En febrero del 68 el prestigioso historiador británico de la arquitectura, Reyner Banham, que se encontraba por entonces dando clases en la Universidad de Los Ángeles, decide hacer un viaje en coche para conocer Las Vegas. En un momento dado del trayecto, por simple curiosidad y de manera espontánea, él y su acompañante se desvían de la ruta. Tras recorrer unos cinco kilómetros alejándose de la autopista, van a parar a una cuenca poco profunda “que carece de nombre en los mapas”. Y es entonces cuando, al bajarse del coche para poder apreciar mejor el paisaje, presencia lo que resume como “una visión del esplendor supremo del desierto”. Una revelación que cambió su vida porque, a partir de ese momento, “mucho antes de que el coche finalmente se pusiera en marcha, supe que yo era un fanático del desierto”.
Este libro, publicado pocos años antes de su fallecimiento, es una especie de diario de los largos viajes que lo llevaron durante años a recorrer los desiertos del suroeste de Estados Unidos y que habían comenzado con esa visión reveladora. La historia de la humanidad está vinculada de una manera muy espiritual al desierto, símbolo y metáfora “del infierno y la muerte, la belleza y la moral, de la fugacidad de la vida y la persistencia de los seres vivos”. La mirada cultivada de Banham no solo es capaz de describir con gran precisión y con un vocabulario lleno de riqueza visual los distintos paisajes que visita de manera que al lector que nunca haya estado allí no le resulte complicado seguir su ritmo, sino que también es capaz de hacernos comprender la peculiaridad de acercarse a un desierto como el norteamericano, ajeno a nuestra tradición occidental (más vinculada a los desiertos arenosos) y de unas dimensiones de espacio puro que conmocionan a cualquier europeo:
“Nada me preparó de ningún modo para aquel momento, aquella visión; nada en mis orígenes, nada obvio en mi crianza o formación y, en particular, nada en mi educación visual como historiador del arte”.
A partir de ese momento, el viaje que se inicia es un viaje de exploración con un componente místico propio de lo inefable de un hecho que nos enfrenta a lo sublime y nos subyuga:
“El desierto no es trivial. Incluso si uno solo se desliza rápidamente por su superficie con ropa y zapatos informales, incluso si el destino de cada noche es un motel franquiciado libre de sorpresas, todavía hay algo grande y misterioso en la experiencia de estar en el desierto”.
La literatura, la pintura, la arquitectura, todo el extenso bagaje que atesora el historiador entran en juego no solo para enriquecer las descripciones sino sobre todo para acompañarlo en un trabajo intenso de indagación acerca del origen y la causa de esa extraña fascinación por un paisaje duro, crudo y salvaje en el que, acaba por reconocer, no se ha encontrado a sí mismo, sino algo que valora todavía más, la belleza. Porque para un historiador acostumbrado a recorrer el mundo para admirar las obras de arte más fascinantes, el desierto norteamericano es, sin embargo, el único lugar en el que el color, como luz, se divorcia de los objetos y las formas y penetra franca e inesperadamente en el que lo mira de una manera “difícil de soportar”, conformando una respuesta estética pura que es en la que arraiga su adicción a ese paisaje. De manera que, para su perplejidad, tras su larga odisea y análisis llegará a la misma conclusión “que los irreflexivos holgazanes del desierto”, aquellos que desde un principio se habían limitado a decir que: “el desierto es simplemente bello”.
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Autor: Reyner Banham. Título: Escenas en la América desértica. Traducción: Moisés Puente. Editorial: Puente editores. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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