Mi favorito fue aquél. He tenido que googlearlo: año 2014. Ocho añazos ya. El spot comienza con una mirada melancólica, como de drama rural de Lorca. Los ojos llorosos se ven reflejados en la ventana, y afuera está nevando, porque en los anuncios de lotería siempre nieva. El protagonista se halla solo, inmerso en su angustia vital. Notamos que la desesperación y el escepticismo se abrazan en el fondo del abismo, que diría Unamuno. Finalmente se acerca su mujer: «baja a saludarlo, anda», le sugiere tras un beso corto. «Tendría que haber comprado lotería», argumenta él. Finalmente, el tipo baja al bar de la esquina entre toneladas de nieve. El jolgorio es total. Corre el champán, truena el vocerío. Se acerca el dueño de la cafetería. ¡Venga, una copita! Pero el tipo, deprimido, pide un café. Como quiera que la fiesta se le hace insoportable, pide la cuenta: ¿Qué te debo? Son veintiún euros. ¿Veintiún euros por un café? Y entonces se resuelve la trama. El camarero desliza un sobre con el boleto premiado, y ambos rompen a llorar interiormente.
Es obvio que el anuncio desafía la realidad de manera flagrante. Nadie en esta España nuestra te guardaría un boleto premiado sin haberlo pagado antes. Lo normal, si compartes décimo, es hacer firmar al otro poco menos que un contrato mercantil ante notario. En caso de hallarnos en posesión de un billete premiado, lo guardaríamos bajo siete llaves por miedo a que fuese robado, como Don Latino le robaba el décimo a Max Estrella al descubrir que éste ha muerto. Tampoco parece real que haya toneladas de nieve en la calle, que alguien pida un café entre champañas, e incluso que la mujer del protagonista le anime a ir al bar. Pero es el anuncio de la lotería, aquí todo es posible a la hora en que se dan cita todas las virtudes cristianas: humildad, caridad, castidad, gratitud, templanza, paciencia y diligencia al servicio del espectador. El mundo en los anuncios de la lotería es un mundo mejor.
Ahora que se acercan estas fechas, querido lector, me permito sugerirle que huya de aquellos que odien la publicidad loteril. Unos le dirán que la Navidad es un invento de El Corte Inglés, que mejor está uno con los ahorros en una Cuenta Naranja. Otros le dirán que es una cosa facha, de Franco o de alguno así, y que un buen librepensador no se pierde en cosicas religiosas. Los habrá que censuren las luces de Navidad porque no estamos para gastar la energía de Putin, los habrá que impidan la presencia de la mula y el buey en el tradicional belén por maltrato animal. Olvídese de todos ellos, apriétese una copita de esas con las que brindan los que, gracias a San Ildefonso, meten unos milloncejos en el banco, y sobre todo aproveche para disfrutar del verdadero premio: abrazar en la medida de lo posible a aquellos a los que tenga a su lado. Como si fuera un anuncio, sí. Para la tristeza y el desaliento ya tenemos el mundo real.
Los seres queridos, el premio que a todos tocó. La felicidad que se vive sin exhibición en la intimidad del hogar. El premio que unos acrecentaron y otros dilapidaron.
Los belenes. Ese arte tradicional hispano tan bello, tan estético, tan nuestro. Rememora nuestra infancia y las infancias de los que nos precedieron. Nos hace soñar. Sus luces iluminan las entrañables fiestas, las de verdad, las que, como dice el sr, Wales, son íntimas y recogidas, las que nos evocan la casa en el campo rodeada de abetos y el paisaje nevado, iluminada, como refugio de nuestros pesares… felicidad, nostalgia…
Pero, bueno, si somos felices, llega alguien y nos lo jode. Como siempre. Los absurdos progres antibelenes con sus absurdas secularizaciones, sean de la estirpe que sean, exalcaldesas atribularias promoviendo Reyes Magos posmodernos, subrealistas y escatológicos, sin la más mínima sensibilidad por lo atávico, lo tradicional, lo nuestro, la memoria, la de verdad…
Quizàs estén preparando una nueva ley que prohiba los belenes. Si no tienen ya bastante con los «belenes» que están montando…
Lo que me he reído con el ‘cambio de ritmo’ del primer al segundo párrafo. Nuestro tiempo ha llegado en su salvajismo mucho más lejos que las sociedades primitivas, supuestamente más bárbaras: el desprecio a los ancianos (hoy ya asesinato ‘por caridad’), el asesinato de los niños en el vientre, la vejación de los cadáveres y la profanación de lo sagrado. El tiempo está gentuza es limitado. La vida terrenal en la que perpetran sus fechorías es corta y no prevalecerán. Jamás.