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Orientarse en el barullo tecnológico

Orientarse en el barullo tecnológico

Yo no había cumplido ocho años cuando vi en televisión a dos astronautas dando saltitos sobre la desolada superficie lunar. No recuerdo qué impresión me causó la escena —¿el suelo de la Luna era elástico?—, pero sí que oí decir que para el año 2000 cohetes de línea nos llevarían allí en un periquete. Estoy seguro de esto porque calculé que a los treinta y dos años podría viajar a la Luna. Hoy paso los sesenta, y mucho me temo que ni siquiera los nietos que no tengo tendrán la oportunidad de hacerlo.

Veintitrés años después de que el comandante Neil Armstrong diera el paso más famoso de la historia, en 1992, el presidente de los Estados Unidos, George H. W. Bush, reunió en la Casa Blanca a los más influyentes economistas del momento y les pidió algunas predicciones sobre la economía mundial. Se habló, por lo visto, de multitud de cosas, pero aunque la World Wide Web había comenzado a funcionar como servicio público el año anterior, ninguno mencionó internet. Hoy no hay dólar en la Tierra que de una manera u otra no pase por ella.

"Si el lector quiere saber qué ocurre hoy con la tecnología le recomiendo dejarse de rodeos y acudir directamente al último libro de Antonio Diéguez, Pensar en la tecnología"

Los cambios derivados del desarrollo tecnológico se han acelerado de forma asombrosa en lo que va de siglo y siempre en otra dirección distinta de la que se auguraba. Progresamos, no cabe duda, pero no como profetas, una profesión que, a pesar de su escasa credibilidad, cuenta cada vez con más practicantes. Nada de particular tiene, por eso, que la polémica irrupción de la Inteligencia Artificial haya disparado los pronósticos acerca de lo que se nos viene encima. Unos auguran un mundo en el que los clásicos problemas de la humanidad habrán sido erradicados. Otros predicen una catástrofe apocalíptica de la que no se salvará nadie. Estas predicciones se sustentan por lo común en especulaciones más o menos verosímiles, aunque son en realidad tan fantasiosas como las que me hicieron creer que el viaje a la Luna era cosa segura e impidieron a Bush padre comprender cómo evolucionaría la economía en la época en que dirigía los destinos del país más rico del mundo.

Si el lector quiere saber qué ocurre hoy con la tecnología le recomiendo dejarse de rodeos y acudir directamente al último libro de Antonio Diéguez, Pensar en la tecnología, una reflexión profunda, ponderada y extraordinariamente amena (ojalá fuera habitual encontrar en otro tipo de libros una prosa tan excelente) sobre el estado actual de la cuestión. La forma de trabajar de este catedrático de lógica y filosofía de la ciencia es ya algo insólito en nuestra tierra, y merecería, sin duda, algo más que una rápida mención, pero en una breve reseña he de conformarme con decir que el hecho de que un especialista de su categoría esté dispuesto no sólo a tomar en serio las tesis de sus colegas, que conoce obviamente de maravilla, sino a bajar también a la arena de los bulos populares que tanto perjudican a la maltratada verdad, resulta asombroso. Instalado como una piedra aristotélica en el lugar natural de la inteligencia, el sentido común, Diéguez impone la sensatez a los problemas que aborda, en un ejercicio de higiene mental tan útil como necesario.

"Las reflexiones en torno a las posibilidades de desarrollo de la Inteligencia Artificial y del control que debe ejercerse sobre ella tranquilizarán a quienes se sienten alarmados por su poder y enfriarán las expectativas de quienes esperan demasiado de él"

El libro tiene cinco capítulos. Los tres primeros ponen de manifiesto la importancia de la reflexión filosófica a la hora de entender la tecnología y su impacto en la vida humana. Son tantos los cambios que se están produciendo que hay que estar ciego para no darse cuenta de que el entramado de creencias y valores sobre los que descansa nuestra concepción del mundo y la existencia humana, incluidas la moral y la política, va a saltar pronto por los aires. Como se trata de un fenómeno del que empezamos ya a tener experiencia personal —(¿no les parece sintomático que coincidan en el tiempo personas obsesionadas todavía por la supervivencia de su nación y personas que hablan de trascender la condición humana?)— conviene desterrar lo antes posible falsos tópicos sobre la tecnología, entre ellos sobre todo estos tres: que sea neutral y su bondad o maldad dependa del buen o mal uso que hagamos de ella, que nos deshumanice, o que sea ajena a cualquier control humano. Diéguez argumenta contra el determinismo tecnológico y liga sus argumentos a dos postulados: la responsabilidad individual como característica de la libertad humana, y la democracia, régimen que defiende la libertad, incluida por supuesto la del mercado, pero que debe arreglárselas para impedir que el beneficio económico se anteponga a cualquier otro interés si quiere controlar de veras lo que se hace con la tecnología.

"Diéguez sabe tratar los temas y está al tanto de los últimos descubrimientos y las últimas investigaciones, así que no sólo el disfrute está garantizado"

Las críticas al determinismo tecnológico tocan también directamente al centro de flotación de una corriente de pensamiento que cuenta cada día con más seguidores —en Estados Unidos ya hay incluso un partido que asume su ideario como programa— y que es objeto de estudio en el cuarto capítulo: el transhumanismo. Diéguez, autor de Transhumanismo: La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano, conoce a la perfección esta ideología (creo que es así como habría que llamarla, aunque sus ideas estén relacionadas con las posibilidades de la tecnología y no de la política o de la metafísica) y no duda en señalar sus excesos, generalmente basados en una fe ciega en el progreso, en el poder de la ciencia para intervenir en la evolución de las especies y, por último, en la capacidad de las máquinas inteligentes para ir más allá de sus creadores y, de ese modo, perfeccionarse a sí mismas. Las reflexiones en torno a las posibilidades de desarrollo de la Inteligencia Artificial y del control que debe ejercerse sobre ella tranquilizarán a quienes se sienten alarmados por su poder y enfriarán las expectativas de quienes esperan demasiado de él.

El último capítulo, ameno como una buena novela de Julio Verne, aborda tres cuestiones de biotecnología de máxima actualidad: la mejora genética del ser humano, el alargamiento de la vida y la recuperación de especies extinguidas, temas que Diéguez ya trató en otro libro: Cuerpos inadecuados. El lector encontrará aquí un rico filón de problemas sobre los que meditar, algunos habituales hoy en el debate público (los relacionados, por ejemplo, con la manipulación genética y lo que el autor llama atinadamente “genocentrismo”, esa manía precopernicana de hacer girar cualquier explicación de la actividad humana en torno a los genes) y otros no tan habituales (la consideración de la vejez como una enfermedad y no como una fase de la vida, o las ventajas e inconvenientes de recuperar especies ya desaparecidas). Diéguez sabe tratar los temas y está al tanto de los últimos descubrimientos y las últimas investigaciones, así que no sólo el disfrute está garantizado. En fin, un libro imprescindible para saber lo que está pasando.

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Autora: Antonio Diéguez. Título: Pensar la tecnología. Editorial: Shackleton. Venta: Todos tus libros.

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