Mira, hace ya un tiempo tuve la suerte de compartir auditorio con César Pérez Gellida en una serie de conferencias donde varios autores de novela negra hablábamos a los alumnos de bachiller sobre nuestro proceso creativo. A lo largo de todos estos años he tenido la oportunidad de compartir mi experiencia en el sector editorial a través de charlas dirigidas a lectores, empresas y grandes grupos privados. Sin embargo, lo que realmente disfruto es poder dirigirme a las nuevas generaciones y fomentar el interés por la lectura y la escritura en los centros educativos.
Las mismas estructuras narrativas se repiten una y otra vez en los cientos de novelas, series y películas que se estrenan a diario. Aunque se disfracen con distintos escenarios, el viaje del héroe, los triángulos amorosos y los giros de guion ya están más que explorados. Son los personajes los que logran que el lector se involucre y conecte emocionalmente con lo que quieras contar.
Puedes crear la trama más trepidante del mundo, pero si tus personajes no son creíbles ni tienen carisma, tu historia se quedará en un mero ejercicio de estilo.
Desde entonces, cuando tengo la oportunidad de dar una charla sobre escritura creativa o una formación en cualquiera de los cursos a los que me invitan, repito como un mantra este recurso que heredé de César Pérez Gellida en aquella conferencia: los personajes son la columna vertebral de cualquier historia de suspense.
Sin pretensiones de ningún tipo, más que la de aportar valor en el caso de que alguien lea este artículo en busca de inspiración, hoy vengo a compartir contigo algunos trucos que me han funcionado a lo largo de mi carrera editorial para que los personajes de tus historias no solo sean creíbles, sino que causen impacto y hagan tu novela inolvidable para quien la lea.
Uno. Dale a tu personaje una herida
Un buen personaje de suspense siempre arrastra un pasado que le persigue como una sombra. Puede ser un trauma, una culpa o una obsesión que le impida avanzar. Pero por favor, no lo hagas tirado a la bebida como los detectives de los años 80, que eso está muy trillado. Piensa que esa herida es la clave para que el lector empatice con él y comprenda sus decisiones, incluso las más cuestionables.
Y ahora viene lo más importante: para que funcione, la herida debe estar integrada de manera orgánica en la historia, influenciando sus acciones y decisiones en momentos clave de la trama. Es decir, no basta con mencionarla de pasada; debe ser un motor que impulse el conflicto y que, incluso, sirva luego para resolver un problema en la trama.
Por ejemplo, en El gran rojo, de Benito Olmo, el protagonista, Mascarell, es un detective privado con una pierna ortopédica, secuela de su pasado en la policía. Su discapacidad no solo lo define físicamente, sino que también influye en su manera de afrontar los casos y en su relación con el entorno. Esta herida se convierte en una parte esencial de su personalidad, aportando vulnerabilidad y fortaleza a partes iguales, convirtiéndose en un elemento clave para la trama.
Dos. Motivaciones claras, pero no evidentes
Los personajes con motivaciones ambiguas generan tensión. Un policía puede actuar porque busca justicia o por beneficio propio. Un asesino puede actuar por venganza o porque, simplemente, piensa que hace lo correcto. La clave está en jugar con estas capas de ambigüedad para mantener el interés del lector. Es importante establecer las motivaciones de forma sutil, a través de sus acciones y reacciones, evitando la descripción o la parrafada que explique las motivaciones del personaje. La contradicción entre los deseos de un personaje y sus actos también añade una dimensión adicional, haciendo que el lector se cuestione los verdaderos propósitos del personaje en cuestión.
Un ejemplo de este punto puede ser el del inspector Faura de Los señores del humo, de Claudio Cerdán, quien se mueve en una delgada línea entre su sentido del deber y sus propios demonios internos, que lo lleva a tomar decisiones moralmente cuestionables constantemente, caminando a lo largo de toda la trama en un equilibrio inestable entre la ley y su lado más oscuro.
Tres. Diálogos que revelen más de lo que dicen
Nada de parloteo innecesario. En las novelas de suspense cada diálogo debe aportar algo: pistas, conflictos, personalidad. Un buen truco es hacer que lo que un personaje dice no siempre coincida con lo que realmente piensa. Esto puede lograrse mediante el subtexto, dejando que la tensión crezca en las pausas y en las cosas no dichas. Además, la forma en que un personaje habla debe reflejar su pasado, su estado emocional y su relación con los demás, contribuyendo así a una caracterización más rica y convincente. Lo de describir a un personaje con una parrafada hablando sobre su color de pelo, sus gustos y el equipo de futbol que defiende quedó para las redacciones de “describe a alguien de tu familia” en las clases de inglés. En una novela es mejor que el lector vaya descubriendo la personalidad de tus personajes a través de sus acciones y sus diálogos.
Te podría poner de ejemplo cualquier descripción de los personajes de mis novelas, pero eso sería autobombo, y estaría muy feo por mi parte.
Cuatro. Defectos que los humanicen
Esto no es una novela erótica. En el thriller y las novelas policiacas a nadie le cae bien un protagonista demasiado perfecto. Los policías a veces sienten tedio de su propio trabajo, los periodistas son cínicos y los abogados tienen problemas familiares. Estos defectos hacen que los personajes sean más cercanos y creíbles (como tú, que también tienes tus defectos).
Sin embargo, como ocurría con esa herida o ese pasado traumático del que hablábamos en el primer punto, es crucial que estos defectos no sean meros adornos, sino que tengan un impacto real en la trama. Los defectos deben crear obstáculos, generar conflictos internos y externos y desafiar al personaje a evolucionar a lo largo de la historia.
Si lees cualquier libro de la saga de Bevilacqua y Chamorro, de Lorenzo Silva, encontrarás que ese Guardia Civil tiene una personalidad escéptica, haciendo que muchas veces tenga que lidiar con sus propias dudas morales y una visión desencantada de la justicia, lo que añade matices a su carácter.
Cinco. El entorno también moldea al personaje
Un buen personaje no se define solo por su psicología, sino por cómo interactúa con su entorno. La ciudad donde vive, cómo cuida su casa, cómo viste, el tipo de gente con la que se rodea y los lugares que frecuenta son claves para construir su identidad. Los escenarios pueden actuar como reflejos de la psique del personaje, aportando información sobre su mundo interior sin necesidad de narrarlo de forma explícita. Sitúa a un sacerdote en un prostíbulo, o a un detective de homicidios en una guardería, y verás lo pronto que captas la atención del lector por descubrir la razón de su presencia en esos lugares (lo mismo hasta le robas una sonrisa, y no hay mayor trofeo para un escritor).
Escucha, y sé lo que me vas a decir: que a pesar de tener en cuenta estos cinco puntos no es fácil construir un personaje memorable. Y es cierto. Te doy la razón. Ojalá fuese tan sencillo crear un protagonista best seller. Pero si estás escribiendo tu primera novela, o simplemente te has prometido escribirla alguna vez (como lo de empezar la dieta el lunes que viene), te recomiendo que compruebes si los personajes de tu historia tienen estos cinco elementos. La experiencia me dice que así será mucho más probable que tus protagonistas parezcan más humanos y que empaticen mejor con los lectores. De esta manera, hablarán mejor de tu libro y, por lo tanto, venderás más ejemplares y, por consiguiente, dormirás mejor por las noches al estar satisfecho con tu trabajo.
Muchas gracias por leerme.
Espero que este artículo te haya servido para algo.
Lo mismo, más adelante, escribo otro.
Recibe un abrazo y que tengas un gran día.
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P.D.: Recuerda, los personajes son el corazón de tu historia.
P.D.2.: Después de esa conferencia, Pérez Gellida y un servidor nos fuimos a celebrarlo con algunas copas. Aún me dura la resaca. Tipo duro donde los haya, César.
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