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Óscar Aibar: «¿Cuál es el futuro de una sociedad en la que todo es una mierda?»

Óscar Aibar: «¿Cuál es el futuro de una sociedad en la que todo es una mierda?»

Foto de portada: Kiki Papadopoulou

La mancha sobre Titán (Difácil). Así se titula una de las novelas que más he disfrutado este año. Tiene que ver que la escriba el cineasta y autor Óscar Aibar, uno de los cúlmenes de la inteligencia de este país, pero sobre todo tiene que ver con lo que cuenta en sus tres partes. Un novelista pulp en aquella Barcelona de los setenta embrollado con una mujer y su hijo; un hombre catalanista en esta Barcelona y un futuro, imaginado a treinta mil años vista, donde todo lo anterior toma su último sentido. La mancha sobre Titán emociona sin sensiblería, piensa sin pedantería y está narrada con la habilidad de quien lleva el oficio tatuado.

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—Lo primero: debo decirle que me ha resultado una novela terriblemente emocionante. Y de justicia. Emoción porque su personaje principal, ese tipo de novelista al peso que marcó lo popular de buena parte del XX, me es muy cercano y admirado. Justicia porque usted imagine que la única literatura que queda en su futuro de ciencia ficción sea una de estas novelas pulp. Pienso en el padre de Enric González, Francisco González Ledesma, y en esa Barcelona de los sesenta y setenta. Pero empecemos por una pregunta típica: ¿cómo se le ocurre?

—La verdad es que surgió la idea de hacer este libro hace años. Tú sabes que los actos culturales en España, siempre que no sean con un famoso que sale por la tele, son bastante deprimentes. Siempre hay como cinco señoras que piensan que eres un tenista y luego no lo eres y se van, etcétera. No sé si era por un libro o por una película, estaba en uno de estos actos en un FNAC, no sé en qué provincia, y de repente, un nihilista. Alguien que viene a torpedear el acto. Este llevaba un fular palestino de esos y me dice: «Pero vamos a ver, ¿para qué sirve todo esto?». Y nos quedamos todos callados. «Para qué sirve ¿el qué?», le respondo. «Pues esto: los libros, las películas,… ¡Si esto al final no lo ve nadie!». Entonces nos quedamos todos como muy en blanco. Y a mí se me ocurrió una respuesta un poco agresiva, pero que luego me dio mucho que pensar. Le dije: «Mira, yo he escrito este libro por lo siguiente. Dentro de treinta mil años toda la cultura de la Tierra cabrá en un disco duro del tamaño de un puño. Entonces alguien, por casualidad, leerá este libro. En ese momento yo estaré en vivo y tú estarás muerto». (nos reímos).

"Me imaginé que algún día la cultura podría salvar la humanidad"

No sé. Luego pensé durante un tiempo que por qué coño le había dicho eso. Y después pensé que en realidad escribimos un poco para perdurar. Y más tarde pensé sobre la cultura de esta sociedad, que tú conoces tan bien, donde la fachada es lo más importante. Lo único importante es la primera página, el resto no lo lee nadie. Me imaginé que algún día la cultura podría salvar la humanidad. Igual en la mente de un escritor pulp, destrozada por el Alzheimer, pero que nos puede salvar. Que ha habido muchos clásicos, muchos neoclásicos, muchas edades medias y muchos resurgimientos… En esta sociedad que vivimos nos es difícil verlo porque vivimos en una clara decadencia de todo: de la ciencia, del arte… Pero creo que la cultura algún día nos podría salvar. Y el origen del libro está ahí.

—Hablemos de la estructura de su novela, dividida en tres partes. La primera se dedica a una Barcelona de los sesenta y setenta que usted conoce bien. Lo demostró con esa película extraordinaria que es Platillos volantes. Con este libro me ocurre lo mismo: siento que usted tiene esa Barcelona grabada en la mano.

—Cuando hice Platillos volantes quería reflejar lo que era eso. Esos últimos años del franquismo en un barrio de chimeneas y de humo y de bloques obreros en los que yo me crié. Como a Franco realmente lo de los OVNIS le parecía bien porque no ofendía a nadie, pues estaba en todas partes. Había la sección del Pueblo de ufología, había programas de tele con su sección de ufología. Yo tenía con mi hermano un archivo de ovnis, escondido para que no lo encontraran los hombres de negro… Y con los años me sorprendió pensar cómo proyectábamos nuestra fantasía hacia algo tan lejano como el universo en una sociedad tan gris y tan poco fantástica como era la de los años del franquismo. En el primero de esos tres libros que es La mancha sobre Titán, recuerdo un poco ese mundo, a ese hombre que vuela a universos fantásticos en un entorno hiperrealista. Así recuerdo que era esa sociedad. Está inspirada en un señor que había en mi calle, que escribía estos libros y que yo recuerdo verlo de niño en una pequeña placita que había, con otros abuelos. Me decían «ese tío es escritor». Y a mí eso me impresionaba mucho.

—Cuenta muy bien lo que significaba ser ese tipo de escritor: ir a cobrar el cheque a la editorial o, probablemente lo único glamuroso que tiene ese señor, ir a la cena del Planeta.

"Recuerdo cuando iba en el metro que todo el mundo llevaba su cuadernillo de bolsillo y veías al vagón entero, que ahora está mirando el móvil"

—Cuando hice otra peli que se llamaba El gran Vázquez, mi objetivo era reivindicar los cómics. Tuve la suerte de a muy temprana edad hacer de guionista para muchas publicaciones. Era la época de oro del mundo editorial, de los cómics, de las revistas… Y cuando ataqué el mundo Bruguera me entrevisté con mucha gente, y todo el mundo me decía que realmente la sección de tebeos no era la más importante, sino que era la de libros pulp. Piensa que de Corín Tellado dicen todavía, no se ha comprobado, que es la autora viva más editada en castellano después de Cervantes. Marcial Lafuente Estefanía, etcétera… Los días de cobro me aseguran que eran míticos, que toda esta gente, los que vivían en Barcelona, se presentaban allí, cobraban, se juntaban con los de los cómics y tal. Y claro: ¿quién ha hablado de la literatura pulp española? Realmente nadie. Recuerdo cuando iba en el metro que todo el mundo llevaba su cuadernillo de bolsillo y veías al vagón entero, que ahora está mirando el móvil, entonces con la novela romántica, la novela de ciencia ficción, la novela del oeste… Ese mundo tan lejano en que todo el mundo leía. Bueno, ¿era literatura de calidad? No sé. Como cuento en El gran Vázquez, yo soy un defensor de la cultura popular. Pienso que a veces en este universo de basura cultural había unas flores increíbles. Coges cualquier cualquier novela de Curtis Garland y hay cuatro o cinco ideas maravillosas. Alimento la fantasía esta de que esos dos universos, el mundo editorial de la gran literatura emergente en Barcelona en su momento, Terenci Moix, Montalbán, lo que había sido el principio de la gran literatura hispanoamericana editada en Barcelona, se junta con el otro gran universo central que también tiene su centro editorial en Barcelona, que es la literatura pulp. Entonces juego a pensar qué pasaría con el libro al final del libro. Juego a que a este hombre le llegue una especie de justicia poética ficticia: gana el Premio Planeta, aunque sea de otro planeta.

Platillos volantes (2003)

—Hay un juego muy divertido que le propone al lector: imaginarse las novelas de su protagonista. A mí me ha divertido muchísimo. Empieza a sacar títulos de sus novelas y esboza, le dedica una línea, a de qué van esas novelas. Otro motivo por el que me ha parecido un libro extraordinario. ¿Hay alguna de esas novelas de John Taylor, su novelista ficticio, que le gustaría escribir?

—Escribí muchos cómics de ciencia ficción: ahora se están reeditando algunos. Cuando tenía diecisiete, dieciocho o diecinueve años, yo publicaba cada mes seis guiones. Estaba siempre como mi protagonista: miraba un pájaro y decía: «Bueno, una historia sobre un pájaro en el antiguo Egipto». Mi escritor, como tiene que escribir una novela cada semana, pues está siempre observando: «A partir de estos polvos verdes que echa la señora de la droguería para que no se meen los perros, a lo mejor se me ocurre la historia de una invasión de un planeta con unos polvos verdes…». Esa mente que siempre está proyectada hacia la fantasía, porque es su trabajo, me pareció divertida. Entiendes muy bien cómo debía de ser la vida de esta gente: ir a comprar el pan, ir a comprar dos Coca-Colas, porque la gente cobraba muy poco dinero, y que realmente tenía que llenar páginas y páginas. Hemingway decía que su mejor día de trabajo era nueve páginas. Estos hombres cada día hacían treinta. Cuando en la cena mi personaje habla con Terenci Moix, le dice «yo el día que hago más hago cuatro», y mi protagonista le contesta: «Pues yo hago treinta, treinta y cinco». La verdad es que me sigue fascinando mi John Taylor.

—Su novela son tres novelas y cada una tendría su género. La primera diríamos que sería casi una novela de amor con niño, con las dificultades habituales. La segunda un thriller. Y la tercera es ciencia ficción canónica. ¿Cuál le divirtió más escribir?

"Con las pelis y la tele siempre tengo un director de producción que me está dando por culo, que está diciendo «esto no»"

—La tercera. La llamo yo el bonus track. Es la que me lo pasé más bien realmente. Por ejemplo, cuando hice El gran Vázquez, la película, intenté transmitir al espectador la historia de un jeta, que estafaba y tal, pero sobre todo qué era cuando sentaba el culo en una silla y escribía en el papel. ¿Qué era eso? Cuando escribo sobre la vida de un tío que ha escrito trescientas novelas de ciencia ficción, creo que era un reto para mí entender qué había en la cabeza de este hombre cuando se proyectaba esas fantasías tan lejanas de una realidad tan real como era el Hospitalet de esa época. Pero para mí el más divertido ha sido el último, el libro de ciencia ficción, en el que realmente he dejado volar mi fantasía. Con las pelis y la tele siempre tengo un director de producción que me está dando por culo, que está diciendo «esto no». Entonces en las novelas, como no tengo presupuesto, pues de repente ¡naves espaciales! Me lo paso realmente muy bien haciéndolo.

—La frase de Bradbury, manida, es que la ciencia ficción no habla del futuro, habla del presente. Tu ciencia ficción conecta muchísimo con diversas ciencias ficciones que ahora se repiten y creo que están muy asociadas al cambio climático. Pienso en la película No mires arriba o el videojuego Horizon: Forbidden West, por ejemplo, asociadas a la destrucción de la Tierra y la escapada de una parte de la población, generalmente escogida a dedo por multimillonarios que se piran del planeta.

—Soy la generación que éramos punks. Nos queríamos rebelar contra una sociedad que nos parecía hipócrita. Imagínate cómo era de hipócrita la sociedad y lo que es hoy en día. Hoy en día es la hipocresía multiplicada por ocho mil millones. Yo, un viejo punk, ¡tengo que dedicar una parte de mi cerebro a ver qué día de reciclaje de la basura es hoy! (nos reímos) ¡Me compro unos yogures porque están comprometidos con el medio ambiente y no sé qué! Esta sociedad es así, como tú bien sabes, porque he disfrutado mucho leyendo tu libro, porque me he reconocido en muchos pensamientos que no había sido capaz de articular. Una sociedad en la que todo es una mierda: todo es ficticio, todo es fachada, todo es apariencia. ¿Cuál es el futuro inmediato de todo esto? Una sociedad en que todo el mundo es idiota. Ya nadie sabe cómo van las máquinas, cómo funciona nada, porque el conocimiento duro ha sido totalmente ganado por goleada por el conocimiento blando, el conocimiento que no sirve para nada, que sirve para tonterías. Hay una película que me gusta muchísimo, Idiocracia.

—Extraordinaria, con un arranque extraordinario.

"Todo el mundo exterioriza constantemente lo maravilloso, lo bueno, la conciencia social que tiene, etcétera, pero tengo la sensación de que nada está cambiando"

—Pues es un poco eso: es una sociedad, la de mi libro, que me imaginé, donde cada uno tiene un tatuaje, que es como un móvil, que todo el rato va sacando frases al estilo de Paulo Coelho. Una sociedad que realmente yo me imagino dentro de treinta mil años, pero creo que dentro de tres esto ya va a ser así. Realmente sí que estoy preocupado. Estoy preocupado porque no sé en qué acabará todo esto, pero vivimos en algo que no se soporta sobre nada, que es totalmente ficticio. Todo el mundo exterioriza constantemente lo maravilloso, lo bueno, la conciencia social que tiene, etcétera, pero tengo la sensación de que nada está cambiando: vivo en Mallorca y los yates de los ricos cada vez son más grandes. Eso es un reflejo muy grande de la sociedad que vivimos.

El gran Vázquez (2010)

—A la gente se le ha creado la ilusión de que es rica. De que entre ese rico que va en el yate y él no existe ninguna diferencia.

—Creo que es más allá que eso, Edu. Porque yo pienso que realmente el triunfo más obsceno del neocapitalismo es que a todo el mundo le da vergüenza reconocer que es pobre. Es decir, yo cobro mil doscientos euros al mes, no llego a nada, no puedo comprar nada, pero me da vergüenza decirlo porque estaría reconociendo que soy pobre. Todo el mundo es clase media-alta. Por eso no hay revueltas sociales. ¿Cómo me voy a manifestar con pobres? Entonces todo el mundo es rico, todo el mundo tiene un iphone y es rico porque tiene un iphone. Es alucinante.

—Estoy cansado de las novelas que empiezan a media res, y le agradezco que la suya sea cronológica. Lo agradezco muchísimo, porque estoy cansado de encontrarme un suicidio en la primera escena.

—Una herencia de lo audiovisual. Los autores ahora están metiendo el tráiler en la primera página, porque todo el mundo da por sentado que nadie pasará de la página veinte. Todo el mundo dirá que ha leído la novela, pero en realidad nadie la ha leído. Me crié en mi casa con los libros del Círculo de Lectores: ¿te acuerdas de una cosa que se llamaba Selecciones del Reader’s Digest?

—Por supuesto que sí. Mi tío abuelo Ricardo estaba suscrito y lo recibía como quien recibe oro. No creo que leyese un pijo, ¿eh? Pero lo recibía como quien recibía oro.

"Soy de una secta, los fans universales de Richard Brautigan"

—Era un concepto obsceno: «No hace falta que te leas el último libro de Saramago. Te lo resumimos aquí para que en una cena digas que te lo has leído». Eso es un poco ahora: no se espera que nadie tenga la paciencia de llegar al final de la lectura. No es algo que me parezca mal. Yo reivindico mucho en mi manera de escribir a autores que eran un poco opuestos a la literatura, como por ejemplo Kurt Vonnegut o Richard Brautigan. Soy de una secta, los fans universales de Richard Brautigan. Te aconsejo efusivamente que le leas: era un viejo hippie de California, un tío muy psicodélico que hacía unos capítulos muy cortos, muy fantásticos, pero que tenía una manera de ver el mundo de las personas absolutamente única, que yo no he vuelto a ver en ningún autor. Por eso lo de la mayonesa en mi libro: él decía siempre: «Para quitarle trascendencia a la gran literatura, siempre he soñado que escribo un libro que acabe con la palabra mayonesa». Este libro acaba con la palabra mayonesa.

—Míreme las manos. No toco nada. (Le enseño su libro) Tengo su libro boca abajo y lo tengo en la última página con la palabra mayonesa. El final con la mayonesa. Qué maravilla de final. El final. El chimpún final cada vez me parece más despreciable.

—Sí, a mí también. Hay dos tipos de finales cuando cuentas una historia: el final de la trama y el final de la emoción. Siempre que se desdoblan, para mí hay calidad. Primero se resuelven los conflictos verbales y luego se resuelven los conflictos emocionales. Entonces, me gusta que una novela que haya hablado de planetas, de robots, de millones de años luz, de eones de tiempo, acabe en un plato de salchichas con mayonesa en una cocina de un barrio de Barcelona. Porque es un poco mi vida. Hay mucho de mí en este libro, hay lo que me ha pasado en los últimos años de mi vida, que me ha pasado de todo. Odio aburrir a la gente con mi vida, pero hay muchísimo de mí. Este tío que se dedica a la ficción, a la fantasía, pero que también tiene una realidad muy inmediata que saco de mi vida. Todo eso está increíblemente en este libro, de todo he sacado algo. En el libro hay una manera de entender el arte y la vida, que es algo que espero siempre en el autor cuando lo leo.

—La parte central creo que habla de nosotros: sobre la desorientación, sobre un personaje que no sabe por dónde anda.

—Absolutamente. Es una persona como mucha gente que yo conocí en Barcelona. Yo encontré mi identidad defendiendo el punk y los cómics y el rocanrol cuando era joven, y mucha gente la encontró en la identidad nacional catalana. La literatura catalana, los orígenes de la lengua… Luis es un charnego como yo que, de repente, se hace ultracatalanista y lo convierte en el centro de su vida. Es un chico que, de niño ya se lo decía a su padrastro, no tiene ningún talento para escribir pero sí que tiene talento para algo que no sabe todavía qué es. Es un tío perdido, perdido… Su orientación sexual le pierde. Todo son etiquetas a su alrededor: es el mundo en el que vivimos. Es un mundo de etiquetas, de tags, donde es muy difícil encontrar una identidad, porque nadie la busca. Todo el mundo busca simplemente una etiqueta: «tengo esta sexualidad», «tengo…» en lugar de «tengo esta idea política», que es algo que nadie dice, porque eso sí que ofende a Ikea y a El Corte Inglés. Sin embargo, «soy nacionalista», «creo en no sé qué», este tipo de subideas, que llamo yo, están perdiendo mucho a la gente porque no construyen raíces para soportar todo lo demás.

—No le puedo dejar escapar sin hablar de su cine, como fanático suyo que soy. ¿En qué está? Y, disculpe la cursilería, ¿qué piensa usted de su obra?

"Creo que las últimas comedias que estoy viendo desde hace mucho tiempo han perdido fuerza: es demasiado correcto todo"

—¡Hostia! (nos reímos) Estoy con dos guiones ahora: uno es una comedia muy punki. Soy muy fan del género. Pero creo que las últimas comedias que estoy viendo desde hace mucho tiempo han perdido fuerza: es demasiado correcto todo. Llevo años pensando cómo hacer una cosa muy incorrecta pero de manera aparentemente correcta. Y entonces lo he encontrado. Luego estoy con la adaptación de El vendedor de naranjas (n. del e.: reeditada recientemente por Pepitas de Calabaza), de Fernán Gómez. Es el sueño de mi vida. Te aconsejo esta novela. Llegué a charlar con el propio autor en su tiempo para hacerla, y no quiero morir sin haberla hecho. Es la historia de un guionista de veinte años que lo contratan en Cifesa para arreglar una película horrible y que no logra cobrar nunca. Como yo he vivido mucho de eso, porque he hecho siete películas ya… El cine español es una cosa muy curiosa. También estamos con el broche final de Cuéntame, donde he trabajado duramente a lo largo de doce años.

—¿Tiene nostalgia por alguna parte de su obra?

—Empecé muy joven a escribir. Mi primera peli, Atolladero, con Iggy Pop, la hice con veinticinco años. Me parece increíble, porque hoy en día un chaval de veinticinco años está a veinte años de salir de casa de sus padres. Estoy muy orgulloso de haber conseguido contar las historias que he conseguido contar. He acabado con la próstata destrozada, porque es un oficio muy jodido, pero estoy orgulloso de haber luchado por mis ideales. Y yo creo que lo que pienso sobre el mundo de las personas está en mis libros y mis pelis. Aprendí un oficio también, rodar, que es una cosa bastante complicada. Sacar adelante una jornada de trabajo es muy difícil. Y bueno: estoy feliz, me siento contento, miro atrás y creo que ha valido la pena, que he hecho cosas que me llenan mucho, que valen la pena. No ha sido una lucha estéril sino una lucha que ha tenido un producto.

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Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

En el siglo XVIII, el sueño húmedo de los plebeyos enriquecidos por los negocios o por un puesto administrativo era tener un título nobiliario y emparentado con la nobleza antigua, aunque estuviera arruinada. Hoy, el trabajador quiere ser tan vulgar como el burgués. Por eso los trabajadores ya no llevan traje y corbata, ni leen, ni escuchan buena música. Ya no importa el abolengo, el honor, la inteligencia o la educación que se suponían patrimonio de los nobles. Ni siquiera importa realmente el dinero, sólo la ostentación. ¿Qué se busca con esto? Lo mismo que busca el diablo.