Hay novelas que corren el riesgo de pasar desapercibidas pese a su calidad, pequeñas joyas que quedan sepultadas por una avalancha de libros olvidables. Ya no quedan junglas adonde regresar, de Carlos Augusto Casas (VI Premio Wilkie Collins, M.A.R. Editores, 2017) es uno de esos diamantes en bruto que le da al género negro una bocanada de aire fresco entre tanto libro clónico, saga familiar tormentosa y asesino en serie nórdico.
Hace tiempo que vengo repitiendo la misma cantinela: las editoriales pequeñas son las que más se arriesgan con sus lanzamientos. El pecado de la edición actual viene de editores acomodados que solo publican aquello que haya funcionado con anterioridad. Incluso copian formatos de portada y palabras clave en la sinopsis (trepidante, adictiva, no podrás parar de leer). Por eso es tan importante darle visibilidad a obras como esta, que por otro lado deberían ser las habituales en un género llamado negro. La novela negra debe asomarse al abismo, llevarnos a esas zonas por la que jamás pasaríamos, conocer a personajes que se sienten vivos y reales pese a su crudeza o condición.
España va bien, dicen en el telediario, pero la realidad es otra. Y Carlos Augusto Casas no tiene miedo de internarse en ella. La prostitución existe, igual que los ajustes de cuentas. Abogados sin escrúpulos, policías desencantados, personas marginales, ancianos abandonados… es parte de la realidad cotidiana. Casas tiene el buen ojo de añadir toques de humor muy negro a la narración (atentos al momento “tigretón”) porque sabe que quienes viven en la cuerda floja no están desesperados las 24 horas del día, sino que tienen amigos y, como todos, buscan la felicidad. Esos destellos de humanidad dotan a la novela de una verosimilitud asombrosa.
“Aislado de todo y de todos, el viejo contemplaba a la mujer feliz mientras le contaba sus sueños. Sueños ilusorios, frágiles, como pompas de jabón que hay que liberar para que la realidad no las alcance y las haga explotar con sus torpes manos”.
Las descripciones, teñidas por una pátina de desesperanza y hastío, le dan un halo todavía más creíble. Con apenas unas pinceladas, el lector ya sabe cómo son cada uno de los personajes:
“No cabían más dioptrías en los cristales de las gafas del tipo que llevaba la pensión Habana. Enjuto, los hombros hundidos por el peso de la caspa, ojos vidriosos como peces dentro de un acuario y en la garganta una carraca”.
Ya no quedan junglas adonde regresar es la historia de una venganza. El Gentleman, un anciano solitario que pasa los días en un bar de la calle Montera, solo desea que lleguen los jueves. Ese día, previo pago de unos billetes, tiene el placer de hablar con Olga, una prostituta rusa, y contarse mentiras sobre la vida que les gustaría llevar. Él, piloto de aviones. Ella, modelo internacional. Una vía de escape de una realidad en la que ambos están abandonados. Todo cambia cuando la chica aparece muerta y algo se rompe en el interior del Gentleman. A partir de ahí, este antihéroe con artrosis moverá cielo y tierra para cobrarse la vida de sus asesinos. Tras él enviarán a Herodes, un profesional que también se evade en una vida que no es suya, representando el papel de marido ideal cuando llega a casa y el de asesino sin escrúpulos cuando se lo pide un capo mafioso. Por supuesto, la policía también está tras su pista en forma de una inspectora de homicidios a la que recientemente ha abandonado su marido. Un coctel molotov de mecha corta que explota en las primeras páginas y no deja de arder hasta su espléndido epílogo, donde se hace una tremenda reflexión sobre el castigo y la derrota.
En algún sitio leí que esta es la primera novela de Carlos Augusto Casas. No lo parece. Puede que sea su ópera prima, pero está claro que detrás hay un largo aprendizaje y muchas, muchas lecturas muy bien asimiladas. La fuerza de la narración recuerda al Andreu Martín más salvaje, el de novelas como Prótesis o A martillazos, junto a otros como a Julián Ibáñez y ese fino humor que tenía Francisco González Ledesma. Tres maestros concentrados en una pequeña píldora de apenas 200 páginas que se disfrutan tanto como se lamenta que se acabe. Aunque no lo ponga la sinopsis, es una novela trepidante y adictiva que no podrás dejar de leer. Por encima del eslogan publicitario, esta vez es cierto.
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Autor: Carlos Augusto Casas. Título: Ya no quedan junglas adonde regresar. Editorial: Mar. Venta: Amazon y Fnac
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