EclipseWise.com. Canon of Solar Eclipses. Fred Espenak. 2014
El solsticio de invierno del año 1219 a.e.c. fue un solsticio especial. El ciclo solar y el lunar se alinearon, algo que sólo ocurre cada diecinueve años; hubo un eclipse solar; Odiseo volvió a casa y tal vez el matriarcado cedió un primer paso al patriarcado.
Los dioses gustan del solsticio de invierno para sus teogonías. Mitra, antes que Jesús, nació en Navidad, pero es el mortal Odiseo quien inicia una tradición secular que continúa treinta y dos siglos después.
El paso del tiempo en la Odisea no es ni lineal ni sucesivo, sino redundante y simultaneo. El Eniautos Daimón, el espíritu del tiempo cíclico anual, es un concepto ancestral que aún hoy conservamos y seguimos celebrando.
Diógenes Laercio, en sus Vidas de los filósofos más ilustres, atribuye a Cleóbulo el siguiente enigma referido al ciclo anual:
Tiene un padre doce hijos,
y cada uno de ellos treinta hijas,
todas bien diferentes en aspecto;
pues por un lado son blancas como la nieve,
y por el otro, oscuras se presentan.
Y que aún siendo inmortales, mueren todas.
El día es del género femenino en griego y el Eniautos se refería en aquel tiempo a periodos de trescientos sesenta días con sus noches.
El establecimiento de un calendario preciso que no requiriera ajustes no fue fácil. Las sociedades primitivas matriarcales se regían por los ciclos lunares asociados a la menstruación de la diosa madre. El paso al patriarcado, según cuenta Gilbert Murray, en The Rise of the Greek Epic, vino dado por la conjugación de los calendarios lunares con los solares. Los doce meses lunares de trescientos cincuenta y cuatro días, más unas pocas horas, y el año solar de trescientos sesenta y cuatro días, más unas pocas horas. Esta fusión de calendarios culminó con el Eikosietêris, el Gran Eniautos o Gran Ciclo de diecinueve años que popularizó el astrónomo griego Metón y que es una más de las historias ocultas de la Odisea.
De todos es sabido que la guerra de Toya duró diez años y el viaje de vuelta de Odiseo otros diez. Pero lo cierto es que Odiseo llegó a Ítaca el último día del año decimonoveno, que también era para los cómputos griegos el primero del vigésimo. Fue el día en que la Luna Nueva coincidía con el Nuevo Sol del solsticio de invierno, y como ya hemos dicho, eso solo pasa cada diecinueve años, y se llamaba “El Encuentro del Sol y la Luna”.
Gracias a las distintas referencias que hace Homero a la situación astronómica celeste podemos deducir el día exacto de la llegada de Odiseo a Ítaca* (XIII 93): Apenas se había alzado la estrella que más brilla, la que viene anunciando por encima de las otras la luz de la matutina aurora. En ese momento recalaba en la isla la nave marinera. La referencia a Venus (Afrodita) como la estrella más brillante indica que la luna estaba muy menguada, próxima a la luna nueva.
Ya en Ítaca Odiseo le dice al porquero Eumeo (XIV 162): Dentro de este mismo año volverá Odiseo aquí. Al consumirse este mes y presentarse el próximo, regresará a su casa y castigará a todo aquel que deshonra a su esposa y su ilustre hijo. El escepticismo de Eumeo presupone el poco tiempo que quedaría y la proximidad del fin del año.
Y a su esposa Penélope, aún disfrazado de mendigo, el día que llega al palacio le augura que (XIX 307) este mismo año volverá aquí Odiseo, al concluir esta luna y comenzar la próxima. El fin de mes en el calendario del ciclo lunar coincidía con la luna nueva.
Podemos aventurar que la luna nueva de la que habla Odiseo era además el solsticio de invierno, ese momento en el que el sol está en el punto más alejado de la tierra y su luz parece que va a desvanecerse para siempre. La noche más larga del año. La que pasaron Penélope y Odiseo en su lecho haciendo el amor y contándose historias. Justo después de reconocerse mutuamente, Homero nos dice de Penélope que (XXIII 240) no desprendía nunca de su cuello sus blancos brazos, y en medio de sus sollozos le habría llegado la Aurora de rosáceos dedos, de no ser porque otra cosa ideó la diosa de glaucos ojos, Atenea. Contuvo los márgenes de la larga noche, y a la par retenía a la Aurora de áureo trono junto al océano, sin dejarla uncir sus caballos de raudas patas, Lampo y Faetonte, los corceles que transportan a la Aurora, para llevar la luz a los humanos.
En el solsticio de invierno los griegos celebraban las fiestas consagradas al sol, al dios Apolo Noumenios (Apolo de la Luna Nueva). Según dice Antínoo, tras fracasar en su intento de tensar el arco de Odiseo, que según cuenta la leyenda perteneció al propio Febo (brillante) Apolo (XXI 258), ahora es en esta región la fiesta santa del dios. ¿Quién podría tensar el arco?.
El epíteto que acompaña a Apolo en la Ilíada es “el que hiere de lejos” y en la Odisea “el arquero”. En su honor se (XXI 268) ofrendaban muslos y se celebraban torneos de tiro al arco, como el que organiza Penélope, ofreciéndose de trofeo al campeón. Tras el fracaso de sus rivales, Odiseo tensó su arco; con un tiro certero atravesó el ojo de las doce hachas rituales de doble hoja, símbolo de los doce meses del año; ganó de nuevo el derecho a la mano de su amada y comenzó la matanza de los pretendientes.
El encuentro de Odiseo y Penélope coincide con el encuentro del Sol y la Luna.
Sabemos que era invierno porque la noche era fría (XIX 64), echaron a tierra el ascua de los braseros y encendieron en ellos otros muchos leños para dar luz y calentar la estancia. Improvisaron en el patio una cama para Odiseo con cobertores, mantas y (XIX 319) sábanas muy limpias, para que se caliente bien mientras le llega la Aurora de áureo trono.
Y se nos relata también otro acontecimiento clave para ubicar temporalmente el día de su regreso: el eclipse solar que aconteció pocas antes de que empezara la matanza de los pretendientes. Teoclimeno exhorta a los pretendientes (XX 350): Desdichados, ¿qué mal os envuelve? Vuestras cabezas están inundadas de noche, así como vuestros rostros y vuestras rodillas más abajo. Se ha extendido el gemido y están bañadas en llanto vuestras mejillas. De sangre veo regados los muros y los hermosos intercolumnios, y lleno el atrio y rebosante el patio de fantasmas, que se precipitan en su marcha al Hades en tinieblas. Y el sol se ha apagado en el cielo, y una maligna tiniebla nos invade.
No todos los estudiosos han estado de acuerdo sobre si estos versos describen un eclipse o no. Ya en la antigüedad Heráclito, en sus Alegorías de Homero, lo consideraba, cómo no, alegórico, mientras que pseudo Plutarco, en Sobre la vida y la poesía de Homero, verdadero. Más recientemente (1926) Carl Schoch defendió su autenticidad en The Eclipse of Odysseus, y Wilhelm Dörpfeld, en Die Datierung des Trojanischen Krieges, la negó aduciendo que la advertencia de Teoclimeno era una visión de los pretendientes en el Hades, y las sombras, las que arrojaba la cubierta del patio. Ya en el siglo XXI (2006) Constantino Baikouzis y Marcelo Magnasco publicaron en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences que el eclipse era real y que sucedió el 16 de abril del año 1178 a.e.c. Mucho tardó la réplica que Peter Gainsford publicó en la Transactions of the American Philological Association (2012) desmontado cada una de las hipótesis que concluían en el deseado eclipse. La más evidente era la fecha y la imposibilidad de que su regreso fuera en abril; entre otras cosas, porque cuando Odiseo partió de Ogigia, la isla de Calipso, (V 65) en torno a la cóncava gruta se había extendido una rozagante viña, que estaba colmada de racimos, ya que la vendimia es entre finales de septiembre y principios de octubre; o la necesaria supuesta nueva fecha de la guerra de Troya para que la teoría cuadrase con la historia. Pero el artículo de Baikouzis y Magnasco dio la vuelta al mundo y su popularidad no hay más que comprobarla en internet (si acaso habrá que cambiar algunas entradas de Wikipedia).
No obstante, la fecha del solsticio de invierno del año 1219 a.e.c. propuesta, rectifica las incongruencias de Baikouzis y Magnasco ya apuntadas por Peter Gainsford y resuelve la fecha del eclipse tanto en lo relativo al calendario anual como en las fechas de la guerra de Troya, ahora coherentes con Heródoto, que la fijaba a mediados del siglo XIII a.e.c.; con las teorías arqueológicas que identifican la antigüedad de los restos quemados del nivel VI-VIIa (1750-1180 a.e.c.) con la Troya homérica y con la tablilla cuneiforme de arcilla que conserva el Museo Británico con el número 108569, que contiene el pacto de la alianza bélica entre el rey hitita Muwattalli II de Hatti y el troyano Alaksandu de Wilusa contra los minoicos griegos.
Gracias al Five Millennium Canon of Solar Eclipses de Fred Espenak y Jean Meeus publicado por la NASA y actualizado en 2007, se puede afirmar que el 21 de diciembre del 1219 a.e.c. hubo un eclipse solar que pudo verse desde Ítaca próximo a la puesta de sol. Justo antes del solsticio.
No descubriré nada si afirmo que la Odisea es un libro que permite una lectura literal apasionante y a la vez se trata de un texto iniciático deslumbrante, cuyas múltiples interpretaciones se suceden de generación en generación sin que sus descubrimientos dejen de sorprendernos y cuya sabiduría simplemente abruma. Todo número, árbol, ave, nube, dios o mortal que aparece en sus páginas tiene una conexión cósmica que nos atrapa y nos recuerda nuestra condición y nuestro vínculo con la naturaleza.
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Uno de los muchos enigmas que encierra el texto es su dominio del tiempo, y nos descubre lo alejados que estamos de su control en la actualidad. Independientemente de la ya conocida falta de linealidad del relato y de los múltiples planos temporales en los que se mueven los distintos personajes hasta que convergen en un único tiempo y espacio, hay algo que subyace oculto desde sus primeros versos, y es el minucioso conocimiento del paso del tiempo. Por eso la acción transcurre en un constante viaje, auspiciado por Hermes, el dios de los caminos que abre el poema y que en su condición de psicopompo guía a los difuntos en su postrero viaje, en el último canto.
Las referencias al calendario son veladas pero constantes. Eumeo dice que el número de sus cerdos (XIV 20) venían a ser unos trescientos cincuenta. Como los días del año lunar. Odiseo y sus hombres arribaron a Tricania, la isla de Helios Hiperión, y permanecieron atrapados sin viento siete días. La tripulación desoyó las advertencias de Odiseo y mataron acuciados por el hambre las vacas sagradas del Sol, dueño hasta entonces de siete rebaños (XII 128) de cincuenta vacas cada uno. Un total, de nuevo, de trescientos cincuenta. Como recuerda Ignacio Gómez de Liaño en El círculo de la sabiduría, el propio Aristóteles consideraba esas vacas del canto XII como los días del año lunar.
Margaret Atwood argumenta en su Penelopiad que las doce criadas a las que ahorcó Odiseo eran en realidad las doce sacerdotisas de un culto lunar oficiado por la gran sacerdotisa Penélope y que la muerte de éstas, junto con las de sus feligreses, en este caso pretendientes, instauró el nuevo orden solar y patriarcal. Tras convivir todo el poema bajo el influjo femenino de múltiples mujeres poderosas, tanto diosas, como ninfas o mortales, Odiseo, el último de los héroes, mantuvo hasta ahora escondida para la historia su última gesta, tal vez la más infausta.
El cambio de paradigma se nos revela justo a mitad del poema, al navegar al Hades rumbo hacia el confín del Océano y regresar de nuevo a la isla de Circe por el Este (XII 1). Cuando nuestra nave dejó la corriente del río Océano y llegó sobre las ondas del mar de amplio curso a la isla de Eea, donde están la mansión y los espacios de danza de la Aurora matutina y las salidas del sol, nos arrimamos a la costa y varamos el barco en las arenas, y echamos pie a tierra en la ribera marítima. Y allí nos entregamos al sueño y aguardamos la divina Aurora.
Joseph Campbell nos cuenta en Las máscaras de Dios que a los investigadores del siglo XIX y principios del XX siempre les gustó identificar analogías solares y lunares, porque confirmaban que la imaginería de nuestra herencia mitológica proviene en gran parte de la simbología cosmológica de la Edad del Bronce. Pero ahora debemos añadir a esta importante intuición la posterior comprensión de que una idea fundamental de todas las disciplinas religiosas paganas, tanto de Oriente como de Occidente, fue que la vuelta de la mente hacia el interior (simbolizada por la puesta del sol) debería culminar en una comprensión de la identidad in esse del individuo (microcosmos) y el universo (macrocosmos) que, al conseguirse, uniría en un orden de acto y realización los principios de la eternidad y el tiempo, el sol y la luna, el varón y la hembra, Hermes y Afrodita, y las dos serpientes entrelazadas de su caduceo.
¿Pero qué es la Navidad sino eso?
*Extractos de la Odisea según la traducción de Carlos García Gual. Alianza Editorial 2004.
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