Óscar Guerrero publica Mezcal, un hard-boiled de ambientación mexicana en el que mercenarios, políticos, sindicalistas, curas, mariachis, narcos, periodistas y bailarinas viven rodeados de pólvora y sangre. La soledad y el perdón son los ejes de esta historia coral en la que los protagonistas buscan la redención mientras tratan de llegar al siguiente amanecer. Según Arturo Pérez Reverte: “Mezcal es una buena novela: sombría, violenta, dura, muy mexicana”.
Su autor, Óscar Guerrero, cuenta en este ‘Making of’ las circunstancias que dieron origen a Mezcal (Pez de Plata).
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No es faltar a la verdad decir que para esta historia me documenté sin ser muy consciente de ello, y ordené todo el material años después, tras acabar mi primera novela, cuando pensaba “y ahora qué”.
Viajé por todo el país, había que poner en marcha un nuevo modelo comercial. Ciudad de México, Monterrey, Veracruz, Oaxaca, Puebla, San Cristóbal de las Casas, Guadalajara, Tlaquepaque, Guanajuato y un largo etcétera. De norte a sur y de costa a costa. Descansé en Holbox, Tulum y antiguas haciendas coloniales. Incluso en conventos. Vi las costas de los dos océanos, el desierto, yacimientos olvidados a los que acceder por canoa remontando un río, museos vacíos y otros no tanto. Visité cantinas y lugares perdidos en mitad de la gran urbe que ni mis amigos mexicanos son capaces ahora de recordar. Vi llover como no había visto en mi vida. Recorrí interminables kilómetros de carreteras, a través de la selva o eternas llanuras. Me peleé con la burocracia mexicana; los procedimientos absurdos y delirantes de líneas aéreas, hoteles y mostradores de acreditación, entidades financieras y aeropuertos. No entendí nada y empecé a amar todo aquello precisamente por eso.
Aquel año y medio dio para mucho y he vuelto varias veces más. En las rutas comerciales con distribuidores y vendedores acabé en sitios increíbles. Nadie puede imaginar algo así, ni comer nada parecido a las seis de la mañana. Busqué tumbas, acabé de copas con una stripper —los dos vestidos— y me contó cómo funcionaban ciertos negocios. Vi y supe cosas que habría sido mejor no ver ni saber, pero eso ya no tiene remedio.
En la empresa cervecera para la que trabajábamos nos dijeron qué vecinos tenían por la zona de Sinaloa, quién tenía mansiones en la sierra, y cómo eran las negociaciones con ellos. Se rieron largo y tendido del vecino del otro lado de la frontera cuando su gobierno argumentaba no saber dónde estaba una de las personas más buscadas del mundo.
Todo eso, como decía al inicio, cobró forma una vez regresé a casa. Con esa mirada y un buen puñado de recuerdos di forma a esta novela. Y del cruce de algún que otro centenar de pulps y hard boileds leídos desde la adolescencia, con el profundo amor a México. Yo quiero hacer algo así, pensé: una síntesis de esos dos mundos.
Qué cuento y cómo lo cuento. Ese es el primer paso. O uno de ellos. Necesito también el título antes de empezar. Es mi visión sobre el mundo que voy a narrar. También un principio y un final. El final de lo que voy a contar, no tanto el de la historia. Quién sabe lo que ocurre después.
Y el tema principal, que luego puede derivar o dar cabida a otros durante el proceso de escritura. Ahí lo harán también los personajes, empezarán a perfilarse con nitidez.
Tenía el paisaje —el desierto y la luz del norte—, la protagonista —cómo olvidarse de aquella chica que logró acallar el griterío de una cafetería en Polanco—, e intuí el final al recordar un concierto de Los Tigres del Norte en la fábrica de cerveza de Monterrey.
Ha sido una novela desordenada: afloraron los recuerdos de tantos años, recuperé fotografías y noticias, escribí el principio y el final y escenas sueltas y con todo eso me dispuse a saber el resto. Una novela no es una tesis doctoral donde exhibir el profundo conocimiento que se tiene sobre un tema. O no para mí. Yo quería contar una historia. La historia de una mujer que entra en un local de strippers con la intención de girar sobre la barra con el rostro cubierto por una máscara. Y con esa idea me dispuse a teclear. Sobre mercenarios y pasados militares empecé a saber, allá por 1997, cuando viví en Australia: le alquilé una habitación a un veterano de Vietnam y uno de sus mejores amigos, también exmilitar australiano, me hizo el didgeridoo que tengo en casa y me contó varias cosas entre cervezas. Había estado a las órdenes de Oliver North en las selvas de Centroamérica.
Escribir también es descubrir de qué va todo eso que tengo entre la cabeza y un montón de notas dispersas por la mesa con letra ininteligible. Es poner orden a medida que escribo. Indagar y descartar. Y sonrojarse a tiempo de poder eliminar ciertas páginas que nadie leerá jamás.
Si supiera la trama completa y todos los detalles antes de pulsar la primera tecla, me moriría del aburrimiento.
Leí no hace mucho que México es un estado de locura. Me parece una gran definición. Es un país fascinante. He vuelto, claro. Espero seguir haciéndolo en los próximos años a ver si alguien me cuenta qué fue de Mezcal.
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Autor: Óscar Guerrero. Título: Mezcal. Editorial: Pez de Plata. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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