Hace algunas semanas leí en un periódico español una noticia que llevaba el siguiente encabezamiento: “Científicos de la NASA hallan evidencias de que puede existir un universo paralelo donde el tiempo va hacia atrás”. Aunque no se decía, la noticia procedía del número del 8 de abril de la revista New Scientist y era resultado de una investigación de un grupo liderado por un profesor de la Universidad de Hawai que, utilizando un detector situado en la Antártida, ha encontrado neutrinos (partículas subatómicas que apenas interaccionan con la materia ordinaria) que no procedían del espacio, sino que llegaban del hielo. Según el artículo de New Scientist, una posible explicación de esta anómala observación era suponer que en el momento del Big Bang se había creado otro universo, “paralelo” al nuestro, en el que el tiempo tendría sentido inverso. No es esta, sin embargo, la única explicación posible; algunos físicos han argumentado que es más “razonable” pensar que lo que se ha detectado es otro tipo de partículas subatómicas, que desafían a la física actual. Acaso podría tratarse de un tipo diferente de neutrinos que proceden de la enigmática “materia oscura” que, junto a la “energía oscura”, acapara la mayor parte del Universo. En la ya larga historia de la física de altas energías (antes llamada de “partículas elementales”) abundan ejemplos de descubrimientos de partículas que abrieron caminos antes insospechados de la física; de hecho, un equipo del CERN ha anunciado recientemente que ha identificado una extraña partícula, no observada antes, compuesta por cuatro tipos de quarks, los componentes de protones y neutrones.
La hipótesis de “otros Universos” me resulta muy atractiva y no me extrañaría que algún día se hallasen evidencias de su existencia; mientras tanto, no pasa de ser una mera posibilidad. Si me preguntan que por qué me resulta atractiva la idea, les confesaré que no es sino consecuencia de mi perplejidad ante la existencia del Universo. Lo que contiene y cómo se ha organizado ese contenido, me extraña menos… una vez que acepto —y esto también es misterioso, aunque algo menos— que las leyes de la física son las que son, las que vamos encontrando. Mi pobre mente humana no puede entender por qué existe el Universo. Puestos a admitir que, efectivamente, existe ¿por qué tendría que ser único? Además, la existencia de muchos Universos abriría la posibilidad a que se realizaran otras potencialidades que en nuestro Universo están vetadas. ¿Por qué habrían de estarlo? Nótese, por cierto, que hablo de “perplejidad”, no de “cuál es el sentido de…”, cuestión que en mi opinión se encuentra contaminada por nuestras (razonables, pero parroquiales) ansias de transcendencia y supervivencia.
Más extraño es otro tipo de “muchos Universos” o “Universos paralelos”, de un tipo que no está vinculado al Big Bang, sino a una sólida teoría científica: la mecánica cuántica, sin la cual, como he dicho en estas páginas muchas veces, el mundo actual sería muy diferente y más pobre. La posibilidad de esos Universos paralelos nació para evitar una de las consecuencias más enigmáticas, y desde luego contraintuitivas, de una de las interpretaciones de la mecánica cuántica, la denominada “Interpretación de Copenhague” (debida sobre todo a Niels Bohr y Werner Heisenberg), según la cual hasta que no se produce una medición el objeto básico (que expresa “la realidad”) de esa mecánica, la función de onda, está formada por la suma de todos los posibles estados (o realizaciones), cada uno de los cuales está vinculado a una cierta probabilidad.
Cuando se realiza una medida, esas posibilidades, que hasta entonces coexisten (como ejemplifica el famoso “gato de Schrödinger”), esos “mundos”, desaparecen, todos menos uno. En 1955-1956, un estudiante de la Universidad de Princeton, Hugh Everett III (1930-1982), defendió en su tesis doctoral que esas otras posibilidades no desaparecen, sino que el Universo se ramificaba en tantos otros Universos como posibilidades, lo que equivalía a restituir en la física cuántica el determinismo (diferente, eso sí, del clásico) perdido en la Interpretación de Copenhague. Desde este punto de vista, el “Universo” no es una única entidad sino que es como un árbol de prácticamente infinitas ramas, continuamente desdoblándose. Y nosotros, los observadores, con ellos. Yo, usted, nos desdoblamos continuamente y seguimos existiendo (en copias con historias diferentes) en Universos paralelos.
Esto es “una locura” dirán ustedes, amigos lectores, con su sensato sentido común. Pero, continuando con la perplejidad antes aludida, la física nos ofrece ya tantas sorpresas —creación y aniquilación de partículas, antimateria, agujeros negros que engullen sin fin hacia nadie sabe dónde, la propia creación, el Big Bang, del Universo…—, que ¿por qué no también esto?
El físico del Instituto Tecnológico de California, Sean Carroll, ciertamente se toma muy en serio esta posibilidad, como se puede comprobar en un libro recientemente publicado, La zorra y las uvas. Los mundos cuánticos y la realidad oculta del Universo (Pasado & Presente, 2020). “La formulación de universos paralelos —escribe Carroll— ofrece una visión de la mecánica cuántica que es simple y elegante en sus aspectos básicos pero que, además, parece bien adaptada para ajustarse a la búsqueda en curso de una comprensión de la teoría cuántica de campos y de la naturaleza del espacio-tiempo. Esto me basta para convencerme de que tendré que aceptar la incomodidad de esas otras copias de mí que se producen continuamente”. Y justo al final del libro, en su epílogo, afirma: “Diría que en los próximos años veremos avances significativos sobre estos complejos problemas. Y me gusta creer que la mayoría de las otras versiones de mí que habitan en otras ramas de la función de onda piensan lo mismo”.
¿Existirá Zenda en esos otros Universos, en algunos al menos? ¿Y secciones como esta mía? Ojalá deseen ustedes que así sea. Si no es así, siempre les cabrá la esperanza de que en algún Universo será diferente.
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Artículo publicado en El Cultural.
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