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Oír para escuchar

“Estaba sintonizando desde el nocturno dial brillante / haciendo cualquier cosa que mi radio me aconsejara / con cada una de las emisoras nocturnas / que ponen canciones que me hacen llorar (…). / La radio es una buena salvación, / la radio está limpiando la nación”. Es lo que cantaba irónicamente Elvis Costello allá por 1978 en “Radio Radio” (This Year’s Model, 1978), aunque ya había montado una buena un año antes cuando la interpretó en el programa Saturday Night Live sin avisar al personal de que saltaría de “Less Than Zero” a esa nada sutil diatriba contra aquellos que mantenían la música interesante fuera de las ondas a los pocos segundos de su actuación junto a The Attractions. El órgano circense y carnavalesco de Steve Nieve y la producción gamberra de Nick Lowe convirtieron el trallazo punk rock de los versos anfetamínicos y enrabietados de Elvis Costello en un himno rebelde con ecos que llegan a nuestros días.

"La escritura de Javier Montes avanza subrepticiamente con esa misma alegría y disposición de ánimo con la que se afronta el día si se dispone de café y la compañía que ofrece la radio, que tan poco pide y tanto aporta"

Javier Montes (Madrid, 1976) hace lo contrario que el personaje de la canción de Costello; él mueve el dial por la mañana, nada más despertarse, como una conjura contra la noche, a modo de ritual mañanero con el que empezar a dar los primeros pasos del día recién inaugurado. Es la sintonización de la emisora seleccionada en la radio lo que pone en marcha la jornada, cuando todavía se tiene medio cuerpo entre las sábanas y la otra mitad ya ha ido a preparar el café. Como Alistair Cooke, también Montes prefiere “la radio a las pantallas. Las imágenes son mejores”. He escrito bien, poner la radio, no encenderla o escucharla. Ponerla, sí, y que vaya haciendo, como confiado asidero de la vida por venir. Como el café, también la radio aviva la conciencia y nos devuelve a la vigilia con la activación necesaria para sobrevivir veinticuatro horas más (a poder ser en su compañía). Esa metáfora es una de muchas. La escritura de Javier Montes avanza subrepticiamente con esa misma alegría y disposición de ánimo con la que se afronta el día si se dispone de café y la compañía que ofrece la radio, que tan poco pide y tanto aporta. Se lo dice alguien que evita ponerla a toda costa. A uno eso de que empiecen a aparecer voces que no han sido invitadas a la fiesta, cada una con su drama o su cantinela, acompañadas de ese júbilo forzado de la cuadrilla de invitados que animan la mañana y redondeadas con cuñas publicitarias de varia índole lo ponen de los nervios. Esto no es óbice para reconocer las bonanzas de esta oda pública a la radio en toda regla. Son cosas distintas.

"La recompensa final es la propia escritura de Javier Montes, afinada, medida lo justo para no parecer encorsetada, asimismo imaginativa y feliz sin resultar pretenciosa"

La sincronía de la radio, su continuidad y su difusión la hacen uno de los medios más efectivos para la felicidad inmediata a lo largo del globo, además de potenciar ese espíritu jazzístico que la asiste en cuanto a defensa y casi diríase que poética que consiste en “la supresión definitiva de lo irrecuperable y lo imprevisible.” Ni los podcasts ni la radio a la carta pueden con esa inmediatez celebérrima que marca el medio, también hoy, mientras prospera sin aparente pesar en la era digital (los datos así lo confirman). Lo que el autor de La vida de hotel (Anagrama, 2012) propone no es ni más ni menos que un recorrido por lo que la radio tiene de selecta, oracular y festiva. Él toma nota de noticias, atiende consejos, se olvida del devenir con esa ensoñación encubierta que persiste tras el sueño, o simplemente asiste a la disolución de la soledad con la radio —“pura maleza sonora”, la llama— como compañía, a falta de un búho disecado.

Más allá de la apología evidente de la radio que contiene el librito, la recompensa final es la propia escritura de Javier Montes, afinada, medida lo justo para no parecer encorsetada, asimismo imaginativa y feliz sin resultar pretenciosa. Toda una sorpresa. Sintonicen su frecuencia, con café o sin él, con nocturnidad, de mañana o en horario vespertino, tanto da. No hay aquí publicidad banal ni impertinente.

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Autor: Javier Montes. Título: La radio puesta. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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