31 de agosto
Hoy me siento distante, malhumorado. No sé la razón. Quizá porque me acerco al final de la novela y vuelvo a enfrentarme a las carencias de lo que escribo. Siempre tan lejos de un resultado que de verdad me entusiasme. Cuando empiezas a escribir un libro te parece que tus posibilidades son infinitas. Terminarlo equivale a constatar tus limitaciones.
Hemos viso Happy end, de Haneke. Leo a mucha gente expresar cierta decepción con la película. A mí me parece extraordinaria. Tengo la impresión de que lo esencial en esa historia es todo lo que no se cuenta. Si te quedas con lo que se dice y se ve en la pantalla puede parecer algo banal, poco profunda. Pero hay tantas historias apuntadas que obligan a reinterpretar lo que estamos viendo.
Una vez más Haneke habla de los resultados del trauma, de cómo la crueldad y la hipocresía de una generación dejan sus huellas en la siguiente (tema también esencial en Caché y en La cinta blanca).
8 de septiembre
Esta semana me encuentro con J. B., al que quería hacer preguntas sobre el mundo okupa para la novela. Me lleva a un edificio okupado transformado en centro social autogestionado. Durante la conversación evito cualquier pregunta personal (salvo cómo entró en ese ambiente), lo que hace que los dos nos sintamos cómodos. Hablando con él me doy cuenta de que la okupación es algo más natural de lo que puede parecer; una opción de vida en la que te niegas a satisfacer las exigencias de una sociedad cada vez más limitadora. Okupar es el intento de habitar en las grietas del sistema. Lo malo es que el sistema se esfuerza en tapar todas las grietas.
De todas formas, me propongo volver al Centro Social con más tiempo. Quizá apuntarme a alguna actividad, enterarme mejor de cómo funciona, aprender sobre esa forma de vida que me parece tan válida como cualquier otra. Más de una vez he leído una frase que suena a perogrullada: escribe sólo sobre lo que conoces. Pero yo siempre tengo la impresión de no conocer lo suficiente, también porque suelo escribir sobre mundos que no son el mío. El riesgo, claro, es quedarte en la superficie, en los tópicos. Pero renunciar a hacerlo significa limitar demasiado la escritura, y la vida. Escribir es, también, un motor para ensanchar la propia existencia.
13 de septiembre
Me escriben del premio de poesía en el que soy miembro del jurado. Se ha retirado una participante porque ha ganado otro premio. Se trata de la que era, junto con otro, mi favorita; su libro es magnífico. Me apena no poder premiarlo. Aunque vete tú a saber si los demás miembros habrían estado de acuerdo conmigo.
(Añadido posterior: más arriba he escrito “una participante” y lo habría escrito también antes de que ella enviase un correo con su nombre. ¿Podía saber que era una mujer? No, no podía saberlo (yo mismo he escrito un libro de poemas usando una voz de mujer), pero estaba convencido de ello. Pero no quiero abrir aquí el debate de si existe la literatura femenina: vade retro).
16 de septiembre
De vuelta del jurado del premio de poesía pienso en cuánto tiene de casual o arbitrario ganar o no ganar un premio. Cuánto depende de quiénes son los miembros del jurado más convencidos y convincentes, de cómo un manuscrito que parecía el candidato mejor posicionado acaba siendo desplazado, al no conseguir suficiente mayoría, por otro que no entusiasma quizá a tantos como el primero pero no desagrada a ninguno. Por una indiscreción de una miembro del jurado me entero de que el año pasado yo estuve verdaderamente en un tris de no ganar y de que la discusión duró dos horas. El descubrimiento no me ofende ni duele; una dura competencia certifica un mínimo de limpieza. También sé que cuando gané el Alfaguara podría haberlo ganado el otro autor (o la otra autora) con quien competía al final y faltó muy poco para que fuese así. Por otro lado sé que en una edición anterior del mismo premio quien estuvo a punto de ganar fui yo pero al final el jurado se decidió, después también de larguísima discusión, por mi contrincante.
A veces me han preguntado cuál es el premio que más ilusión me ha hecho ganar. Aunque no sean los más importantes, en el sentido de que no han modificado mi presencia en el mundo literario como lo hicieron otros, siempre me han hecho más ilusión aquellos que llegan como una sorpresa porque ni siquiera sabía que estaba nominado, y entre ellos el Premio Bento Spinoza, que conceden los alumnos de un puñado de institutos gallegos al que consideran el mejor ensayo de ese año. Nunca pensé que mi ensayo estuviese dialogando con gente tan joven. Y sí, descubrirlo fue emocionante.
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