La mejor lección que nadie le había dado nunca para escribir al narrador de Visaje, de Luis Rodríguez (Cosío, 1958), se encuentra descrita entre las páginas 85 y 86. Parte del mundo real, aunque el método que describe es uno de entre los infinitos métodos posibles que otorga el fruto de la actividad poético-imaginativa de Rodríguez, que transporta a nuestra imaginación, esa facultad irracional del ser humano, a una versión verosímil de la realidad. Y de esta manera, precipita en Visaje, un espectáculo narrativo, que rebosa divertimento verbal y nos otorga lucidez, además de llevarnos en volandas hasta el final.
Y esto es, sencillamente, lo que nos ofrece Luis Rodríguez en su última obra. Un experimento narrativo que está a caballo entre un diario y un simple registro de textos. Está estructurado en grupos de uno, dos y tres días, que se conforman a modo de diez capítulos, abarcando diecisiete días, donde un narrador registra, como si fuese una reencarnación de David Markson, enunciados congruentes, incongruentes, coherentes e incoherentes, pero todos adecuados. El resultado es misceláneo, puesto que si bien solo se debe escribir de lo que no se deja escribir, Luis Rodríguez enarbola la bandera de cierto absurdo textual y suficientes dosis del sinsentido de la vida para transformarlo en literatura. Para ello utiliza enunciados dislocados, a veces desintegrados, que consisten, como he escrito antes, en juegos verbales repletos de palabras que delatan, y de eso se trata, las dificultades insalvables para expresar algunos estados de la condición humana. Ese es el nivel.
Y Luis Rodríguez lo materializa en Visaje porque, como reflexiona su narrador —¡vaya portento de narrador!—, lo que escribimos podrá ser leído siempre y «siempre es mientras exista el tiempo».
Visaje, por otro lado, nos presenta una de las reencarnaciones del hombre perfecto, que es el hombre, ya saben, que no tiene yo. Hay narrador, pero no protagonista propiamente dicho. De hecho, es ese no protagonista quien se dice a sí mismo: «Nunca me había parado a pensar que mi problema conmigo fuera un síntoma de perfección».
Luis Rodríguez parece que, antes de escribir esta novela, se hubiera dedicado con fervor a sacar su cuaderno y observar y anotar y reflexionar con la voz de otro, allí donde se encontrara, incluso dentro de sí, raras realidades. Y así parece que elige escenarios, o situaciones, que trata de escudriñar de la única manera que la realidad se deja. Y por este motivo, Visaje hace saltar alguna de las lañas con que ha sido cosida la realidad.
Formalmente Visaje es brillantísima. El brillo de sus oraciones, lo que rezuman, lo que insinúan las palabras que elige, las citas y las reflexiones es deslumbrante. Y es deslumbrante porque nos convence para que aceptemos como verdadero lo que nos va contando el narrador y así, no hay más remedio que disfrutar de una feliz y agradabilísima experiencia estética. Y ningún superlativo sobra, anoten.
Si bien, y normalmente, el mundo real en que vivimos suele penetrar en el mundo ficcional que nos ofrece la literatura contemporánea, Luis Rodríguez revierte esa ecuación y aporta un mundo propio —dentro del campo de la ficción— que redunda y conforma nuestro mundo objetivo y su organización interna. Es como cuando un sueño —a quién no le ha sucedido— te proporciona la clave, el busilis para resolver un asunto, para abrir una puerta que era imposible abrir desde la realidad.
Lo que contiene Visaje, créanme, es casi lo de menos. Es el juego holístico que proporciona la dinámica de sus partes, que es lo que se narra en los diecisiete días de este peculiar diario, donde, entre tanta madera miscelánea, se hace brillar con prosa singular una verdad literaria equivalente a una verdad científica. Y es que, con Visaje, Luis Rodríguez ha podido alcanzar lo que reveló una vez Georges Simenon sobre sus obras, que trataban de ir más allá de lo real y de las ideas explicables —en Visaje no se explica nada— para explorar al hombre. Pero no con el sonido de las palabras, sino con un mensaje que no existe en la práctica, aunque esté hecho de palabras, y que instaura otro mundo posible del que podemos y debemos aprender, como si de otro gesto exagerado o cómico se tratara.
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Autor: Luis Rodríguez. Título: Visaje. Editorial: KRK. Venta: Todos tus libros.
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