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Orwell, homenaje a la verdad en Cataluña

Orwell, homenaje a la verdad en Cataluña

Hay citas que de tanto usarlas olvidamos su sentido. Como esta de Esquilo: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. O esta otra de George Orwell, perteneciente a sus escritos sobre la guerra civil española:

“… en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente (…) y en Londres vi periódicos que repetían estas mentiras e intelectuales entusiastas  que articulaban superestructuras sentimentales alrededor de acontecimientos que jamás habían tenido lugar”.

Las enseñanzas sobre periodismo del autor de Homenaje a Cataluña, obra incluida en el volumen Orwell en España que ha reeditado Tusquets, van mucho más lejos. Si tuviera que elegir una sola cita me quedaría con esta, por simple, por concreta y por su vigencia en el debate político actual:

“Si algo deprimente me ha enseñado esta guerra es que la prensa de izquierdas es tan falsa y deshonesta como la de derechas”.

Miquel Berga, en el prólogo a esta edición, explica cómo en el periodo de entreguerras ya se empezó a juguetear con la ficción para explicar los hechos, lo que luego llamaríamos Nuevo Periodismo.

“El efecto de realidad y veracidad de la experiencia solo se consigue activando los mecanismos narrativos propios de la ficción. Fusionar arte y política fue para muchos, en los años 30, un proyecto estético primordial…”.

"No cabe duda de que al miliciano Orwell, además de pegar tiros, le preocupa la verdad"

George Orwell participa de esa inquietud y no se le puede negar su honestidad y su preocupación por la verdad. Pero no hay que olvidar nunca —él no lo hace— que era un aguerrido combatiente, factor que en nada ayuda al periodismo.

“Se ha escrito y mucho sobre el tema [los combates], suficiente para llenar muchos libros, y no creo exagerar si afirmo que el noventa y cinco por ciento es falso, pues casi todos los informes de prensa publicados entonces se deben a periodistas que estaban lejos y no solo malinterpretaban los hechos, sino que además los deformaban para que los malinterpretasen otros. Como de costumbre, el gran público solo ha oído la versión de un bando. Al igual que todos los que estaban en Barcelona en aquellas fechas, yo solo vi lo que había en mi entorno inmediato, pero vi y oí más que suficiente para salir del paso de muchas mentiras que han estado circulando”.

Orwell, además de escritor, fue policía colonial británico en Birmania, miliciano en las trincheras en defensa de la República española, militante del trotskista POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), enfrentado a muerte con los comunistas estalinistas y prosoviéticos que controlaban el ejército de la República. Así que si lo queremos ver como periodista, hemos de tener presente que portaba un rifle que usaba en cuanto tenía ocasión, y que, como él mismo dice, “cada vez que oía un portazo, echaba mano a la pistola”.

Son factores que ciegan a la hora de escribir, pero no tanto en el caso de Orwell como para perder ese punto de lucidez que se desprende de reflexiones como estas:

  • “Cosas como la libertad personal y una prensa fidedigna son incompatibles con la eficacia militar”.
  • “En cuanto a los tópicos periodísticos sobre que aquello era una ‘guerra por la democracia’, no eran sino patrañas”.
  • “El Frente Popular podía ser un engañabobos, pero Franco era un anacronismo”.

No cabe duda de que al miliciano Orwell, además de pegar tiros, le preocupa la verdad. De su concepto de los periodistas dice mucho este relato. Se encuentra en un hotel de Barcelona, atestado de comisarios y espías de todo signo, donde se distribuyen todo tipo de interesados rumores sobre sus correligionarios los trotskistas del POUM y, de repente, se detiene en uno de ellos que dispara falsedades con una naturalidad convincente. “Lo miré con curiosidad —recuerda Orwell—, dado que era la primera vez que veía a alguien dedicado profesionalmente a contar mentiras, exceptuando a los periodistas, claro”.

"Si algo le podemos reprochar a Orwell es el caer, como buen británico, en los tópicos"

Para decepción de los nacionalistas catalanes, que pueden verse deslumbrados por el título, Homenaje a Cataluña es un homenaje a la actitud fraternal e idealista de los milicianos. “Cataluña se usa como un referente simbólico”, escribe en el prólogo Miquel Berga, y constata que Orwell no hace referencia a cuestiones de identidad nacional.

Cuando se refiere a los catalanes lo hace para quejarse de la dificultad que supone para él que hablen en catalán. O para subrayar que “despreciaban a los andaluces y los tenían por una raza medio salvaje”. Eso sí, concede a continuación que “los andaluces eran muy ignorantes”.

Si algo le podemos reprochar a Orwell es el caer, como buen británico, en los tópicos. A lo largo de sus escritos, entre bromas y veras, se queja mucho de España, el país del desorden y de la informalidad.

“Todos los extranjeros… pasaban las primeras semanas aprendiendo a amar a los españoles y a desesperarse ante algunas de sus características. En el frente, mi exasperación llegó a veces a rozar la cólera. Los españoles saben hacer muchas cosas, pero no la guerra. Todos los extranjeros quedan consternados por su ineficacia y, sobre todo, por su irritante impuntualidad”.

"A Orwell le debemos la sobresaliente descripción de nuestra guerra desde dentro de las trincheras malolientes, llenas de excrementos"

Orwell se queda boquiabierto del subdesarrollo español: que haya milicianos de 12 o 13 años, que tengan tan mala puntería los soldados, o que maltraten a los animales dándoles “un puntapié en los testículos”. Y, a la vez, admira que de trinchera a trinchera los españoles quieran “convencer al enemigo en vez de matarlo (…). Conservo muchos malos recuerdos de España, pero muy pocos de los españoles”. Pese a recurrir con frecuencia al tópico, Orwell es consciente de esa leyenda negra, que, por otra parte es la que le gusta.

“La España que mora en la imaginación de todos: montes pelados, rebaños de cabras, mazmorras de la Inquisición, palacios moriscos, negras y serpeantes reatas de mulas, olivares y limonares verdes, mujeres con mantilla negra, el vino de Málaga y Alicante, catedrales, cardenales y corridas de toros, gitanos, cantantes en la calle; en resumen, España. Era el país que más atraía mi imaginación”.

A Orwell le debemos la sobresaliente descripción de nuestra guerra desde dentro de las trincheras malolientes, llenas de excrementos: soldados revolcándose en un ambiente “sucio” y “asqueroso”,  enfrentándose a un tedio insoportable, tan poco épico que “el mayor peligro es la mala  puntería de tus compañeros”. Y le debemos también un punto de ingenuidad que emociona por lo sincero.

“…Estos desertores fueron los primeros fascistas “de verdad” que vi en mi vida. Me chocó que fueran tan parecidos a nosotros”.

En la coherencia y en la sinceridad, que no en la objetividad, está el valor de este periodista con fusil que, a diferencia de otros muchos, reconoce su parcialidad.

“Tenga cuidado el lector con mi partidismo, con mis detalles erróneos y con la inevitable distorsión que nace del hecho de haber presenciado los acontecimientos solo desde un lado”.

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