“La escucha es un mirar”, dice Martin Heidegger. ¿Qué quería decir el filósofo alemán cuando escribe esto? Ésa y otras son las preguntas que se propone resolver Mariano Peyrou (1971) en su nuevo ensayo Oídos que no ven: Contra la idea de música intelectual. La reflexión no es nueva, pero el enfoque sí que sobresale del resto de bibliografía sobre el asunto, puesto que estamos ante una de las miradas más abiertas y desprejuiciadas de las que se tiene constancia por éste y otros lares en lo que concierne al análisis musical de cualquier época. Con el Alex Ross de El ruido eterno y Escucha esto (Seix Barral, 2010 y 2012) en el horizonte, el músico, ensayista, antropólogo, novelista y poeta, además de profesor de Historia del Jazz y Estética de la Música en el Centro Superior de Música Creativa de Madrid, nos invita a sumergirnos a pulmón libre en la música sin etiquetas. El objetivo principal no es otro que resolver la permanente dicotomía entre música culta y música popular, entre música selecta y música cotidiana, entre la seriedad y la ligereza, o lo que es lo mismo, entre la gravedad de lo que se supone importante y la informalidad de lo que parece banal.
Peyrou aborda el tema desde dos premisas, sin intención de llegar a verdad alguna, pero haciéndonos partícipes de nuestras propias sospechas sobre la cuestión, con certezas que pronto se desmoronan para dar paso a nuevas certezas que vuelven a desmoronarse en una suerte de recolocación de saberes y conocimientos, para así volver al origen de todo ello, cifrado en la alegría de la existencia de este arte universal y, desde luego, necesario. Por un lado, se defiende que toda música es en gran medida intelectual, un hecho cultural; por otro, que lo importante no es lo intelectual. Fuera de lo racional prima el engaño de lo natural: está ahí, construida, para regocijo o cuestionamiento de un universo múltiple. Al fin lo que habrá de prevalecer es una escucha limpia, en lo que «limpia» significa fuera del tamiz intelectual, o a pesar del tamiz intelectual. Un dejarse llevar que puede conducirnos a nuevas vías de conocimiento, a una impresión que rinde tributo a los sentidos, aun a costa de pasar por el filtro analítico. La premisa acaba formulada con una oda a lo no seguro: “en el encuentro con lo desconocido hay un tipo de intensidad que no se alcanza en ninguna otra clase de escucha”. Estar perdidos, confusos, desasidos de lo mental, abrazados al enigma, a esa zona donde imperan los sentidos. Se trata de difuminar los límites o de consolidarlos. Esa disolución de la zona de confort que ya se ha convertido en lugar común, pero que aquí socorre en la comprensión final de la propuesta de un ensayo muy estimulante.
La idea de música intelectual conduce a una escucha plagada de gestos de soslayo, tratando de apresar ese algo más de lo que suena. De ahí que esa misma idea resulte nociva, por estrecha, por susceptible. En el camino, la crítica de Peyrou proporciona claves de comprensión y de disfrute, contribuirá a una escucha más rica. Más sentido que entendimiento, en suma. O como solía decir Duke Ellington: “No creo que la gente tenga que saber de música para poder apreciarla o disfrutarla”. El meollo del caso tiene que ver, al final, con la capacidad de cada cual en permitirse el arrojo de abrir puertas a la curiosidad. Si esto no se da, nada se puede hacer. No todo ha de tener un significado. Simplemente, existe. Ser y disfrutarse en ese mero existir. Ahora bien, con claves y formación, esa apreciación sube unos cuantos enteros que nunca vienen mal, siempre dentro de la curiosidad que acompaña el devenir de lo humano.
Oídos que no ven aspira a iluminar desde la cercanía la música que se da en cualquier género que tenga algo que decir, hasta adentrarse en estilos para los que en un principio deben recorrerse aprovisionados de enseres teóricos que pronto resultarán innecesarios. El diálogo que se establece entre las músicas populares, el folklore, la clásica, la contemporánea, el rock, el jazz, aprovisionándose de miradas plásticas, literarias, filosóficas o antropológicas para extraer todo el jugo durante el camino plagado de senderos y jardines que se bifurcan, invitan al lector a una escucha libre y, en última instancia, placentera de cualquier género musical. No es más que sonido con cierto orden, pero qué maravilla. La única pega es que uno desearía recurrir a las fuentes primigenias de las múltiples citas que aparecen al lo largo de las páginas del ensayo. Y eso Peyrou no nos lo proporciona. Nos fiaremos de las referencias a las que recurre, desde luego, pero hubiera sido de gran ayuda un anexo bibliográfico, igual de interesante que la lista de Spotify con más de cien canciones que nos proporciona al inicio del libro para una escucha juiciosa y directa de lo que trata de defender en este indispensable volumen. El placer es la ley. Pero el placer también se educa, no lo olviden. El mundo y sus músicas. La música del mundo. Por siempre, desde siempre.
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Autor: Mariano Peyrou. Título: Oídos que no ven. Editorial: Taurus. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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