Este es, con toda probabilidad, el libro más extraño —y, por tanto, interesante— de la temporada editorial. Se trata de una gamberrada de inspiración borgiana y cervantina en la que se analiza, a través de reseñas falsas, la narrativa española publicada en la década de los 90s.
En este making of, Miguel Alcázar cuenta el origen de La crítica literaria en los noventa (La Uña Rota).
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De mi libro se han dicho varias cosas que apuntan a que es un libro muy gracioso. Por ejemplo, Aloma Rodríguez ha dicho en Radio 3 que es un libro «divertidísimo». Nadal Suau desde Publishers Weekly que leerlo es «una juerga». Eva Blanco en Vogue que ofrece «risas aseguradas». Sergio C. Fanjul que le parece «descacharrante».
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Y es que no fue cosa de risa intentar dar con una idea que me motivase a ponerme a escribir las veintipico mil palabras que acabó por tener el manuscrito, que me diréis que no son muchas pero que, eh, se tienen que escribir. No fue cosa de risa sudar la gota gorda hasta dar con el formato de una antología de reseñas inventadas a libros realmente publicados en la década de los 90 en nuestro país. No fue cosa de risa repasarme toda la literatura de aquella época para que se me ocurriese alguna agudeza original y llamativa sobre cada uno de los libros —casi 300, desde Ray Loriga a Danielle Steele— que incluiría en la falsa compilación, cuidando de no repetir el tono de una reseña a otra y aderezando de reflexiones literarias cada chiste para que la cosa no quedase del todo —por los pedantes y tal— banal. No fue cosa de risa darle mil vueltas de tuerca al modelo hallado, que si incluyendo reseñas en blanco (a Tiempo de silencio), reseñas escritas al revés (a La flecha del tiempo), reseñas que no terminaban de empezar (al Tristram Shandy), todito muy chachi y experimental.
No fue cosa de risa encontrarme con un manuscrito rarísimo ya terminado, momento en el cual me entraron ciento y una dudas sobre la viabilidad de su publicación. No fue cosa de risa, presa del descreimiento, probar el material en la red social X y comprobar que, hostias, sí, la cosa tenía tirón —me seguía todo el mundo guay del mundillo literario, la cuenta salió reseñada en un par de periódicos de tirada nacional— por tanto aumentando la presión. No fue cosa de risa cuando conseguí que un editor de una editorial pequeñita pero mona se entusiasmara con la idea de sacar el libro, como no fue cosa de risa el comprobar, después de que ese editor me diese la chapa durante varios días y de malos modos sobre lo que odiaba las solapas de los libros (aún le doy vueltas a esto desde la soledad de mi hogar), que quizás esa no fuera a ser la —la relación autor-editor parece la de dos adolescentes ligoteando— editorial.
No fue cosa de risa firmar después con un potente sello perteneciente a un gran grupo editorial para que finalmente —cachis, justo antes de recibir un cuantioso adelanto que no hubiera devuelto ni en broma— los jefes de los jefes de los jefes de la editora se echasen atrás. No fue cosa de risa volver a enviar el manuscrito a unas pocas editoriales selectas para que una estupendérrima me la aceptase, ¡hurray!, pero, claro, implicando esto quedar un poquito mal con las demás.
No fueron cosa de risa los nervios en la antesala de publicar un libro tan raro en una editorial tan prestigiosa como la uÑa RoTa (el corrector de Zenda no se ha vuelto loco, y es que a mis geniales editores segovianos les gusta estilizar su nombre así), nervios que me llevaron a corregir las reseñas inventadas tantas veces que acabé, supongo, no lo sé, por tocarle los cataplines a mi paciente editor. No fue cosa de risa ver cómo la distribuidora y muchas librerías cometían el entendible error de pensar que un libro titulado La crítica literaria en los noventa era un libro sobre eso, crítica literaria en los noventa, mi librito en muchas librerías cómodamente arrinconado en la sección de Estudios Literarios (estudis literaris en aquellas librerías que operaban en catalán).
Tampoco fueron cosa de risa —y ya termino, que los catálogos literarios funcionan solo si no son muy cansinos— las presentaciones del libro (qué nervios, joder), las entrevistas para prensa y radio (pero qué majos los periodistas culturales de este país), la mención negativa al libro por parte de un crítico literario famosete en los 90 (bueno, esto sí fue un poco cosa de risa, porque el buen hombre se quejaba de que mi libro no fuese aquel libro serio y respetuoso que —según él y nadie más— realmente merece la crítica literaria de aquella época), etecé, etecé.
Creo que lo habéis pillado, ¿no?
Que el asunto de escribir y publicar un libro, pese a que este sea de humor, no suele ser todo goce y bacanal.
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Y sí, parece ser que todo aquel que ha cogido el libro entre sus manos se lo ha pasado en grande, y que en sus páginas podemos encontrar a disparatados reseñistas que confunden a Almodóvar con Amenábar, que fantasean con libros infantiles del palo de Teo comienza a fumar, que opinan que Harry Potter se debería haber traducido en España como Enrique Alfarero, y muchos chistecitos de este calibre y de mucho mérito —qué feo está que yo lo diga, eh— literario e intelectual.
Bueno. Muy bien.
Que lo disfruten y se rían con él sus lectores, que yo lo que necesito es descansar.
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Autor: Miguel Alcázar. Título: La crítica literaria en los noventa. Editorial: La Uña Rota. Venta: Todostuslibros.
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