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Nochevieja a salvo del melocotón en almíbar

Nochevieja a salvo del melocotón en almíbar

“Tú no pasas la Nochevieja solo. No vas a abrir una lata de melocotón en almíbar ahí, en tu casa, pudiendo venir a la nuestra”.

Un frío intenso me recorrió todo el espinazo, un calambrazo gélido que me envaró como a un niño pera de Eton. Pienso que eso será lo más cerca que he estado del terror irracional. De repente me vi tirado delante de la tele, con Lalachus perpetrando tuerquing en modo ordinario porque yo lo valgo y así lo quiero, “va por todas vosotras, hermanas”. Casi al tiempo, se me apareció Broncano a su vera narrando las campanadas, o no, que lo que le mola es hacer como que está pero que se la suda, que igual las uvas que las cuenten y canten en el Hormiguero, no sé. Lo mismo hace un falso directo y se come las uvas otro día, por ejemplo en agosto, como que apetece más ¿no?. Perdón, sigo.  Es que odio el melocotón en almíbar desde que nos lo ponían como postre estrella(do) en el comedor del colegio. Mi amigo, que no sabe de mis traumáticos pánicos, no atiende ni entiende mi balbuceo, que interpreta como duda ante su oferta navideña.  Insiste: “Como si te tengo que enviar a la UCO o la Ertzaintza. Tú cenas con nosotros. Punto”.

"En eso andaba yo, imaginándome a Motos contraprogramando las uvas de La 1, detenido por orden de Moncloa"

En eso andaba yo, imaginándome a Motos contraprogramando las uvas de la 1, detenido por orden de Moncloa porque en el monólogo ha repetido varias veces “unidos, España, juntos y mejores”. El presentador no entiende nada mientras maromos de la unidad antidisidentes le agachan la cabeza y lo sacan esposado del plató mientras Trancas y Barrancas balbucean “todos somos Pablo”. Un rótulo pide disculpas en nombre de nuestro siempre amado presidente del Gobierno y anuncia que a continuación se emitirá un programa, necesariamente breve, con una antología de los mejores poemas de Luis Garcia Montero recitados por Gloria Fuertes gracias a la magia (pesadilla) de la IA. Lleva por título “No callarán la lírica de la justicia”.

Sudo, un tremor incontrolable convierte mis manos en las castañuelas de una flamenca epiléptica. Trato de borrar la imagen, terrible, del melocotón en almíbar y a Luis García Montero con la turra de su insufrible poemario. “Pery, ¿sigues ahí”. “Sí, perdona. Nada, la emoción que se me desborda”.

"Hoy, cuando sé que arranco el año lejos de Teresa y mis hijos, compruebo que a pesar de todo soy un tipo afortunado"

Vuelves a intentar zafarte porque tienes inmerecida fama de duro y no es cosa de que tu cuate se dé cuenta de lo mucho que te has emocionado con su oferta. “Pues oye, me han detenido nacionales, picolos y locales pero nunca los ertzainas”. Te resistes a la invitación, no por falta de ganas, si no por el pudor que te atenaza del talón a la nuez. Vuelves a driblar. “¡Pero cómo voy a ir si ni siquiera se me ha enviado el menú!”. No cuela. “Algo haremos. Estarás con nosotros. Elena no lo iba a consentir. No, no vas a cenar solo el 31. Punto”.

Hoy, cuando sé que arranco el año lejos de Teresa y de mis hijos, compruebo que, a pesar de todo, soy un tipo afortunado. Mi particular cuento de Navidad es este: uno que arrancó con la pavorosa imagen frente al televisor abriendo una lata de melocotones en almíbar y termina tecleando una verdad indubitable: Uno es grande por los amigos que tiene. Cogollito de mi vida, canarios de mis devociones, Chapu, Elena y muchos, muchísimos más, gracias. Porque me hacéis sentir gigante. Por tanto, por todo, semper fidelis.

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