La derrota es el trofeo de las almas bien nacidas. No lo digo yo, lo dice Antonio Escohotado en Retrato del Libertino, cuando rememora un viaje a España del escritor Ernst Jünger. El alemán viajó a Bilbao para recibir el doctor honoris causa por parte de la Universidad de Deusto. En su discurso, Jünger saca a colación a, como no podía ser de otro modo, don Alonso Quijano.
Esta reflexión encontrada en el libro del filósofo español me vino a la cabeza día sí y día también. Eran días de confinamiento. No dejaba de darle vueltas al excelso significado de esa afirmación: “La derrota es el trofeo de las almas bien nacidas”. Repasé en la Historia y en mi historia cuántos ejemplos hay de buenas personas, de defensores de causas nobles que no cejaban de hacer de este mundo un lugar mejor.
Pensaba en mi madre yendo al hospital psiquiátrico el día de Reyes a dar regalos a unos pacientes que habíamos conocido durante el internamiento de mi abuela en el área de Geriatría. O en mi padre yendo prácticamente a diario a hacer compañía y ayudar a mi abuelo tras sufrir un derrame cerebral. Pensé también en aquellos héroes de novela que tanto rondan por Zenda, o en los de esas películas donde un hombre solo, sin ayuda de nadie, se enfrenta a toda la maldad del mundo, como Marlon Brando en La ley del silencio, o Gary Cooper en Solo ante el peligro.
Albert Camus afirmaba que la única actitud posible ante una vida que se nos presenta absurda y sin sentido es la rebeldía. Así lo manifiesta en El mito de Sísifo. Es rebelándose contra el sinsentido como el hombre encuentra su sentido. En El hombre rebelde, el francés extiende su idea y afirma que el rebelde es aquel que niega, pero que a su vez afirma.
Niega la realidad que rechaza, la injusticia, el mal, y acepta la verdad, la justicia, el bien. Es en este camino donde se encuentra el rebelde. Creo que empiezo a entender a qué se refería Camus. La victoria está lejos para los hombres buenos, pero siguen luchando contra molinos. Con cada pequeño gesto, cada pequeña acción, la victoria está más cerca, pero sigue sin estarlo plenamente.
Es precisamente porque no hay victoria porque se sigue adelante combatiendo por ella, por las causas verdaderas. Durante muchos años me llamaron la atención personajes cinematográficos a los que solía llamar cínicos. Pongo por caso el personaje de Rick en Casablanca, interpretado por el magnífico Humphrey Bogart.
Pensaba que Rick era un cínico, una persona que afirmaba rechazar cualquier sentido para este mundo, que aseguraba que su nacionalidad era “borracho”, que le daba igual nazis que moros, porque lo único importante era su negocio y, sin embargo, arriesgaba su vida y todo lo que tenía por amor y por la única causa justa.
Rick no era un cínico, Rick era un rebelde. Reconocía el absurdo del mundo y no por ello rechazaba su obligación para con él. A pesar del disfraz de tipo duro, era otro don Quijote combatiendo molinos. No habrá victoria para los hombres buenos, no total, pero sí parcial. Los vemos en los libros, los vemos en las películas, los vemos en las calles y en papá y mamá.
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