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Orlando Figes: «Pocos historiadores cuidan las palabras, por eso escriben libros fríos»

Orlando Figes: «Pocos historiadores cuidan las palabras, por eso escriben libros fríos»

Cuando habla, Orlando Figes gesticula y alza la voz. No para de moverse. Lo posee una energía contagiosa. El historiador y ensayista británico está de visita en Madrid para presentar su libro La historia de Rusia (Taurus) y participar en el ciclo de conferencias «Diálogos cosmopolitas», que se celebra en la Fundación Juan March. La ocasión da para hablar no sólo del uso que los rusos han hecho de su pasado, sino también acerca de la relación entre literatura e historia.

Británico nacionalizado alemán, e hijo de una novelista, Figes no se plantea ni por asomo entrar en el mundo de la ficción, aunque eso no lo exime de disfrutar el proceso de escritura. Figes, profesor de Historia en el Birkbeck College de la Universidad de Londres, es reconocido como uno de los historiadores con más prestigio internacional por sus ensayos sobre historia social, política y cultural rusa. Figes no sólo sabe y domina la historia, la cuenta con destreza técnica y espíritu literario.

Traducidos en más de treinta lenguas, entre sus libros más conocidos destacan La revolución rusa: La tragedia de un pueblo (1891-1924) (2001), El baile de Natasha: Una historia cultural de Rusia (2006), Los que susurran: La represión en la Rusia de Stalin (2009), así como Crimea: La primera gran guerra (2013). Recientemente cosechó un gran éxito con el ensayo Los europeos: Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita (2020), un libro cuya estructura narrativa cautiva y atrapa.

Sobre la relación implícita entre historia y narración, incluso sobre sus incursiones en otros géneros como el teatro, conversa Figes en esta entrevista concedida a Zenda, la última sesión de una ajetreada mañana de promoción. Aunque exhausto, derrocha ironía y lucidez, sobre todo cuando se trata de escribir acerca de lo mal que sus colegas usan la palabra escrita.

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—¿Es el pasado en Rusia un género de ficción en sí mismo?

"Los rusos han sustituido los discursos políticos por el uso épico del pasado"

—Esa es una parte de la idea que abordo en el libro. Es un estudio acerca de cómo los rusos ficcionan y mitologizan su pasado. La historia se usa como una herramienta ideológica. El discurso político está poco desarrollado en los términos de Occidente: la justicia, la igualdad o la libertad son conceptos abstractos. En Rusia no existen, porque el estado totalitario lo domina todo. Por ese motivo los rusos han sustituido los discursos políticos por el uso épico del pasado.

—¿Discursos políticos o identitarios?

—Forman parte de lo mismo. Cuando el estado ruso celebra una batalla hace política. Ese pasado es usado para movilizar sentimientos e inocular ideología. El pasado mítico, la lengua y la épica son algo inusual en Europa. Esa es la razón por la cual cuento la historia de Rusia en paralelo con la mitologización de esa historia. Es importante entender el rol que juegan estos mitos y cómo han sido utilizados por Putin para ir a la guerra.

—¿Cuál es el origen del expansionismo ruso?

—En su famoso discurso del colapso de la URSS Putin dice, en la misma frase, que Rusia y los rusos son una gran tragedia y al mismo tiempo defiende la idea de Rusia como gran protectora de una civilización frente a la amenaza de Occidente. Rusia no se concibe como una nación, sino como una civilización, una civilización supranacional cuyo centro está en Moscú.

—Lenin y Stalin supieron usar la cultura como propaganda. ¿Por qué la sequía de Putin en esa materia?

"El abuso putinista en el uso de la historia siempre ha existido. No es nuevo. Es una mina para populistas, fascistas y autoritarios"

—Porque los artistas le son hostiles. Hay que decir, también, que hay un montón de documentales sobre héroes rusos luchando contra el enemigo. En los últimos 15 años se multiplican toneladas de contenidos de ese tipo con defensores de la guerra y la historia rusa. Eso se ha hecho, pero del otro lado persiste la puesta en marcha de una épica y una lógica imperial.

—¿Es más necesaria la historia en tiempos de postverdad?

—El abuso putinista en el uso de la historia siempre ha existido. No es nuevo. Es una mina para populistas, fascistas y autoritarios. Es perfecto para construir algo, y actualmente hay mucho sitio libre para construir, en buena medida por un creciente sentimiento antioccidental, y la democracia está identificada como parte de ese proceso.

—¿Cuál es su relación con la escritura?

—Siempre he visto la historia como parte de la literatura. La historia, como la narrativa, posee algo cronológico. Y la cronología es muy útil al momento de aplicar técnicas narrativas. Construir un personaje, un lugar, usar los detalles, ser capaz de iluminar paradojas dramatizándolas… Todo eso es importante para entender la historia, en todos los sentidos.

—¿Le tienta la ficción a veces?

"Si vas a escribir ficción tiene que salir algo de ti, y yo so muy tímido para eso"

—Mi madre era escritora de ficción, y no me gustará cometer sus errores. Además, me gusta contar la historia, pero no tengo las capacidades de un novelista. Si vas a escribir ficción tiene que salir algo de ti, y yo so muy tímido para eso. No podría hacerlo, emocionalmente. He escrito una obra que se está representando ahora en Londres, y de hecho fui a una escuela de teatro, pero sé que no disfrutaría escribiéndolo.

—¿Cuál fue su primer contacto con la lectura?

—Mi madre era escritora y tenía libros en casa desde muy pronto. Los libros siempre han sido parte importante de mi vida. Cuando me hice estudiante y luego en académico siguieron, evidentemente, estando ahí.

—¿Cómo aborda su propia escritura?

—Al escribir sobre historia disfruto el proceso. Si estoy en forma puedo escribir mucho en un día. Adoro perfilar un libro, ver cómo cobra forma… Eso no es posible hacerlo lo cuando das clases. Ahora que tengo otro tipo de trabajo puedo hacerlo y lo disfruto mucho.

—¿Qué tienen en común un escritor y un historiador?

"El novelista corre el riesgo de hacer una versión ficcionalizada de la historia"

—Ambos trabajan con la palabra. Desafortunadamente, pocos historiadores cuidan las palabras y eso crea libros fríos. Ambos necesitan imaginación. Estás lidiando con la dramatización de episodios y tienes que convencer a tus lectores de que eso es real. Existe una voz narrativa. Estoy abierto a contar las cosas de una manera más experimental. He escrito incluso una obra de teatro que se estrena en Londres.

—¿Hasta dónde podría llegar con su escritura?

—Creo que lo fundamental, teniendo la evidencia de los hechos, sería dar un paso adelante desde distintas perspectivas.

—¿Quién es más libre, el historiador o el novelista?

—El novelista. Sin embargo, siempre corre el riesgo de hacer una versión ficcionalizada de la historia. Por ejemplo, tengo un problema con las novelas sobre Auschwitz. Estás pisando sobre almas de gente muerta.

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Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

Estoy bastante de acuerdo con Mr. Figes, pero si no usamos la aburrida escolástica, embrollaremos más la cuestión y seguiremos dando vueltas durante siglos para volver al mismo lugar. El sujeto y el objeto de la historia son casi siempre diferentes de los de la literatura de ficción. Tampoco son para el mismo público. Cuando el poder las confunde con una finalidad legitimadora es cuando se suele producir una adulteración de la historia, igual que son hoy adulteradas otras ciencias con una finalidad fuera del ámbito científico. Hay excelentes historiadores con estilo literario (porque la historia es literatura, es una ciencia que se escribe) que pueden ser leídos por el lector medio de novelas, como Indro Montanelli o John H. Elliott.

No estoy de acuerdo con señalar a Putin y a Rusia como una anomalía. Ha invadido un país soberano, nadie puede negarlo, pero es lo que llevan haciendo nuestros aliados directa o indirectamente desde hace mucho tiempo, al tiempo que mitologizan los valores occidentales que incumplen cuando les conviene, y eso sucede habitualmente. No seamos cínicos, esto va de poder, no de valores. El pasado mítico, la lengua y la épica no son inusuales en Europa. En España hay nacionalismos que lo hacen y lo enseñan en la escuela pública, por poner un ejemplo, pero hay más.