Convengamos en que, sobre ciertos temas, no es inusual que cada cual lea bastantes libros parecidos al año, redundantes unos con otros por abordar idéntica materia; en muchos casos, más que trillada. El motivo no es tanto aprender más como hacerlo desde otra perspectiva. Quizá el mejor ejemplo se dé con la mecánica cuántica, un conocimiento especialmente antiintuitivo y, por eso mismo, un reto cuando de divulgar ciencia se trata: hay quien compra todo lo que sale sin esperar descubrir nada nuevo de, es un decir, la ecuación de onda, sino para enterarse de la manera en que el autor plantea la explicación. Hasta Schrödinger tuvo que inventarse lo del gato, a ver si así se hacía entender…
Así que el planteamiento es la estrella, en esto de la divulgación científica. Encontrar la llave que mejor encaje en la cerradura, que es la mente del lector. Suponemos, claro, un lector formado aunque no especialista, que siente la natural curiosidad por comprender (algo) del mundo que le rodea, altamente tecnificado, y que sabe, aunque sea un abogado o un profesor de filosofía, que sin, por ejemplo, la mecánica cuántica, no se habría desarrollado la microelectrónica, y sin la microelectrónica no habría los ordenadores, teléfonos móviles o el internet que usa a diario para todo en su vida.
Divulgar es, pues, un arte. Requiere algo más que conocer la materia que se quiere exponer: una habilidad, la del buen profesor. Y como el potencial receptor es, ya lo hemos dicho, no especialista, hay que dar con la justa medida de la receta, sin pretender contarlo todo…
Contarlo todo. Justo eso es lo que promete el libro que tenemos en las manos. Su autor, David Christian, es uno de los grandes de la divulgación actual, el profeta de la big history, de una historia (entiéndase, relato) global del acontecer del universo y de la humanidad. La idea seduce: el solo hecho de reunir todas las piezas (por más que el detalle en cada una sea el mínimo) aporta información por lo que tiene de visión de conjunto. La especialización, por supuesto, es imprescindible. Pero la palabra sabio se suele reservar para el que sabe de muchas cosas y las relaciona adecuadamente.
El desafío es formidable y el autor, suponemos, habrá empleado muchísimo más tiempo en afinar la síntesis que en la redacción inicial, para que el relato quede tan perfectamente medido y compartimentado. Los capítulos (umbrales, en su terminología) se definen en función de estas grandes transiciones. La humanidad en acción ocupa cuatro de estos nueve umbrales, aproximadamente la mitad del texto. El que hace el número ocho se dedica al antropoceno, un término que ya ha hecho fortuna. Uno más, capítulo once, que lleva por título ¿Y adónde nos lleva todo esto?, es un canto al progreso y a la confianza en el género humano que, dice el autor, está preparado para una gestión consciente del conjunto de la biosfera. En este mundo de Trump, de degradación inmisericorde del medio ambiente, de descrédito e inoperancia de las instituciones globales, ya nos gustaría compartir su optimismo… aunque agradecemos mucho que lo manifieste.
Se dice que la última persona con capacidad de abarcar todo el saber de su tiempo, tanto en ciencias como humanidades, fue Leibniz, que murió hace trescientos años. Mantener ese espíritu holístico, no abandonar la necesaria visión de conjunto del conocimiento humano es más necesario que nunca en estos tiempos de especialización, de inevitable disgregación de los saberes. Este libro y su autor contribuyen como pocos a ello.
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Autor: David Christian. Título: La gran historia de todo. Edita: Crítica. Venta: Amazon
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