Hoy como nunca faltan referentes que, alejados de los dogmatismos, socorran a las desnortadas criaturas en las que muchos nos hemos convertido por obra y gracia de este impío signo de los tiempos en el que valor y precio andan convertidos en material etéreo y, lo más grave, confuso. Fue Francisco de Quevedo quien, allá por 1611, dijo aquella frase que siglos más tarde popularizaría Antonio Machado cuando advirtió que “sólo el necio confunde valor y precio”. El materialismo en el que andamos inmersos y la fiebre consumista que nos aflige y envuelve lograrían que hasta el mismísimo Oscar Wilde se retorciera hasta lo indecible por ver confirmada su afirmación en la que advertía que “la gente conoce el precio de todo pero el valor de nada”. Sobre todo comprobaría asombrado cómo persiste el cinismo en el que andamos en caída libre como sociedad por no entender que el precio es lo que pagas por lo que esperas recibir, donde la ilusión del resultado de la transacción equivale al valor que se otorga a lo adquirido. Warren Buffet lo diría mejor, pero no le anda a la zaga Rick Rubin, el ecléctico productor que tan pronto asociaba a Run DMC con Aerosmith, lanzaba al estrellato a Beastie Boys, hacía serios a Red Hot Chilli Peppers o se convertía en sombra de la etapa crepuscular de Johnny Cash, por poner ejemplos populares en los que su intervención ha dejado huella musical persistente.
El que ahora nos ocupa es el Rick Rubin al que unos llamarán esotérico, otros místico, otros tantos pragmático y no pocos oportunista, algo que nunca ha dejado de ser; pero es el suyo un oportunismo de nuevo cuño, no por embarcarse con ventaja en proyectos ajenos, sino por crear las condiciones y las ocasiones inesperadas en las que hacer prosperar ideas a priori descabelladas y al fin exitosas. En el tránsito, y tras años de entrega firme y sostenida, con obcecada autenticidad y fidelidad contumaz, ha entregado el fruto de muchos años de reflexión y trabajo sobre el acto creativo. Lo ha titulado el Acto de crear: Una manera de ser, y ya puede decirse que se trata de un nuevo oráculo manual para el mundo contemporáneo, aunque ya quisiera el productor de Jay-Z, Adele o Slayer llegarle a la suela de los zapatos a nuestro Baltasar Gracián, lo que no es óbice para reconocer en la obra literaria de Rick Rubin bonanzas narrativas que impulsen el propósito de la misma, y éste no es otro que enaltecer el acto creativo en la aspiración de hacerlo un modo de vida, una manera de estar en el mundo, un comportamiento más allá de lo profesional y, en última instancia, una forma de hacer inevitable los procesos emocionales e intelectuales que nos conducen a construir con singularidad nuestro universo personal.
Rubin ha desarrollado con este propósito setenta y ocho áreas de pensamiento desde la premisa de que todos somos creadores hasta dar con la respuesta al propio acto de crear, a cómo surge y por qué semejante hazaña humana. Se trata de un arco que va de la constatación universal del gen artístico a su explicación paremiológica, con esa suerte de reflexiones que cierran cada uno de los apartados, del tipo: “La persona que hace algo hoy / no es la misma persona / que lo retoma mañana”, un apunte que encuentra en el sincretismo poético una herramienta para condensar lo explicado en las páginas que preceden al fogonazo lírico, al tiempo que esa luz conclusiva versicular sirve de faro para iluminar las revelaciones precedentes.
Las premisas con las que trabaja el productor buscan desde las primeras páginas dejar claro que existe una necesidad de recuperar los procesos lúdicos del olvidado niño interior con el que convivimos alternando en un doloroso juego del escondite, en el que quien la para ha olvidado a los que se apuntaron a jugar con él y eso dificulta tanto la defensa del reino como la salvación de los participantes. Se hace importante, aclara Rubin, que las fuentes de la creación, el alimento y sus nutrientes, sean localizadas. De ese modo, la despensa siempre permanecerá copiosa. Armarse con una mirada profunda sirve como base para la creatividad, una forma de ir más allá de lo prosaico y ordinario para acceder a un plano superior que, precisamente por ese aguzamiento visual, deja de ser invisible y se hace transparente y revelador. El autor propone ejercicios, cuenta anécdotas, tira de experiencia personal, aconseja rodearse de belleza y frecuentar las obras de arte que ya han pasado la criba del tiempo.
En cuanto a la inspiración, la consigna es clara: afinar la antena, desaprender adquisiciones mecanizadas, engrasar el instinto y, como decía aquel, que la imposición de luz nos pille trabajando. Lo demás es silencio. Vivir a resguardo de la climatología social que tiende al despiste, y fomentar el trato con la incertidumbre, porque esto de la creación artística transita por un reino mágico que nadie sabe cómo funciona ni por qué. Que Rick Rubin haya escogido lo minimalista como eje para el diseño del volumen puede dar una pista sobre el camino a seguir. El cartoné con estampación en negro de un círculo con las dimensiones de un cedé sobre tela gris de la edición en español, un total de 712 gramos contra los 665 gramos de la edición en catalán; 47 gramos de diferencia en los que acumular el paso del tiempo con la fatiga de los materiales, pero también las lecturas y la experiencia en la seducción sensorial de la tela ennoblecida. Habrá que andarse con cuidado, no obstante, puesto que el libro está escrito en colaboración con un encantador de serpientes como es el periodista Neil Strauss, colaborador de The New Yok Times y de la revista Rolling Stone, autor de El Método: Todo lo que necesitas saber para ser un seductor profesional (Planeta, 2008), así como el volumen misceláneo Todos te quieren cuando estás muerto: Viajes al interior de la fama y la locura (Contra, 2012), motivos suficientes por los que ha sido apodado el Mike Tyson de los entrevistadores musicales.
En manos de los lectores queda ahora encontrar el valor de El acto de crear: Una manera de ser en medio del precio, la valía de esa cifra subjetiva que se cuantifica como un intangible esencial que esquiva la ley de la oferta y la demanda para adecuarse a los deseos y satisfacciones de quien pone el dinero sobre la mesa para que desaparezca convertido en forma de libro. Y no un libro cualquiera.
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Autor: Rick Rubin. Título: El acto de crear: Una manera de ser. Traducción: Victoria Simó. Editorial: Diana. Venta: Todostuslibros.
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