En la playa: Hace sol, pero empieza a llover. El niño de una familia cercana estalla en un berrinche tremendo. Tendrá unos cinco años. Su madre lo arrastra de un brazo hasta la sombrilla. El niño no atiende a razones y grita: No me quiero llamar Pedro, me quiero llamar Al Agua Patos. Al poco empieza a llover. La gente huye. Nosotros permanecemos refugiados en un paravientos pop up de Quechua que nos ha prestado mi cuñado. La playa de Oyambre vacía y lluviosa es como Cornualles, como Irlanda, o simplemente como lo que es: Cantabria en un día malo. Del parking brotan dos señores. Serios, cada uno con su silla plegable en la mano. Avanzan hacia el centro de la playa y allí se plantan. Sentados, bajo la lluvia, alzando de vez en cuando el rostro al cielo, escuchan en el altavoz una canción que dice así.
Quiero ser otro distinto, que tome tu mano, que hable y te asombre.
Quiero ser otro distinto, no quiero mi cuerpo, ni quiero mi nombre.
En otra playa:
Tiene historia este perro, me dice la señora. Su perro es gris, malhumorado, como una colilla chafada. Adorable. La señora es fumona, también gris, malencarada. No tengo claro si quiere contármelo realmente.
¿Y cuál es su historia?
Hace un gesto de desdén, expulsa el humo.
Su historia es que estaba atado en la puerta de un chalet.
Tira el cigarro a medio fumar, mira alrededor, suspira. Se enciende otro. Espero, pero no cuenta nada más. No sé si está a punto de llorar o de enfadarse conmigo, que la sigo mirando, que sigo esperando la historia del perro.
Una nota suelta: Para fabricar un puzzle sólo hace falta romper algo. Dudo. Aunque esté entre mis notas, es posible que esta frase no sea mía. Es demasiado nítida, rotunda. Yo soy más o menos todo lo contrario.
Otra nota suelta: De pronto recuerdo que en Peter Pan se decía algo así como que los señores Darling tenían como niñera a Nana, una perra terranova, porque era muy diligente y porque los niños bebían mucha leche. De pequeña siempre pensé que la perra amamantaba a los niños, de ahí lo de la leche. Ahora, de pronto, me parece un comentario fuera del tono del libro, impúdico para esos años, un delirio esa imagen de los niños amorrados a los pezones de la perra Nana. La cosa toma un cariz socialmente perverso: lo que quería decir el libro es que los señores Darling gastaban mucho dinero en leche y que por eso les convenía tener como niñera a una perra, que ni cobraba ni conocía sus derechos laborales. Esto, llegar a estas conclusiones, darse cuenta de los equívocos del pasado, deben ser los últimos coletazos del renacuajo de la infancia. Los estertores. ¿Cuántos de estos errores permanecerán aún en mi cabeza, empañados de inocencia, esperando que llegue este trapo vil y descubra la crueldad?
En Madrid. Una mujer entra en el metro. Tendrá unos 50 años, el tipito inconfundible de los yonquis añejos. Por su cuerpo y su alma han pasado catástrofes. Tiene esa piel rosa intenso, irritada, de algunos heroinómanos. Exfoliada hasta quedar en la pulpa. Se coloca muy seria en el centro del vagón y, de cero a cien, inicia un berreo: Cristooooooooo, ayúdame. Cristooooooooo. El grito es tan estridente, hay tanta violencia en ella —los puños apretados, los tendones del cuello al límite— que la gente no se atreve a mirar. Un chico y yo la miramos y nos miramos, pero enseguida bajamos la vista. Hay algo de ataque descontrolado, de protégete el cuerpo rápido ya. El grito se acaba. La mujer nos mira en silencio, jadeando por el esfuerzo. Se va abatida al siguiente vagón. Cuando pasa a mi lado, le doy un euro y refunfuña: Quería sorprender, pero me voy a tomar por culo.
Tengo miedo de que me pase eso cuando escribo. Gritar demasiado. Agobiar. Que sólo un lector muy asustado me dé un euro intentando no hacer contacto visual. Irme a tomar por culo.
“El niño que cambia continuamente la distribución de los muebles en su cuarto va a ser decorador” leí a un decorador de interiores. Nada nuevo, ya lo dijo Platón, “dejar que los niños jueguen y así sabremos para que esta hecho cada uno de ellos”. Sólo hay que observarlos. El que grita en la playa que quiere ser otro va a ser escritor, sin saber leer ni escribir ya sabe soñar.
Me gustan estas historias que ha empezado. Quiero saber si el niño al final escribe. Quiero saber por qué los dos hombres van a la playa cuando llueve, por qué la señora rescató al perro. Todo esto lo he hecho y es por lo que quiero saber sus razones.
Nana…la había olvidado…
Como el título de la divertida autobiografía de Agatha Christie, “Ven y dime como vives”.