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Oralmente hablando y otros versos cantineros

Oralmente hablando y otros versos cantineros

Oralmente hablando

Yo de pie, tú de rodillas.

Tú tirada en el suelo, yo encima.

Yo desnudo y atado en una silla.

Yo sobre la cama y tú sobre imagina.

 

De cualquier forma violenta en la cocina.

 

En la bañera, despacio.

En cualquier sitio, rápido, donde no sobre espacio.

En el sofá, desprevenido,

como si fuera la última vez que

estás conmigo.

Donde tú elijas, con los pantalones

por

los

tobillos.

Cualquier fórmula cuyo resultante sea

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Ahora cierro los ojos

avísame si apareces.

 

Lo que sobra no suple lo que falta

Lo tuyo era contar los días como se cuentan las hojas caídas en un bosque:

a montones.

Te faltaba hombría

y te sobraban cojones.

Lo mío era contar las noches como se cuentan las lágrimas densas carentes                                       de emociones.

Me faltaba coraje

y me sobraban moratones.

 

Lo nuestro dejó de ser

desde la primera                                                   vez,

Desapareció

en aquel mismo

momento,

solo que no me ha atrevido a decírtelo hasta ahora.

Ahora que estás tan muerto.

 

Oda del sediento a la botella

Decían que eran tus reflejos sobre la barra pulida.

Tan fría.

Qué puta.

Tan estreñida toda.

Tan boba.

Yo, más bien, pensaba que era otra cosa.

Cosa mía.

Porque contigo era lo que nunca acontecía.

Y menos a esas horas,

como estas,

que estamos a solas.

Ahora que quiero chuparte por fuera, acabarte entera.

Te conozco bien y sé que eres:

amarga por dentro y dura por fuera.

O así recuerdo que era.

Como aprendí en la escuela.

Qué ganas de hacerte presa, entre mis dedos, qué tersa, qué recta, joder, qué tersa y recta.

Y qué corta la distancia.

Y qué difícil alcanzarte.

Mejor vuelvo a casa.

Quiero descansar pero por desgracia mi sed                                                        no se cansa.

 

Ahora te digo, escúchame bien, tú que te crees exento, tú que no comprendes que el viento solo sopla cuando sopla el viento. Tú, que me señalas con el dedo. Tú que aspiras a morir bien más pronto que tarde, a poder ser, y haciendo un alarde, de forma sumisa y cobarde. Que no hay más cerda que la que arde. En tu pira de desprecios, en tu lejanía cercana llena de evidentes misterios. Pero qué ganas de escuchar tu sonido, chocando contra esas piedras de hielo, licuando tu amargura en cuanto me vuelvo. Vengo caliente, a trompicones entre tanta gente. Haz lo que te pido. Voy de valiente y aunque no tenga una moneda en el bolsillo tengo quién me invite a la anterior pero no a la siguiente.

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