Cuando hace unas semanas, en la fiesta del aniversario de Zenda y su nuevo acuerdo con XL Semanal, Leandro Pérez me preguntó por qué no había escrito todavía un artículo sobre una anécdota ―una más― de la novela que me cambió la vida, me hizo reflexionar. Procuro elegir temas más generales, aunque contados desde mi óptica personal. Pero cuándo me regaló incluso el título, acepté el reto. Y no ha sido fácil.
Diez de la noche hora española, dos de la tarde en la costa Oeste de Estados Unidos. Me llega un mensaje privado por Facebook de una buena amiga, mi «hermana americana». No es habitual que me envíe privados, las pocas veces que lo ha hecho ha sido por razones de peso, y el motivo de este en concreto es, cuando menos, impactante:
«―Marta, hemos visto este artículo en el Sacramento Bee de hoy. Pensé que deberías saber que, de entre todos los libros que existen en el universo, El Chapo ha elegido el tuyo para leerlo en prisión.»
Y me adjunta un enlace al Whasington Post.
Primer pensamiento: se ha equivocado. O ha leído mal el artículo o confunde mi novela con otra. Mi sentido común toma las riendas, me clava los pies a la tierra y me recuerda que El final del ave Fénix solo se ha editado en España y, aunque al parecer ―digo al parecer porque información editorial sobre el tema no he tenido nunca―, se vende también en algunos países de Hispanoamérica, México entre ellos, no me tengo por una autora tan popular como para salir en el Washington Post y mucho menos para que me lean en una cárcel de máxima seguridad. De hecho, es posible que muchos de los que están leyendo este artículo se pregunten quién soy aunque empecé a publicar en 2008.
Segundo pensamiento, fugaz: ¿los narcos leen? Es simplista, lo sé, imagino que habrá de todo, pero no tengo tratos con ninguno y en mi cabeza son dos actividades disociadas, vete a saber por qué. Este pensamiento, como digo, me dura poco ―por tontorrón―, y lo sustituye el siguiente ―ahora desconfiado―: ¿no será una broma?
Con esta novela siempre pasan cosas extrañas, poco frecuentes. Repaso al vuelo curiosidades anteriores. En 2007 también pensé si era una broma cuando la novela apareció en la lista publicada de los diez finalistas del premio comercial más famoso del país. Y en 2009 captó la atención de la Reina Sofía y se la llevó ―la pagó uno de sus acompañantes, por cierto―. Pero, ¿el Chapo?
Estas elucubraciones pueden parecer largas, pero me duran lo que cuesta hacer clic en el enlace y leer el titular. Desplegado el artículo, me falta tiempo para repasarlo de tirón ―modo Sopa de Letras en alerta máxima―, hasta encontrar mi nombre. No me cuesta demasiado pescarlo en medio de tanto inglés, ahí está y, junto a él, el título de mi primera novela enlazado a una página de venta por Internet. Ojiplática. Ni es una broma ni mi amiga se ha equivocado. El redactor se ha molestado hasta en buscar quien soy: «the Spanish writer Marta Querol». Leído así, en inglés, hasta parezco algo.
En esta primera lectura no me había enterado de gran cosa, más allá de la extraña unión entre el Chapo y mi obra, pero la curiosidad alcanza ya un nivel estratosférico y me dispongo a leer el texto completo, con calma ―relativa, que el come come no me deja estar quieta―, a ver si el contenido de la noticia me aclara qué pinto yo entre abogados, narcos y centros penitenciarios.
El artículo, larguísimo, describía «las duras e inhumanas condiciones» ―prácticamente una tortura, en palabras de su abogado― de la vida cotidiana del narco en la prisión de máxima seguridad de Ciudad Juárez. Los responsables lo negaban con rotundidad y, entre los datos que aportaban, se incluía el número de veces que tan ilustre residente había salido al patio ―veintisiete―; las visitas que había tenido de sus abogados ―nueve―; cuantas veces había hablado con su familia por teléfono ―cuatro― y cuantas veces había disfrutado de su presencia ―trece―. Además, y entiéndanlo como quieran, el redactor aclaraba que, además, ha recibido «dos visitas íntimas» de una concubina. Por informar lo hacen hasta de las veces que ha tenido revisiones médicas y su presión arterial ―no dicen si antes o después de la concubina y el vis a vis―. No omiten detalle.
Llegado a este punto tengo claro que el artículo no es una broma, pero también la perplejidad es mayor. Y sigo leyendo.
Para matar el resto del tiempo tiene derecho a una hora de televisión y a leer. En su encierro anterior, según cuentan, leyó El Quixote. Y en esta nueva reclusión tras su fuga, ¿qué ha leído?: El final del ave Fénix de «the spanish writer Marta Querol». Tuve que leerlo varias veces para convencerme.
He buscado una explicación para este hecho improbable y llamativo. No es que tenga mayor trascendencia, nada va a cambiar ni puede considerarse como un influencer literario precisamente, pero es tan, tan raro como si un cantautor de Edimburgo se entera por la prensa canadiense de que Charles Manson escucha sus baladas en una celda de la prisión de Corcoran.
Tal vez el libro estuviera en la biblioteca de la cárcel ―supongo que existe―, pero imagino que los contenidos de las bibliotecas penitenciarias son elegidos por algún organismo oficial y la presencia de mi novela allí implicaría una visibilidad de mi obra fuera de España de la que yo no he sido consciente.
Tal vez se lo llevara alguna de las visitas que El Chapo recibió, ignoro si lo tiene permitido. Alguien que lo hubiera leído y apreciara esta historia de madres atípicas y duras, de familias poco comunes. Leí en algún sitio que Joaquín Guzmán tiene una relación muy fuerte con su madre.
Tras la lectura del artículo me asaltaron muchas preguntas. De todas las novelas que existen en el Universo, como dijo mi amiga Annie, qué probabilidad hay de que el libro de una autora española no publicitada, del que no se ha publicado ―que yo sepa― edición propia en México, llegue a las manos de uno de los narcos más conocidos del mundo en una cárcel de máxima seguridad de Ciudad Juárez.
Y ¿cómo ha llegado mi libro hasta las manos del Chapo Guzmán? Tal vez algún día tenga la posibilidad de preguntárselo. Hasta entonces, solo me queda imaginar lo que pasó y confiar en que la novela llegue tanto a lugares tan remotos y escondidos como a otros más cotidianos y habituales.
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