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Nos vemos en esta vida o en la otra

Nos vemos en esta vida o en la otra, de Manuel Jabois

Comienzo de Nos vemos en esta vida o en la otra, el nuevo libro de Manuel Jabois. Una historia real de traición y violencia.

En febrero de 2014 trabajaba en el diario El Mundo. Uno de mis jefes, Agustín Pery, me propuso hacer un artículo sobre el 11-M. Señaló en concreto a una persona que nunca había hablado con los medios de comunicación: Gabriel Montoya Vidal, el menor al que la prensa había bautizado como el Gitanillo. Mi compañero Joaquín Manso lo había localizado en Avilés. Allí lo abordó en su portal para hacerle una entrevista. Gabriel fue arisco con Manso. No quería saber nada de los periodistas ni que le tomasen imágenes. Cada cierto tiempo era asaltado por las cámaras; en su círculo cercano había creado un cordón de seguridad que lo alertaba de la presencia de reporteros. Manso lo convenció para que al menos me conociese y tomase un café conmigo. A Joaquín Manso le debo la publicación de este libro.

Concerté una cita con Gabriel en febrero de 2014. Llegó acompañado de dos amigos a los que insistió en que se quedasen. Fue amable pero cortante: no hablaría con ningún periódico. Supe después que había llegado a pleitear con varios. Por tanto, no hice uso de nuestra conversación. Pero antes de irme le pedí el teléfono para comunicarme con él; quizás algún día le apetecería hablar. Le telefoneé varias veces. Llegó un momento, a finales de 2014, en que dejó de cogerme el móvil. En primavera de 2015 se puso en contacto conmigo. Había dejado su ciudad, se había instalado en otra y estaba viviendo con una mujer. Me propuso hablar delante de una grabadora.

"Yo pertenezco a una familia humilde, crecí en un barrio en el que había de todo; nunca delinquí, pero vi pasar a chicos como él por un lado y otro..."

Yo ya no trabajaba en El Mundo, sino en El País. Tampoco sabía si me interesaba su historia. La podía imaginar. Tras mantener la primera conversación con él, confirmé mi sospecha: era una historia cualquiera. Yo pertenezco a una familia humilde, crecí en un barrio en el que había de todo; nunca delinquí, pero vi pasar a chicos como él por un lado y otro. Hijos de familias desestructuradas, de padres encarcelados o alcohólicos. Compañeros del colegio que evitaban algunas calles para no pasar por el bar en el que estaban sus padres. Un profesor que más de una vez recibió la visita de su hijo heroinómano en clase para pedirle dinero (se quedaba allí de pie, sonámbulo, mientras bajábamos la mirada al libro). Todas esas cosas las terminamos viendo con naturalidad porque lo eran: unos tuvimos más suerte, otros no. Era una vida divertida y excitante, y a veces aburrida y solitaria.

Cuando contacté por primera vez con Gabriel, yo acababa de publicar un largo artículo sobre una niña, Nora Ayala, muerta a los dieciséis años tras una sobredosis de drogas. Una red la había enganchado a la cocaína para prostituirla después. Una raya, luego otra. Hablé con su padre durante horas en Palma de Mallorca. Me contó que un día fueron a despertarla y no la encontraron en cama. La niña salió de debajo del colchón al cabo de un rato: no quería ir a clase, no quería salir a la calle. Los últimos meses había entendido como parte de la normalidad lo que estaba haciendo con sus amigas. Aquel día, por fin, quería que la tragase la tierra.

Recordé la frase de mi amigo Xacobe Casas que abre el libro: no eran los pájaros los que volaban, sino el cielo, que caía. Recordé cómo la normalidad, cuando no es consciente de su distorsión, lleva al horror de forma natural. Hay mundos en los que el mal pierde su característica fundamental, según Hannah Arendt: constituir una tentación. Eso fue lo que me empezó a interesar de la historia de Gabriel, conocido en su entorno como Baby. Su normalidad era común hasta que se hizo demasiado grande para mantenerla. Sus tentaciones eran las contrarias a las del resto: dejar la calle, ponerse a estudiar, encontrar un trabajo, no robar, no consumir drogas, no pegar.

"Antes de los diecisiete participó en el mayor atentado terrorista de Europa, el del 11-M"

Antes de los diez años le había quitado por la fuerza las huchas del Domund a unas niñas y la recaudación a un ciego de la ONCE. Antes de los doce fue detenido por tratar de robar un coche. Antes de los diecisiete participó en el mayor atentado terrorista de Europa, el del 11-M, que provocó la muerte de 191 personas en Atocha, y de un inspector de Policía semanas después, en el atentado suicida de Leganés.

La colaboración de Baby fue de forma involuntaria, como reconoció la sentencia; eso no evitó que meses después amenazase a un vigilante del centro de menores diciéndole que le daban igual 192 que 193. Para entonces estaba ya encerrado. Fue el primer condenado de los atentados del 11-M. El único menor de edad. Y su testimonio en el juicio sentenció a su mejor amigo, Emilio Suárez Trashorras, a 34.175 años de cárcel.

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Título: Nos vemos en esta vida o en la otra. Autor: Manuel Jabois. Editorial: Planeta. Páginas: 240. Edición: papel y ebook.

Sinopsis: Esta es la vida aburrida, perdida y verdadera de un chico al que no le da miedo morir. Esta es su sórdida historia, narrada con frialdad por Manuel Jabois, autor que relata con un estilo sencillo y directo la acción que precedió y siguió al 11-M del primer condenado por los atentados, Gabriel Montoya Vidal, y único menor implicado en la muerte de 191 personas. Año y medio costó convencer al protagonista de que hablara por primera vez. En este libro Jabois escucha y describe. No hay porqués en la historia de Baby. No los hay en esta crónica llena de violencia, traiciones, drogas, mentiras y persecuciones policiales. El odio aparece a lo lejos alimentándose de la indiferencia y el desapego de un grupo de delincuentes comunes que terminaron ayudando a terroristas suicidas a cometer los atentados más sangrientos de la historia de España. Una historia real de traición y violencia.

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