Una de las cosas que me empuja hacia los libros es la televisión. No porque haya algún programa que se dedique a recomendar esta o aquella novela (ojalá) sino porque en mi casa, durante el poco tiempo en el que ésta está encendida, parece ser que sólo sintoniza dibujos animados. Por la noche, cuando la peque se duerme y podemos desconectar un poco el cerebro de las obligaciones diarias, no han sido pocas las veces que un ramalazo de mala hostia me ha hecho levantarme como un resorte hacia la estantería para buscar un libro que me rescate de esa “oda a la estupidez humana” que puebla el prime-time de algunos canales de televisión de nuestro país.
No me refiero a ningún programa en concreto ni a ninguna cadena de manera específica. No me gustaba el programa de Sanchez Dragó ni me gustan los programas de Punset. Me considero una persona bastante normal a la que le gusta, como a todo el mundo, Juego de Tronos y The Walking Dead. Puede que mi curiosidad o mi inquietud intelectual esté un pelín por encima de la norma pero no es ni excusa ni nada nuevo. Todos somos conscientes de que hoy en día la televisión en general y los programas asociados al “periodismo de investigación” en particular, han sufrido una degradación de tal calibre, que parece más interesante para el público a qué mierda de discoteca va el hijo de cualquier “colaborador” (creo que así lo llaman) de un programa de medio pelo que lo único que amerita es encamarse con algún fulano pseudo-famoso, que el hecho de que Europa haya estado descojonándose de nosotros más de ocho meses porque no éramos capaces ni de formar gobierno tras dos elecciones generales.
La información muchas veces se convierte en desinformación y lo que antes entendíamos como “reality”, hoy es una subasta de carnaza en la que cualquiera vende a su madre o a sí mismo por un puñado de euros. La televisión se aprovecha del sufrimiento ajeno, lo disecciona y lo vende. Algunos periodistas buscan más el titular que la noticia y se prima ser el primero en darla en lugar de ser el mejor. Esto es “Queremos que vuelvan”. Una crítica sin piedad al mercadeo de información y telebasura que puebla las redacciones de algunas revistas y productoras de televisión. Un dibujo descarnado de parte de la sociedad actual que prefiere consumir información sin contrastar de manera rápida, que información veraz pero pausada. Preferimos leer un tuit que un artículo de investigación y es más importante que te verifiquen en Twitter que firmar el editorial de uno de los periódicos nacionales. La gente quiere ser tertuliano, no periodista.
Miguel Ángel Santamarina, compañero de celda a quien poco a poco voy conociendo un poco más, nos habla de todo esto en su novela “Queremos que vuelvan”. Éste es el primer libro de este joven burgalés en el que nos cuenta la historia de la desaparición de Bruno y Mario, dos chavales de Alcorcón, después de una noche de fiesta. La noticia, que al principio pasa desapercibida para la prensa, no tarda en ser el tema estrella del programa sensacionalista de moda en la televisión. La resonancia que experimenta todo lo que rodea a la situación que pasan las familias, apantalla una realidad mucho más cruda, surrealista y verosímil de lo que nos podamos imaginar. Y es que todos, en algún momento, hemos sabido de noticias parecidas a las que nos relata el autor.
Miguel Ángel, muy ambicioso en este punto, consigue hablar de algo tan delicado como son las desapariciones de niños, haciendo un ejercicio literario en el que el peso del drama se reparte de manera irregular pero calculada entre las diferentes tramas que conforman la novela. Esta técnica, que suele pasar factura si no se utiliza adecuadamente, le ha permitido al autor convertir el drama en intriga y la angustia en ansiedad para darle al texto una agilidad que permita leerlo de manera sencilla. Frases simples, cortas y directas, aderezadas con mucho diálogo, hacen que desees retomar la trama que el autor dejó en el aire en el capítulo anterior. Muy “Junguiano” en la construcción de personajes, Miguel Ángel no ha querido enredar al lector en complejas psicologías, pero ha conseguido cerrar figuras consistentes. En “Queremos que vuelvan” sabemos quién es quién y eso, en este tipo de novelas con un mensaje tan claro, es de agradecer.
También hay que reconocerle al autor otra cualidad: su honestidad con el oficio de escritor. Decía Juan Gómez-Jurado que “hay dos tipos de escritores: los que escriben para los demás porque se han enamorado de una historia tanto y quieren contarla por encima de todo y los que escriben para su mamá. Los segundos son tremendamente reconocibles porque ponen un enorme esfuerzo en poner de manifiesto que son autores tremendamente importantes. Luego estamos los que queremos contar una historia con tanta fuerza que nos damos cuenta que está por encima de nosotros. Esa es la parte dura porque, generalmente, hay partes del texto que nos encantan pero si no sirven a la historia hay que eliminarlas”.
La novela no es larga y se nota que ha sufrido bastantes tijeretazos. Ha dejado la narración en lo indispensable, con lo que consigue un ritmo veloz que hace que las páginas se hagan pequeñas. Esto es importante para una primera novela de un autor que debuta, ya que declara que no pretende vender la imagen de escritor capaz de escribir un libro de quinientas páginas. La historia le pide doscientas ochenta páginas y esas son las que tiene. Lo importante es la historia, no el escritor. Desde aquí mi enhorabuena al autor. Miguel no se pierde en digresiones que se alejen del nudo de la historia y sólo le da un respiro al lector cuando salta de una trama a otra. Tramas dispares y con atmósferas muy diferentes pero magistralmente hilvanadas para terminar encajando en un final que no puede dejarte indiferente. Yo solté más de un taco. Solo os digo eso.
“Queremos que vuelvan” es una foto, un guiño y un aviso. Un aviso de lo que puede ocurrir en las esferas empresariales, políticas y, sobre todo, mediáticas de nuestro país. Un aviso de que debemos cambiar algo en nuestra forma de consumir información porque como sigamos así, por lo menos en mi casa, mi televisión sólo va a sintonizar dibujos animados durante un montón de años más. Es normal que en los medios de comunicación, haya carencia de gente con pelotas para ir de corresponsal a Siria, no digo que no. Lo que ya no es de recibo es que haya gente que prefiera “pillar a un tronista” en pelotas en cualquier playa que entrevistar a Snowden. Más no puedo decir. Leed la novela y buscad coincidencias con lo que hay en algunas revistas, periódicos o televisiones. O mejor, buscad las diferencias, creo que acabaréis antes.
Y al autor un pequeño mensaje: no sé de dónde vas a sacar el tiempo, amigo. Pero no dejes de escribir.
Yo me vuelvo a mi celda porque, visto lo visto, se está mucho mejor dentro que fuera.
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Título: Queremos que vuelvan. Autor: Miguel Ángel Santamarina. Editorial: Círculo Rojo. Edición: Papel y Kindle
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