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No pienses, mira, de Mercè Ibarz

No pienses, mira, de Mercè Ibarz

Mercè Ibarz tiene autoridad moral para hablar sobre cuestiones artísticas porque durante años ha sido profesora de arte y cronista de exposiciones. Ahora publica un ensayo breve en el que invita al lector a enfocar la mirada y establecer una relación directa con las obras de arte.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de No pienses, mira (Anagrama), de Mercè Ibarz.

***

Mirar es pintar. Y pintar es mirar. No lo sa­bía la primera vez que vi aquellos colores vivos pintados, directos a mis ojos, una llamarada que no podía dejar de mirar. Tenía quince años, no había estado nunca en ningún museo ni menos en una galería de arte y no habría sabi­do decir qué eran aquellos colores y aquellas formas de una habitación roja en una pantalla: eran diapositivas. Poco sabía quién era Matisse, nombre que había leído en el programa de la conferencia en los bajos de la biblioteca, había entrado por el eco de aquel nombre francés, un idioma que me gustaba, lo había aprendi-do un poquito en el pueblo y ahora que en la ciudad iba al instituto tenía en buena conside­ración al profesor de francés, que el primer día ya se burlaba con afecto y en francés si respon­días que en pintura te gustaban los bodegones, a la alumna que lo dijo la llamó ma pomme todo el curso. Total, que entré. Recordando cómo era entonces y cómo continúo siendo aún en tan­tas ocasiones, seguro que fue una manera de no ir a clase y que en el único cine que había entonces en la ciudad no ponían una película que me atrajera. No sabía nada de arte, solo al­guna cosita de carteles de cine, tebeos y revis­tas juveniles a color, y así caí, no puedo decir-lo de ninguna otra manera, en la maravillosa madriguera del rojo y el azul y el verde envol­viendo a una mujer, una mesa, una pared, una ventana, hipnotizada. Cerré los ojos de tanto que me escocían. Cuando los abrí, luz y colores fundieron el interior y el exterior de la chica que era como si estuviéramos en el laboratorio de química, y surgió de ahí una combinación nueva y extraña para mí. Aunque la sala estaba a oscuras el paso de las imágenes luminosas no constituía una película, estaba desconcer­tada, los ojos como platos, tampoco sabía decir entonces que estaba emocionada y ahora pue­do decirlo, porque aquella visión ha tenido consecuencias, dulces y saladas, de todos los gustos, que me han ayudado a ver tanto como el cine. El color sigue siendo para mí la fuerza de contemplación y de acuerdo con el arte que me conmueve. Y eso que eran diapositivas, aquel sistema hoy antediluviano de ver en pantalla imágenes de la cámara fotográfica analógica.

Ahora bien: ¿miramos de la misma forma un cuadro en un museo y en una galería de arte que en una reproducción impresa, una foto, una pantalla grande o pequeña, sean o no diapositivas? No. Se pierden cosas. Pero, lo digo desde estas primeras páginas, tampoco es para tanto: me gusta hacer fotos de los detalles de una obra, con la fotografía ves más, la cá­mara ayuda a ver más, a relacionarte con más alegría con la obra, como si le vieras la ropa interior y te susurrara muy cerca. Miraba un día un Canaletto en directo y le hice fotos de los detalles inferiores y de la mitad del cuadro: el corazón me dio un vuelco al descubrir un miniaturista de la figura humana que se hace pasar por un pintor de atmósferas del inmen­so azul del cielo y vistas imponentes de apa­riencia impersonal dedicado en exclusiva a la magnificencia. Oh. Muchos artistas sacan fo­tos de sus obras en marcha y de obras de los demás como parte del proceso de creación y de trabajo, y los detalles son la base de tantos estudios que alzan así un poco la alfombra de los secretos reveladores de la obra de arte. Por­que la cuestión es llegar a ver, como sea. Me­diante pantallas, una foto, una postal, un libro ilustrado, un catálogo de exposición, una re­vista, un calendario, una reproducción de ca­lidad de internet.

Mirar directamente es primordial pero sa­car fotos de los detalles, un film de arte visto en el cine o en la tele e incluso por el móvil (su­pongo, no gasto), sirve, amplifica la mirada. La relación es nuestra y la llevamos como pode­mos, como sabemos, como queremos. Y qué decir de las visitas virtuales a los grandes mu­seos – ¡del planeta entero!– que podemos ha­cer hoy y que, no nos engañemos, a menudo compensan de no poder ver bien la obra que, si vas en persona, tiene tantos visitantes de­lante que es imposible dedicarle atención, tendrías que asaltar el museo cuando no hay nadie y conocer sus sistemas de alerta e ilumi­nación, y eso por desgracia no figura en las prioridades de los amantes y curiosos del arte y de las imágenes, tal piratería de la imagina­ción ha quedado obsoleta sin haber nacido y ahora la sustituye la experiencia virtual.

Solo que internet, las fotos, los films no pue­den dar ni hacer ver el formato de la obra ni cómo son sus colores ni su paso por el tiempo ni tampoco la textura de sus materiales. Estas páginas son una invitación a mirar sin panta­llas ni intermediarios. Y por encima de todo, tanto si miramos el original como la traducción que es toda reproducción, son una llamada a mirar la obra de arte como la primera vez que ves a alguien. Tanto si es uno de tus amores como si la descubres. El amor conocido no lo es nunca, también es una obra de arte.

Mirar, mirar, mirarnos la cara, vernos. Sin pensar, lo harás después. El contexto, la infor­mación, todo eso viene luego. Propugno sin manías la relación íntima con la obra, culta o popular, de todo arte. Me centraré en pinturas y alguna foto, con la aspiración de que sirva para cualquier otro arte, artesanía, diseño y todo lo demás. De entrada, no pienses, mira. Estamos en un terreno íntimo, privado, de constelaciones interiores, de pasado y presen­te y hasta de futuro: a pesar de que la palabra futuro casi ha desaparecido del vocabulario contemporáneo, el arte es futuro. Toda rela­ción que lo valga cree en el futuro, maldita sea si no.

Con el arte también es así. Es una relación personal como el amor y la amistad y, a la vez, por estar inserta en un sistema cultural de si­glos de una creación en buena medida colecti­va, comunitaria, la de cada cual con el arte es poliamorosa y poliamistosa por naturaleza, depende bastante de la curiosidad, del conoci­miento y la práctica que has tenido y tienes, de la vocación y la devoción, de la fe en la obra de arte y sus herejías a contracorriente. ¿Fe, de­voción? ¿Mística? Qué dice ahora esta mujer. No exactamente. Soy desconfiada de raíz, ven­go del campo, es el trato con el arte lo que me ha regalado confianza y, también, el riesgo de perder el miedo a las palabras, como fe y devo­ción, y así, caramba, qué gran cosa, no confun­dirlas con sucedáneos ni eufemismos. La aten­ción es necesaria, en este asunto, es lo que más cuenta. Para no caer en, y mucho menos prac­ticar, el amor tóxico. Todo no vale. Lo retoma­ré después. ¿Puede la contemplación de las artes visuales ser tóxica?

(…)

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Autor: Mercè Ibarz. Título: No pienses, mira. Ante la obra de arte. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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