La frase con la que título la presente reseña es del propio autor de la novela; está localizada un poco antes de la mitad de la obra, justo unos minutos antes —luego tendremos ocasión de analizar la importancia que adquiere en este relato el cómputo temporal— de que comiencen a estallar las bombas en el interior de los trenes en aquella nefasta fecha marcada en negro en los libros de la historia reciente de España.
Resulta obvio que la nueva novela de Martín Nogales se centra, fundamentalmente, en los hechos que tuvieron lugar en Madrid y sus alrededores el jueves, 11 de marzo de 2004. Un brutal atentado, del que acaba de cumplirse ahora veinte años y que aún sigue intacto en la memoria de los españoles. Por esa razón, para no fracasar ni no ofrecer tan sólo una amalgama de fechas y hechos, el escritor no ha tenido más remedio que hilar fino, muy fino, para no caer en la tentación del reportaje periodístico, ni en la soflama reivindicativa, ni en cualquier otro tipo de mensaje que se apartara de su propósito, que consiste en, a partir de unos hechos reales y objetivos, montar una historia que ya es bien conocida y de la que sólo hay que dar las explicaciones precisas para que la novela funcione como novela.
Su modo de actuar ha sido perfecto. Y nos recuerda, cómo no —quizá ahí esté una de sus principales fuentes de inspiración—, a la inolvidable A sangre fría, que su propio autor, Truman Capote, con buen tino, calificó de “non fiction novel”.
Martín Nogales, como el polémico escritor estadounidense, se adentra, sin miedo alguno, en lo más oscuro del bosque, en las catacumbas de la condición humana sin tener por ello que apartarse por completo de unos acontecimientos a los que recurre con mucho tacto, escrupulosamente, dejando patente, incluso, sus principales y abundantes fuentes bibliográficas que incorpora al final de la obra.
Pero, al mismo tiempo, en ese apartado final, con las que concluye su libro, también deja constancia del hecho de que, por tratarse, al fin y al cabo, de una novela, se ha visto precisado a echar mano de “licencias propias del género narrativo”. Dicho de otro modo: las escenas se construyen en el ámbito de la ficción y los personajes que aparecen son creaciones literarias “aunque coincidan con nombres y cargos reales”.
Y justo en eso radica uno de los mayores méritos de la novela: en haber sabido mantener a raya, durante más trescientas páginas, el inevitable empuje de la candente realidad recogida en los sumarios, en los medios de comunicación, en los comentarios de las propias víctimas o en los libros de carácter testimonial sobre estos hechos. Lo que aquí cuenta, pues, no es tanto la memoria, sino la mirada, dicho con palabras que Muñoz Molina emplea en El jinete polaco.
Un mundo mejor donde vivir es, ciertamente, la historia de una masacre que conmovió a toda la Humanidad, contada con una cierta meticulosidad, de ahí que se hagan constantes referencias al paso del tiempo, reflejado en los relojes del garaje de un edificio de Las Rozas, en el reloj de pulsera que lleva puesto uno de estos personajes, Suárez Trashorras, en la pared de una estación de autobuses o de un bar en donde tiene lugar un encuentro entre los que pretenden delinquir. El reloj, sea cual fuere, se convierte aquí no sólo en un objeto que nos permite computar el devenir de los acontecimientos, sino también en una especie de corazón delatador, en un diabólico metrónomo en el que se mide la cuenta atrás de un suceso que logró resquebrajar los cimientos del mundo.
Martín Nogales cuida hasta el extremo la estructura de su relato y, también, el lenguaje que emplea, como es habitual en él. En cuanto a esto último, procura —y sale bien airoso del envite— mantener un necesario distanciamiento, una frialdad que se precisa para dejar a un lado las consideraciones personales, la opinión que se guarda para sí mismo y , acaso, para los amigos, pero que en la novela queda por completo relegadas para no convertir su trabajo en una especie de artículo de opinión enmascarado o en un amplio reportaje periodístico, como ya los hubo, hasta el hartazgo, en su día.
Elimina por completo los adornos superfluos, desnuda aún más si cabe su lenguaje, huye de cualquier alarde de barroquismo y se centra en una expresión diáfana, clara y directa, sacrificando, incluso, esa belleza a la que nos había acostumbrado, sobre todo, en su anterior y espléndida obra, La mujer que amaba a las abejas. Pero no siempre se puede mantener el tipo a lo largo de esos tres centenares de páginas, por lo que se ve precisado a ofrecer al lector algunas breves descripciones, marca de la casa, que, sin embargo, existen sólo en función de la trama, con un objetivo concreto. Así, ese “cielo enrojecido de Madrid” o esas sombras del crepúsculo, forman parte de la ambientación, de la música macabra que suena de fondo. La novela, además, tiene ciertas trazas de relato policiaco, cómo no, indispensable para su desarrollo. Y justo ahí surgen los detalles, ese par de pinceladas que, como en las mejores obras del género, son suficientes para que el lector perciba el ambiente.
Y en cuanto a la estructura, se alterna, desde el inicio del relato, el interrogatorio a Ibrahim Ben Salan con esos otros capítulos en los que se desarrolla la preparación del atentado, su consumación y lo que ocurre en los días o meses después. El capítulo final justifica con creces la decisión del autor, porque, en el fondo, a pesar de lo luctuoso del evento, fluye aquí una auténtica historia de amor que no tiene por misión la de “endulzar” los hechos o desviar la mirada del lector, sino, antes bien, la de dejar patente que, a pesar de todo, la vida continúa frente a cualquier obstáculo que surja en el camino.
Martín Nogales, al no poder abarcarlo todo, deja, a lo largo de estas páginas, que la imaginación del lector haga el resto del trabajo: la actitud de los medios de comunicación, las comparecencias de los políticos, el trabajo de los diversos cuerpos policiales, etc. Pasa por alto, porque así se lo propone desde el principio, la posición un tanto torticera del gobierno de entonces, tratando de desviar la atención sobre la autoría del atentado, e insinúa, sin adentrarse más allá de lo que le exige el propio relato, algunos de los grandes fallos en la investigación de los hechos, así como el pensamiento de los terroristas, convencidos de hallarse en tierra de infieles, abonados a la misión de cumplir sus sueños, de atentar, en nombre de su dios, contra los gobiernos no islámicos.
Un mundo mejor donde vivir es, en resumidas cuentas, una novela que atrapa desde la primera página, casi desde el primer párrafo, cuando el juez de instrucción pregunta a Ibrahim desde cuándo ha estado con “esa” mujer. El ruido ensordecedor y mortal de las explosiones, los quejidos de dolor, las escenas dantescas que se producen a continuación, como el insoportable olor a chamuscado, y que no elude el escritor, aunque sin caer en lo morboso, no evitan, sin embargo, esos otros instantes de silencio no menos terroríficos y conmovedores: un silencio anómalo y real, en el que “el único sonido que se escuchaba en el andén eran las llamadas a los teléfonos móviles en los bolsos de las víctimas”.
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Autor: J. L. Martín Nogales. Título: Un mundo mejor donde vivir. Editorial: Menoscuarto. Venta: Todos tus libros.
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