Inicio > Libros > Adelantos editoriales > Nosotros dos en la tormenta, de Eduardo Sacheri

Nosotros dos en la tormenta, de Eduardo Sacheri

Nosotros dos en la tormenta, de Eduardo Sacheri

Eduardo Sacheri (premio Alfaguara 2016, 500.000 lectores) regresa a las librerías con una emocionante historia sobre aquellos que desearon una revolución en una época turbulenta en la que cualquier cambio parecía ser posible.. Porque Nosotros dos en la tormenta cuenta la historia de dos militantes el año previo al golpe militar que instauró la dictadura de Jorge Rafael Videla en la Argentina de 1976. Una novela, pues, que nos retrotae a la década de los 70 desde la perspectiva de quienes se dejaron llevar por el apasionamiento politico.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Nosotros dos en la tormenta, de Edurdo Sacheri (Alfaguara).

***

1

Antonio se descuelga del colectivo un poco antes de que frene del todo, como hace siempre. Alza la vista y ahí están: la Base Aérea de Morón, la garita y los dos milicos que montan guardia con los fusiles FAL en posición de descanso y que, de puro aburridos, se lo quedan mirando, aunque más no sea porque no hay otra cosa que mirar. Antonio cruza la avenida, alejándose y sintiendo los ojos de los soldados en la nuca. Zigzaguea entre los autos, porque a esa hora hay mucho tránsito y el semáforo lleva semanas descompuesto.

A quién se le ocurre, piensa Antonio una vez más, instalar la casa operativa de la Unidad Básica de Combate a doscientos metros de una base militar. Es un sinsentido. Una provocación inútil. Lo dijo en la reunión en la que se les informó la novedad. Y sus superiores lo tildaron de timorato, neurótico y apocalíptico. Ojalá se hubiese callado. Pero en fin. Es tarde para lágrimas. Aparte, una mancha más qué le hace al tigre.

A medida que camina las dos cuadras, alejándose de la avenida Pierrastegui, se apagan casi todos los sonidos. Queda algún pájaro. Algún televisor encendido. Dentro del barrio, son pocos los autos. Es tan grande la quietud, que se escucha el crujir de las hojas secas debajo de sus pies.

En el instante mismo en el que golpea la puerta de chapa —dos golpes breves, una pausa, un golpe más— repara en que, otra vez, omitió asegurarse de que nadie lo estuviese siguiendo. Al final van a tener razón esas evaluaciones que le hacen últimamente. Oye cómo el Mencho se acerca a abrirle, caminando por el largo pasillo. No necesita verlo para saber que es él. El tintineo del llavero, la carraspera perpetua y el silbido lo delatan. El Mencho acciona las dos cerraduras y el pasador, abre la puerta, lo hace pasar, cierra de nuevo. Antonio lo sigue por el largo pasillo de paredes altas que, entre las dos casas linderas, avanza hasta casi el centro de la manzana. En eso los responsables de la Unidad sí se lucieron. Es difícil acceder a la casa operativa desde la calle y, al mismo tiempo, si hace falta una evacuación de emergencia, las condiciones son excelentes: detrás de la casa hay otro patio, de medianeras bajas que permiten escapar en cualquier dirección, saltando tapias, y salir a través de las casas vecinas hacia las calles adyacentes. Al final del pasillo el Mencho golpea la puerta con el mismo código y le abren de inmediato.

Antonio saluda a los presentes y ocupa su lugar. Por el modo en que todavía se escucha algún murmullo, por la manera en que los cuerpos buscan el mejor modo de amoldarse a esas sillas incómodas, porque recién ahora Claudia saca la pava de la hornalla y apaga el fuego, Antonio concluye en que llegó justo a tiempo, antes de que comenzara la reunión. Se felicita por eso. Ganarse una reprimenda por algo tan nimio como una impuntualidad sería lamentable. Mejor, piensa con un resto de ironía, que se guarden la próxima reprimenda para algo que tenga más sentido.

—Bien, compañeros —el aspirante Santiago toma la palabra—, el orden del día indica que tenemos que hacer un balance de la experiencia electoral que el Partido Auténtico protagonizó en Misiones, y del que nuestra Unidad Básica de Combate participó con correcto desempeño. La Conducción Nacional bajó el documento que les hicimos llegar antes de ayer y que espero que hayan tenido tiempo de analizar.

Obedientes, todos sacan sus copias. El Puma Igarzábal va más allá. Con la yema de los dedos y movimientos primorosos, inhabituales en él, alisa las esquinas del papel, plancha sus posibles dobleces. El aspirante Santiago —eso Antonio lo detecta con claridad— le dedica al Puma un rápido vistazo y, a juzgar por cómo traga saliva, identifica el sarcasmo escondido en esos gestos armoniosos.

—Creo que lo que queda claro, luego de la lectura del documento de la Conducción Nacional —la voz de Santiago, que nunca es demasiado segura, tiene un registro más endeble de lo habitual—, es que la experiencia de ensayo electoral que el Partido Peronista Auténtico protagonizó en Misiones superó las expectativas de Montoneros. En todos los órdenes.

Mientras escucha lo que Santiago tiene para decirles, Antonio mira al resto de los presentes. Claudia, a la derecha del aspirante, tiene los ojos fijos en su copia. El Mencho y el propio Antonio están a la derecha. De frente a Santiago —y no es casual que elija siempre sentarse frente a él, casi como un desafío— el Puma Igarzábal sigue alisando las esquinas de la suya. Tampoco es que Santiago esté diciendo nada novedoso. El Partido se jugó una carta fuerte con eso de las elecciones para gobernador en Misiones. Llevan meses en la clandestinidad, y el gobierno de Isabel Perón los tiene entre ceja y ceja. El Brujo López Rega y la derecha sindical han salido a cazarlos como conejos. Y en medio de ese panorama adverso, la Conducción Nacional de Montoneros se lanzó a la patriada de pelearles la gobernación de Misiones. Fueron meses febriles, de discusiones fecundas. No todos los compañeros estaban seguros de que fuera la mejor estrategia. ¿Salir de la clandestinidad, con todos los riesgos del caso, para enfrentar el aparato del peronismo oficial? ¿Hacerlo en una provincia tan distante, tan lejana? Las bases, o la lectura que hizo la Conducción de lo que pensaban las bases, determinaron que sí. Que había que dar la pelea. Que había que aguantar el chubasco. El chubasco y hasta la humillación de que los obligaran a cambiar el nombre de la agrupación. No les permitieron usar «Partido Peronista Auténtico». Les prohibieron usar «peronista», de modo que tuvieron que ir a la elección como «Partido Auténtico». Fachos de mierda. Pero se lo aguantaron. Fueron igual.

Pero perdieron. Por paliza, perdieron. El peronismo de derecha, esos entreguistas, esos asesinos, esos vendepatrias, ganaron la elección por cualquier cantidad de votos. Antonio siente que no tienen nada para reprocharse: lo dieron todo. La Unidad Básica de Combate en pleno viajó a Misiones, hizo militancia de base en los barrios, fiscalizó la elección. Para Antonio y el Mencho, que están con un pie en la clandestinidad y con el otro en la vida civil, fue un riesgo relativo: viajaron con sus documentos reales y sin armas. Pero el resto de la célula, Santiago, Claudia y el Puma, viajaron en la más absoluta clandestinidad. Con todos los peligros que eso implica. Antonio intenta concentrarse en lo que está diciendo Santiago, precisamente. Y sí, está hablando de la felicitación que la Conducción Nacional le encomió que bajase a toda la militancia involucrada en la patriada.

—No sólo quedó en evidencia el compromiso irrenunciable de la militancia —sigue diciendo el aspirante—. También quedó demostrado que la masa del pueblo peronista está abierta a escuchar a una vanguardia que no sólo sacude los prejuicios de la derecha sindical, sino que…

—Y una mierda.

El Puma Igarzábal suelta esas tres palabras como al descuido, hablándole más a la mesa que al resto de la Unidad. Pero, aunque habló en un murmullo, es como si hubiera vociferado, porque Santiago se queda mudo en mitad de la frase que estaba soltando.

—Ya empezamos con vos y tus caprichos —Claudia lo dice moviendo su silla hacia atrás, como un modo de subrayar su fastidio.

El Puma la observa con una mueca divertida. Claudia, a medias por respeto a la cadena de mandos, a medias por amor, ha saltado a defender la autoridad de Santiago. Pero no advierte, piensa Antonio, que su acción es contraproducente.

—¿Caprichos, dice la compañera? —el tono que usa el Puma, el modo en que le brillan los ojos, la sonrisa apenas insinuada… es evidente que ha empezado a divertirse—. Ningún capricho. Pero estamos grandes como para que nos tomen de boludos, dicho con todo respeto por el aspirante y, desde ya, con más respeto todavía por los compañeros de la Conducción Nacional que redactaron el documento.

A Antonio no se le pasa por alto lo de «aspirante». Un modo de recordarle a toda la célula, y al propio Santiago, que su grado militar es apenas el de aspirante. No es sargento, ni mucho menos teniente. Y el Puma sí que fue teniente. ¿Es cierto que lo degradaron? Sí que lo es. ¿Y es cierto que lo degradaron por su indisciplina, su falta de apego a las normas y su desprecio por la cadena de mandos? También es cierto. Pero que los galones se los ganó y los tuvo, se los ganó y los tuvo. Y eso es el nudo más nudo del quilombo que tienen en esa Unidad Básica de Combate. De entre los muchos y variados quilombos que tienen.

—Acá no estamos para que vos ventiles los viejos rencores que tenés con la Dirección Regional, Puma —interviene el Mencho, que siempre se siente más cómodo tomando partido por la autoridad constituida.

—Este no es un asunto de la Dirección Regional sino de la Dirección Nacional, compañero —el Puma lo dice poniendo sus manos a distintas alturas, para señalar las jerarquías y, de paso, hacer sentir al Mencho un pichón muy pero muy pichón—. Y no me interesa ventilar ningún rencor, si es por eso. Pero tampoco quiero que perdamos el tiempo de la Unidad engañándonos con espejitos de colores.

—¿Está diciendo que las conclusiones que baja la Conducción Nacional son engañosas, compañero?

Santiago, elevando el tono y abandonando el tuteo, intenta llevar la conversación a un plano más formal, en el que la eventual desobediencia del Puma lo haga pasible, llegado el caso, de una nueva sanción. Después de todo, piensa Antonio, en esa habitación hay tres cuadros montoneros que son testigos de una discusión en la que se ha escuchado la palabra «engaño» vinculada a un documento emanado de la Conducción. Antonio se pregunta si, llegado el caso, él estaría dispuesto a testificar con la misma pasión verticalista con la que —eso lo descuenta— testificarían Claudia o el Mencho.

—Jamás diría semejante cosa, aspirante —ni Santiago, ni compañero. Otra vez lo nombra por su rango. Rango que, para un responsable de grupo, y en boca de un ex teniente, es un insulto velado—. Lo que sostengo lo sostengo en el marco de una discusión democrática entre soldados de la causa nacional y popular que se vienen jugando el pellejo.

El Puma los mira a los cuatro, alternativamente, mientras lo dice. Y en esta parte de su discurso no hay sarcasmo, sino reconocimiento.

—Y pido disculpas si fui demasiado frontal en el modo en que me manifesté. Pero de verdad, compañeros: la vía electoral está agotada. No sé si para siempre o por ahora. Eso no está a mi alcance determinarlo. Eso es una incumbencia de la Conducción Nacional, y no de los soldados. Los soldados estamos para acatar lo que se decida en la Conducción. Pero en Misiones quedó claro que las fuerzas de la derecha sindical y el lopezreguismo no se van a dejar arrebatar el poder por las buenas. La ofensiva final, compañeros, es con los fierros. No con los votos.

El Puma hace un silencio largo, y durante su transcurso Antonio casi siente la caricia del entusiasmo. El Puma será medio engrupido, medio salvaje, medio indisciplinado, pero lo escuchás hablar así cinco minutos y te entran ganas de salir a tomar la Casa de Gobierno armado con un rifle de aire comprimido o una pistola de cebita. En una de esas la Conducción tuvo razones para degradarlo. En una de esas si el Puma, y no Santiago, fuera el líder de la UBC, ya estarían todos muertos y enterrados. Pero también es cierto que el tipo parece un diario que adelanta. Lo que te dice hoy sucede dentro de dos meses. Cuando la Conducción, hace meses, les bajó la directiva de comprometerse con el proceso electoral en Misiones, porque había que conseguir colocar ahí un gobernador del Partido Peronista Auténtico, porque eso iba a desenmascarar a los traidores, porque el pueblo estaba harto de Isabel y de López Rega y porque había llegado la hora de que la gloriosa JP tomara la conducción del movimiento y del país, el único que dijo que todo eso era gastar pólvora en chimangos había sido el Puma. El único que dijo que el Partido Peronista Auténtico de Montoneros iba a perder, y a perder por mucho, había sido el Puma. El único que anticipó que se les iba a ir el verano apuntalando una acción en la que el peronismo ortodoxo los iba a hacer quedar como unos pendejos (la expresión que usó, en realidad, fue «ni siquiera pendejos, sino aprendices de pendejos») había sido el Puma. El único que anunció que a López Rega iba a alcanzarle con llegar como un Papá Noel sin trineo pero con billetera repartiendo colchones por acá y heladeras por allá, y que con eso iba a ganar sobrado, había sido el Puma.

Por eso si a lo que acaba de decir el Puma uno le saca la cuota de resentimiento y de impotencia que carga —resentimiento por cómo lo trataron desde arriba, impotencia por saberse mejor preparado que Santiago para conducir la Unidad Básica de Combate—, Antonio tiene que coincidir con él y con lo que acaba de decir y lo que acaba de proponer, que ni más ni menos es salir a sacudirlos donde les duele y con lo que les duele, porque lo que les duele son los caños y los muertos en la tapa de los diarios. Y si no entienden otra ley que la de cagarse de miedo, pues que se caguen: ellos y los canas y los milicos. Y ya va siendo hora de dejarse de joder con toda esa pelotudez del frente de masas y la alianza policlasista y la mar en coche.

Es por eso que Antonio casi siente esa caricia de entusiasmo. Porque lo escuchás y te das cuenta de que el Puma ve las cosas que los otros no ven, y las ve antes. Y encima cuando Santiago retoma la dirección del debate resulta que las instrucciones que la Conducción les bajó a los responsables de las UBC van precisamente por ahí, por donde propone el Puma, y Antonio ve cómo los planetas se van alineando, a fin de cuentas. Porque el documento que les bajaron ayer a él le había parecido lo mismo que al Puma, una sanata bárbara que le daba mil vueltas a la realidad para disfrazar la derrota de victoria, pero estas instrucciones adicionales ya son harina de otro costal, porque son claritas como el agua y van en la línea de agarrar los fierros y dejarse de joder, apretarles bien las bolas a todos esos hijos de puta y que se caguen bien de miedo, y es un momento casi mágico porque ahora lo que concluye Santiago y lo que apostilla el Puma van en la misma línea y los tenés a los dos tirando para el mismo lado, y Antonio se siente bien cuando pasa eso: la cabeza de Santiago y el corazón del Puma, la prolijidad de uno y el empuje del otro, mientras empiezan a barajar acciones que se pueden emprender ya mismo, y Claudia agarra una hoja y toma nota de lo que van diciendo y el Mencho se sale de la vaina para aportar alguna idea que va teniendo. Y por eso es casi mágico, porque Antonio por un momento está a punto de sentir el entusiasmo y la alegría y la esperanza que tuvo hasta hace un tiempo, un tiempo no tan lejano en el que compartía con ellos y con todo el movimiento montonero esa fe y esa certeza…

Pero el problema es ese. Justamente ese. Que para Antonio las cosas ya son «casi». Ya no son redondas. Ya no son completas. Y lo que tenía lo tenía, conjugado así, en pretérito imperfecto. No lo tiene, en tiempo presente. Ni la fe, ni la certeza, ni la esperanza ni la alegría. Ni mucho menos el entusiasmo.

—————————————

Autor: Eduardo Sacheri. Título: Nosotros dos en la tormentaEditorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

4.6/5 (5 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios