Resulta increíble que en poco más de un centenar de páginas se pueda encerrar tanta sabiduría, tanta genialidad, tanto fatalismo; un mensaje tan contundente, tan tajante y sólido como el que aporta Albert Camus en El extranjero. Es uno de esos libros que es preciso leer, al menos, una vez en la vida. Una de esas obras que nos marca un antes y un después cuando se concluye. A la altura de esos otros relatos de parecida extensión que atesoran toda la sabiduría del mundo. Como Pedro Páramo, Mientras agonizo, Otra vuelta de tuerca, El coronel no tiene quien le escriba, La metamorfosis y algún otro más.
Vargas Llosa, que siempre ha sido tan buen lector como escritor, reconoció en su día que El extranjero es, sin el menor género de dudas, el mejor libro escrito por Camus. Y lo es porque se adelantó a su época, “anticipando la deprimente imagen de un hombre al que la libertad que ejercita no lo engrandece moral o culturalmente; más bien, lo desespiritualiza y priva de solidaridad, de entusiasmo, de ambición, y lo torna pasivo, rutinario e instintivo en un grado poco menos que animal”. La extensión de la cita vale la pena, porque en ella se encierra todo el espíritu de la obra de Camus, sin olvidarse ni de un solo detalle.
Aludir a Kafka no es baladí. Quienes conozcan la literatura del escritor checo no tardarán mucho en relacionar algunos de sus textos, y muy especialmente El proceso, con la novela de Camus. La paulatina deformación de los hechos que se narran, como si, de golpe, sin esperárnoslo, el objetivo por el que la contemplamos se hubiera empañado y hubiera adquirido formas grotescas, perfiles retorcidos, nos lleva de inmediato a las más celebradas páginas de Kafka. Sucede, por ejemplo, hacia la mitad de la novela de Camus, cuando uno de los periodistas, que, con toda su cara, le confiesa a Meursault el haber “inflado un poco su caso”, puesto que el verano es temporada baja para las noticias, es descrito como “una comadreja bien cebada, con unas gafas enormes de montura negra”. Durante la vista, que, pese a la sorprendente tranquilidad del protagonista, resulta como una pesadilla envuelta en la neblina, el público es amorfo, y lo que en realidad va ganando terreno a las propias palabras, en donde está en juego la vida de un hombre, es el ruido que hacen los asistentes al abanicarse con los periódicos, atosigados por el calor.
La traducción, por esta vez, corre a cargo de María Teresa Gallego y de Amaya García. Uno no puede dejar de acordarse de aquella otra realizada, a principios de los setenta, por Bonifacio del Carril para la edición de Alianza, de cuyas fuentes bebimos la inmensa mayoría. No es este el lugar para un análisis en profundidad de este asunto, ni un servidor es un especialista en la lengua francesa. Sí que hay que decir, sin embargo, que con esta nueva aportación de Random House se subsanan algunos errores, como el de aquel conocido pasaje, ya en la playa, en el que la mujer de Masson prepara una ración de “peces fritos” (en la traducción de Alianza), frente a la “fritura”, que me parece mucho más correcto y preciso de la edición que ahora se comenta.
El extranjero está repleto, además, de pasajes realmente espléndidos. Incluso de microhistorias que podrían funcionar de manera independiente. Como la llamada “historia del checoslovaco”, cuando Meursault lee en un trozo de periódico viejo, amarillento y transparente, cierto suceso que termina en una verdadera tragedia. Se extiende durante una sola página, al final del capítulo segundo de la segunda parte. El extranjero es de 1942. Y en 1944 se publicó el texto teatral del propio Camus titulado El malentendido, que utiliza, casi con absoluta precisión, ese mismo argumento. Sin embargo, mi pasaje favorito es aquel en el que, al principio de la obra, Meursault, que confiesa no gustarle los domingos, contempla cómo cae la tarde desde su balcón. Su cuarto da a la calle principal del arrabal y desde ese lugar privilegiado —al igual que don Fermín de Pas, que atisba desde lo alto de la torre el pastelón de Vetusta—, sentado del revés en una silla, ve salir de paseo a las familias o ir al fútbol o al cine a los más jóvenes, hasta que no quedan en la calle “sino los tenderos y los gatos”. Y luego, al cabo de unas horas, ve regresar a los mismos, más cansados, más serios y pensativos. Hasta que, de pronto, se encienden las luces de la calle que “hicieron palidecer las primeras estrellas que se alzaban en la oscuridad de la noche”.
El sol, la fuerza de la luz, el calor insoportable, como sucedía en Insolación, la no menos genial obra de doña Emilia Pardo Bazán, va ganando cuerpo poco a poco hasta convertirse en el auténtico leitmotiv del relato. El clima, no lo olvidemos, modela y conforma el carácter de los seres humanos. Son decenas las veces que Camus recurre a esa luz que golpea al protagonista como una bofetada, al sol agobiante, a la lluvia cegadora que cae del cielo como una maldición bíblica. Todos consideran ridículo, durante el juicio, que Meursault culpe al sol del crimen por el que se le juzga. En todo caso, en El extranjero nada es casual. Todo está medido y calibrado de antemano, como una geometría tormentosa. Y la lección profunda de este texto va mucho más allá, incluso, de cualquier explicación racional. De ahí que nunca se agote del todo el libro y subsista a todas las épocas y a todas las modas. No se puede decir más en tan poco espacio. Un espacio en el que son igual de importantes las palabras que los silencios, y donde no faltan ciertos brotes de humor y de cinismo, abundantes y certeras reflexiones sobre la existencia. Y la convicción de que el ser humano, aunque trate de disimularlo del mejor modo posible mirando hacia otro lado, siempre camina en dirección a la muerte. “En el fondo —escribe el desencantado y pesimista Camus por boca de Meursault—, no ignoraba que poco importa morir a los treinta años o a los setenta puesto que, naturalmente, en ambos casos, otros hombres y otras mujeres vivirán, y así durante miles de años”. Amén.
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Título: El extranjero. Autor: Albert Camus. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros y Amazon
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