Conocí a Jorge Edwards gracias a los escritores Carlos Franz y Jorge Benavides, hoy lamento no haber compartido más tiempo, uno nunca sabe… En especial recuerdo algunas conversaciones y cómo al hablar, igual que en sus libros, iba enlazando historias, anécdotas de escritores amigos; al escucharle, como me sucede cuando leo a Elías Canetti, deseaba esa amistad que se da (o se daba) en especial entre los escritores varones.
Al principio de su carrera comentó que él escribía narración autobiográfica, es así un precursor de lo que hoy se llama autoficción. En su obra iba de lo personal a lo histórico con naturalidad, también en sus charlas. Así son sus libros, como su voz calmada, en la que lo personal, su narración se va enlazando de manera natural con la ficción para ir desnudando la historia común junto a la personal y familiar, como dice él mismo, una memoria incompleta. Me hipnotizaba su acento en el que se cargaba la sílaba anterior a la final, produciendo un dulce suspense. Él es un ejemplo de la no inutilidad de la literatura como referente una manera de fijar la historia. Y quienes como él lo hicieron no exactamente sin miedo, pero sí impulsados por algo más sagrado que el deber al poderoso, nos demuestran cómo se debe combatir al impulso de seguir los discursos del populismo cegador. Él escribe desde el inicio en ese dejar que la verdad sea ficción para que sea más verdad.
Diplomático y escritor, tuvo la oportunidad de participar en momentos claves de la historia de su país. Su decisión de no hacer caso a Neruda y publicar Persona non grata le ocasionó muchas deserciones y críticas: “Tuve que dejar atrás el lugar común, el pensamiento político que se consideraba correcto, y asumir una visión propia y a menudo incómoda de los sucesos”. Incluso se sintió vigilado durante su misión en Cuba (seguro que lo fue), dijeron que era un paranoico que veía micrófonos en cada florero, pero él respondía con su humor de siempre con lo que le dijo Cabrera Infante: “No hay delirio de persecución allí donde la persecución es un delirio”. Jorge, en Persona non grata, su libro más conocido y valiente, desafió no sólo a Neruda, también inquietó y perturbó tanto a los de pensamiento perezoso como a los de ideologías totalitarias, paradójicamente de grupos opuestos. Pero no sólo es escritor de este libro, sino que además escribió novelas, cuentos, ensayos de calidad literaria.
Me interesa por ejemplo el narrador y el juego de historias de su novela El inútil de la familia (inútil para mucho es sinónimo de artista), donde se enlaza con otro libro, El inútil, escrito por otro escritor también chileno que fue su familiar Joaquin Edwards Bello. Ya Jorge, en El peso de la noche, su primera novela, alterna las voces de los dos personajes que más tarde, en la magnífica El inútil de la familia, se relacionan en un reflejo del reflejo, de modo que va construyendo un mundo de imágenes que se van reproduciendo en un ir y venir en las otras. La sociedad chilena se cuestiona en varios tiempos desde la aceptación del lugar de quien no va a transformarla, solo se mira para decir que uno no es eso, pero que es de allí.
Como nos dice Jorge, el escritor por definición es incómodo para la autoridad, y cuando esta es muy fuerte, pasa a ser sospechoso. Ante el preocupante populismo de muchos líderes actuales, quizá sea necesario que los ciudadanos sean como algunos escritores en esa búsqueda de la contemplación de las narraciones dadas para salir de esos marcos y buscar otra perspectiva.
Nada inútil la literatura para descubrirnos lo que se quiere ocultar.
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