenta de quién era el distinguido público.
De las siete personas que había en la presentación, cuatro eran de mi familia y habían venido por tanto a verme a mí. Los otros tres eran unos viejos que conocía de vista porque asistían sin falta a todos los actos culturales para echar la tarde y ver si con suerte les daban algo de picar y así ya se iban a casa merendados. En esta presentación no se sirvió nada de comer ni de beber, así que supongo que a los viejos les dio el bajón. Si algún día presentáis un libro, no vayáis con las manos vacías. Servid aunque sea un vino Don Simón y unos cacahuetes revenidos. No juguéis con las ilusiones de los viejos.
Había, por tanto, cuatro personas de mi familia que sabían que la novela era mala y tres viejos a los que les daba lo mismo lo que les presentaran. Me tranquilizó saber que nadie iba a caer en la trampa de comprarse la novela. Me sorprendió, eso sí, que al acto no hubiese asistido nadie verdaderamente interesado en el escritor. Yo había convocado a cuatro personas. Los tres viejos eran comodines intercambiables. El escritor, por sí mismo, no había logrado convocar a nadie.
Cuando acabó la presentación, se abrió un turno de preguntas y ocurrió lo que era previsible. Uno de los viejos, que se había pasado la mayor parte de la presentación dormido, tomó la palabra porque a eso era a lo que había venido, a socializar, y empezó su intervención de la peor forma posible:
—Yo no me he leído su libro, pero quería preguntarle por…
Y preguntó por algo que no tenía absolutamente nada que ver con la novela.
Me pregunto si El asesino de viejos tratará de alguien que mata a viejos en presentaciones literarias. A saber. Que no espere David Magrañal que me lea la sinopsis de su novela para comprobarlo, que ya puede darse con un canto en los dientes con esta contrafaja.
Tras la intervención del viejo, finalizó la presentación y aquí tuvo lugar el único instante de gloria del escritor, porque apareció una alumna suya y le pidió que le firmase un autógrafo en un cuaderno. Vi al escritor estampar su rúbrica muy ufano. A mí este peloteo low cost, en el que no te chupas la presentación ni te compras el libro, me pareció bastante humillante, la verdad.
Me despedí del escritor, tiré su novela de camino a casa al contenedor de reciclaje y me olvidé del asunto, hasta que tres días después apareció una noticia en un periódico regional sobre la presentación de la novela. La noticia empezaba de esta forma: “En una FNAC abarrotada de gente…”.
Abarrotada. Abarrotada es una actuación de Taylor Swift en el Bernabéu. Esta presentación literaria se podría calificar de desolada, desangelada o desastrada, pero abarrotada no. ¿Qué me estás contando de abarrotada? Si eran mi familia y tres viejones. Si ni siquiera había nadie de la familia del escritor. Si, de hecho, no había asistido ningún periodista que pudiese dar fe de que la sala estaba abarrotada.
Aquí fue cuando comprendí para qué se había hecho la presentación: para decirle a la gente que no había ido que la FNAC estaba abarrotada de gente deseosa de oír al escritor. La única duda que me queda es si el escritor le contó al periodista que la presentación había sido todo un éxito o si fue directamente el escritor el que escribió la noticia que firmó el periodista. Todo esto para que os fieis de la prensa cultural.
Sin embargo, el gran error que cometió el escritor fue tratar de vender un éxito ficticio. Si hubiese hecho como David Magrañal y hubiese confesado su rotundo fracaso, habría despertado un mayor interés por su novela. La prueba está en que a nadie le importó aquella noticia revestida de un glamour prefabricado y, en cambio, todos os estáis preguntando ahora quién es ese escritor y cuál es esa novela deleznable que ni siquiera se compró su alumna pelotera. Muchos os la compraríais. Seríais capaces incluso de agotar las existencias en Amazon.
Esta, y no otra, es la gran enseñanza de David Magrañal: “Si no puedes ser el primero, no intentes ser el segundo. Intenta ser el último”.
Y ahora, si les parece, antes de cerrar esta contrafaja, vamos a abrir un turno de preguntas del público. ¿Alguien se anima? No tengan miedo, que aquí no nos comemos a nadie. Sí, hay un caballero en la segunda fila que levanta la mano. Un momento, que le acerquen el micrófono. Sí, adelante.
—Hola, buenas. Yo no me he leído el libro de David Magrañal, pero quería hacerle una pregunta al presentador sobre las elecciones.
—Disculpe, pero aquí hemos venido a hablar de literatura, no de política.
—No estoy hablando de política, sino de cuando usted se presentó a delegado de la clase.
—Bueno, eso es algo que queda muy lejano y no veo qué interés puede tener.
—Es que usted ha presentado a Bertino como un personaje ridículo, mientras que usted se nos muestra casi como un héroe cuando la verdad es que a usted no le votó absolutamente nadie.
—Oiga, creo que este asunto no tiene el menor interés para…
—Y usted nos quiere convencer de que hay una grandeza en obtener cero votos. Pero claro, esa victoria quedaría deslucida si tuviese que compartirla con alguien. Ahí ya no sería usted tan especial.
—No sé dónde quiere ir a parar, pero creo que ya va siendo hora de…
—Porque aquí todos hemos asumido que Bertino se votó a sí mismo.
—Lo siento, pero se nos está acabando el tiempo, así que voy a pedirle que…
—Mi pregunta es muy clara: ¿no sería usted tan cabrón como para votar a…?
—Adiós.
El texto me ha hecho recordar que allá por la primera mitad de la década de los ochenta del siglo pasado yo fui, no delegado, sino subdelegado de clase. La cosa iba bien, era un tipo más o menos apreciado y no me correspondía aquello (de eso se ocupaba la delegada) de apuntar en un papel a los que hablaban en ausencia del profesor, que a su regreso procedía a sacudir concienzudamente a los alumnos señalados. Hasta una mañana, en clase de otro profesor, en que cuatro compañeros tuvimos una trifulca y la delegada se encargó, aquella tarde y ante nuestro profesor, de poner una queja contra el subdelegado. Así que después de diez tensos minutos, similares a un juicio donde se conoce de antemano la sentencia, y en los que cada uno expuso en vano su defensa, el profesor acabó partiéndonos la cara a los cuatro. Si no hubiera sido subdelegado la trifulca de la mañana ni siquiera hubiera llegado a oídos de nuestro profesor, así que me salió cara la gracia.
Por lo visto fue una estrategia de esta seudoeditorial de turno (que no sabe ya qué hacer para llamar la atención) para ganar lectores y no tanto responsabilidad del autor. Igualmente le deseo lo mejor a él y que en su nuevo trabajo gane por goleada.