En casa del cantautor y poeta Pablo Guerrero (Esparragosa de Lares, 1946) solo se oye el tic tac del reloj. Hay una radio veterana sobre la mesa. No emite nada. Le dará luz una lámpara que un día estuvo colgada del centro del salón (hoy, un cable que hace de puente recuerda la operación). Pablo —no deja que le llamen «de usted»— se acicala, sale peinado del cuarto de baño. Recuerda a la escena que describía el fotógrafo Miguel Giner en El País cuando fue a hacerle unos retratos a Luis Ciges: «¡Qué ternura que alguien se perfume para una sesión de fotos!».
Endulza el café y lleva el azucarero a la mesa y un paquete de Winston. Se ha vacunado hace poco y acaba de conseguir por crowdfunding los 15.000 euros que su proyecto necesitaba (15.058 euros en concreto). Después de 52 años de carrera, Pablo Guerrero —con el soporte de Mirmidón— recurre al micromecenazgo para publicar el que será su último álbum antes de despedirse del mundo de la música: Y volvimos a abrazarnos (Duetos inesperados). En lo literario, Rodolfo Serrano, padre de Ismael, le publicará una antología de sus cuatro primeros poemarios. Y se espera una recopilación de todos sus títulos de poesía. Pero Pablo Guerrero no va a escribir ni una línea más. «(Rodolfo) me lo pidió, me lo pensé, y le dije que sí. Y luego, en otoño, mi editor y sin embargo amigo, Fernando Guerrero, me va a publicar la poesía completa: dieciocho libros». Se enciende Pablo Guerrero el pitillo, que sujeta con una mano que prácticamente le tapa la cara. Se encorva y sacude la ceniza, y aprovecha el viaje para dar un sorbo al café. Ahora deja de oírse la claqueta de las horas para pasar al escoplo y la radial, con el añadido de una sopladora de hojas. Los interlocutores se hacen los suecos. ¿Obras? ¿Qué obras? Aquí solo hay silencio. Se ha parado el tiempo.
—¿Por qué razón dejas la música?
—Creo que por razones de edad, porque me he hecho mayor, y ya empieza a haber inseguridades. La voz la conservo, la tengo bien, pero no quiero eternizarme encima de un escenario. Yo creo que decir adiós es tan importante como decir buenos días.
—¿Uno se puede despedir de la música?
—Soy una persona que disfruta mucho de la música de los demás, así que de la música no me despido, porque la sigo oyendo a diario. Lo que dejo es totalmente de hacer música. Estoy algo agotado, cansado… Estos últimos años han sido duros, con una falta total de conciertos. Entonces, cuando no tienes actividad, empiezas a verlo como algo lejano, algo del pasado, y es lo que me ocurre a mí ahora con la música.
—¿Cuándo sabe uno que se ha hecho mayor?
—Cuando se te cae un euro al suelo y te cuesta agacharte para recogerlo. Pero aún así lo recoges (risas).
—¿Y cuándo empieza uno a darse cuenta de que se está quedando solo?
—No me gustaría ser el último elefante de la manada. Creo que la soledad, cuando es buscada y elegida, es bonita; pero cuando es impuesta —por las circunstancias— es muy dolorosa. Soy una persona que no se aburre estando sola. Me voy a una terraza y veo pasar gente, y se me va el tiempo volando cuando me pongo a leer o a escribir música o me voy a dar un paseo a la Dehesa de la Villa.
—¿Dios es una lejana soledad, como decía el Martín Santomé de Mario Benedetti en La tregua?
—Para mí, Dios no es una soledad, Dios es una presencia. De niño tenía un sentido muy vivo de la naturaleza. Pasaba temporadas en el campo y hablaba con los árboles, hacía ritmos con los troncos… Me gustaba. Desde muy niño, como mi poesía, tenía una mirada sagrada sobre lo que me rodeaba, viendo mucha belleza en el planeta Tierra, en la gente y en todo lo demás. Somos humanos con una chispa de divinidad y una forma de desarrollo personal. Se trata de convertir la chispa en una gran llama.
—¿A mayor edad, uno se vuelve más descreído?
—Yo relativizo más las cosas, en mi caso, y las veo con más sentido del humor.
—¿Por qué con más sentido del humor?
—No sé. Porque te implicas quizás menos en las cosas. Para mí, tener una buena relación con lo que me rodea es importante, que te guste lo que tienes.
—José Saramago contaba que cuanto más viejo se veía, más libre se sentía y, por lo tanto, más radicalmente se expresaba.
—No es mi caso. Aunque yo siempre pensé, desde hace tiempo, que me sentía muy libre; procuro estar en paz con lo vivido y procuro implicarme en las cosas únicamente lo justo. Lo que he notado con la edad es que las cosas importan mucho menos, al menos en mi caso. Se va ese deseo que nos impulsa a hacer cosas y aparece un cierto sosiego, la tranquilidad de espíritu.
—¿Qué es la libertad?
—La libertad para mí es estar en paz. Son muchas cosas, como es estar con lo vivido y es tener un país donde las diferencias entre ricos y pobres no sean tan brutales como lo es ahora en la sociedad actual.
—¿Cómo has vivido este último año?
—Ha sido muy duro, porque murió mi mujer de un cáncer fulminante que se manifestó muy tardío. Ella hacía una vida normal. A veces decía que se cansaba más de la cuenta, pero lo achacamos a la edad. Un día, de repente, estábamos aquí (dice señalando el sofá)… Y no podía respirar. La llevé a urgencias y ya del hospital no salió. Estuvo ingresada mes y medio.
—Lo siento.
(Pablo Guerrero asiente dando una calada al cigarro. No dice nada).
—¿Cuál fue el último recuerdo, el más feliz que tuvieron?
—Estuvimos ella y yo con mi hijo en Ponferrada, en el Valle del Silencio. Me encantó todo aquello. Fue un viaje muy bonito.
—¿Quedan pocas cosas bonitas?
—No. La vida está llena de belleza. Y amanece, que no es poco, todos los días. Pero quizá estoy pasando por una etapa no sé si más pesimista o más triste. Me influye, por ejemplo, la situación política, el odio que hay en la política entendida como un acoso al que está en el poder. Creo que se opina mucho —en esta época— pero se reflexiona poco. La situación de los inmigrantes, de la gente que no tiene para subsistir… Me parece que todo eso, en el siglo XXI, debería estar solucionado. Yo me imaginaba el siglo XXI como un espacio en el tiempo en el que todos estos problemas estarían ya solucionados.
—Pero no está siendo así.
—Ha ido a peor, lamentablemente. La precariedad en el trabajo es tremenda. Los jóvenes no tienen dinero para comprar un piso y compartir con otra persona su vida y tener hijos, los que quieran tenerlos. Es muy difícil.
—Pero gobiernan los progresistas y te pueden llamar «facha» si los criticas. ¿Es complicado ahora mismo ser de izquierdas?
—Sí. Creo que hay que tener un sentido crítico ante el poder, que en este caso es el gobierno de coalición, que ha hecho cosas absurdas y equivocadas.
—A pesar de todo, es optimista grabar un disco en medio de la marea.
—El disco ya estaba decidido. No tuve ningún tipo de ayuda de las instituciones culturales e hicimos un crowdfunding. Yo el crowdfunding no lo pude seguir, tampoco pude dar las gracias a tal cantidad de gente que lo apoyó, pero es que estaba en el hospital cuidando mañana, tarde y noche de Charo.
—¿Pudiste despedirte de ella?
—Fue una despedida muy silenciosa. Bastó con mirarnos. No nos dijimos nada. Fue el silencio más elocuente de mi vida.
—¿Por qué ninguna discográfica se ha interesado por tu nuevo disco?
—La verdad es que la música, la cultura en general, está totalmente abandonada. Yo no sé por qué el poderoso teme tanto a los lobos sin dueño, como decía en la canción («Lobos sin dueño»). Yo creo que el poder teme a la gente libre y a las mentes que no se dejan embaucar con facilidad. Gente con mentes reflexivas y libres.
—¿Por qué hiciste el álbum?
—En realidad me lo aconsejó todo el mundo; iba a ser una terapia importante. Y así ha sido, porque todos los músicos que están grabando me cuidan y me miman. Espero que lo pueda terminar bien. No tengo ningún tipo de bloqueo ni ningún otro problema.
—¿Qué va a pasar con la poesía? ¿También la vas a dejar?
—También he dejado de escribir poesía. En el 2019 decidí no escribir más poesía. Me da la impresión de que he dicho todo lo que quería decir y además creo que no me he olvidado de nada de lo que quería decir. Entonces, cuando se llega a esta especie de hueso, lo mejor es, al menos en mi caso, no seguir escribiendo. A lo mejor me animo y escribo cuentos breves, novelas con reflexiones, con anécdotas… Pero lo que es poesía, ya he escrito mi último poema.
—¿Sabía que el poema que estaba escribiendo iba a ser el último?
—Sí. Es un libro que está inédito y se llama El oro en la balanza. Cuando lo terminé, pensé: «Este es el último libro que escribo». Y lo que te decía del disco: me ayuda a salir de mí mismo. No he escrito nada durante la pandemia, ni una sola línea. Me cuesta mucho escribir al hilo de los acontecimientos. Necesito sedimentar las cosas y pensar sobre ellas y hacerlas de alguna forma mías antes de escribir
—¿Por qué te cuesta escribir al hilo de los acontecimientos?
—La pandemia ha sido una bofetada total a toda la humanidad. Deberíamos pensar si estamos en el buen camino de esta especie de desarrollo ilimitado. ¿No sería mejor volver a ponernos a favor de la tierra y del amor de la naturaleza? No hacemos nada de lo que deberíamos hacer.
—¿Es tarde para hacerlo?
—No. Creo que la tierra se regenera; es abundante y generosa. Lo que no sé es si la civilización, tal y como la concebimos ahora, tiene mucho futuro. ¿No sería mejor entrar en un tiempo nuevo donde nos ocupásemos más de ser y no de tener y acumular cosas?
—Los textos del disco, ¿son todos de autoría propia?
—Todas las músicas y las letras son mías, menos un poema («Islas en bajamar»), que es de un poeta extremeño y amigo mío llamado Santos Domínguez Ramos. Las músicas las hemos hecho Luis (Mendo) y yo. Menos una, que es de Santi Vallejo y de José María Guzmán. Son once canciones y un poema recitado por una actriz, Alicia Sánchez, sobre una base de batería.
—¿Qué tiempo tienen estas canciones?
—Las partituras están fechadas. La mayoría de ellas las hicimos en 2018 y las letras son de esa época. Va a ser un disco postpandemia, un abrazo y un «hasta luego».
—¿Qué significan para ti la tierra y la arena? Están muy presentes en tus letras y poemas (Con una arena blanca, Rosa de arena…), supongo que por influencia de tus viajes al Magreb, Turquía, Egipto…
—Sí. Debemos caminar por la tierra, sintiéndola, estar enraizados. Sentir la gravedad al andar, al tumbarnos sobre ella. Somos probablemente la única vida consciente que hay en toda la galaxia, y eso implica una responsabilidad muy grande, en el sentido de que deberíamos vivir la tierra como nuestra casa, nuestro hogar, y no vivir en su contra. Únicamente pidiéndole alimentos. Tengo un concepto muy amplio también de la naturaleza: un ladrillo es una naturaleza manipulada por el hombre, pero una naturaleza. Deberíamos vivir enraizados en la tierra, sintiendo su energía en nosotros mismos.
—¿Desde la infancia?
—La infancia de alguna forma determina el carácter que vamos a tener. He vivido en una cultura campesina heredada y transmitida de padres a hijos, y a veces he pensado que me siento heredero de esa cultura, de esa especie de sabiduría transmitida. Mi infancia fue dura, pero al mismo tiempo muy bonita. Me gustaba vivir en un pueblo.
—¿Cómo recuerdas a tu padre?
—Lo recuerdo muy bromista y con un gran sentido del humor. Me decía mucho que mirara hacia arriba, a las nubes, al cielo… Pero no entendía lo que me quería decir.
—¿Cuándo entendiste lo que quería decir?
—Me gusta mucho la noche y he pasado mucho tiempo observando y mirando las estrellas. Yo creo que entendí que hay que tener una mirada amplia sobre las cosas y no verlas desde nuestro propio ombligo, sino verlas con generosidad. La tierra es generosa, incluso un derroche total de miríadas de estrellas, lluvia, agua… Los elementos. En el disco hay una canción en la que hablo de forma muy explícita de los elementos. Se titula «Lleno. Vacío», y va contada sobre un coro de Olga Román. Ella ha hecho todas las voces y los coros. Es una de mis favoritas del disco, como «Cercana», que va con sitar.
—¿Sigues sin saber el paradero de Tierra?
—No lamento que se haya perdido, porque creo que era muy primerizo, de época de búsqueda y de tonteo. El disco se grabó y he investigado —más por curiosidad que por otra cosa— si se podía encontrar, pero no hay manera. Se perdió para siempre.
—¿Las cosas pasan por algo, que este disco se perdió por alguna razón?
—Pues seguramente porque era muy malo (risas). Y fui afortunado al perderlo. Y luego vino A cántaros, que ya fue el colmo.
—Te llevó, de hecho, al Teatro Olympia de París en 1975.
—En aquella época, tocar en el Olympia consagraba al artista. Recuerdo que cuando estaba a punto de salir al concierto, el regidor me llamó aparte. Resulta que era hijo de republicanos exiliados, y me dijo: «Oye, españolito, no sé si sabes que, cuando se viene al Olympia, una de dos: o eres un grande o te hunden en la más absoluta de las miserias. Aquí no hay término medio. Si gustas, vas a seguir en la música toda la vida».
—Y gustó la actuación.
—La verdad es que sí. Hicimos un disco en directo (Pablo Guerrero en el Olympia) que no es precisamente de los que más me gustan de los que he hecho, pero sirvió para dejar testimonio de un concierto que fue importante para mí. De hecho, seguí en la música y me animé a profesionalizarme gracias a que el disco en el Olympia funcionó muy bien y se vendieron muchas copias.
—¿Qué diferencias encontrabas entre tocar en Francia y en la España franquista?
—En aquella época, París estaba llena de gente que había huido del franquismo. Estaba también lleno de emigrantes y de chicas que iban a trabajar allí para servir. Había una especial sensibilidad hacia lo que pasaba en España, y una gran simpatía por las fuerzas que se oponían a la dictadura franquista. El ambiente que me encontré era parecido. Yo era un español que cantaba en el Olympia, pero aquello también era un acto de repulsa al fascismo franquista.
—¿Llega a ser el exilio un hogar?
—Hay muchos tipos de exilio. Hay gente que se siente extraña en su propia tierra, como autoexiliada. Yo he viajado bastante y no me he sentido extranjero en ningún sitio. No entiendo muy bien lo del exilio, porque nací en un pueblo pequeño. Soy de Esparragosa de Lares; soy de Badajoz, que es mi provincia; soy extremeño, que es mi comunidad; soy de Madrid, porque llevo ya más de cuarenta años viviendo aquí… Soy español, soy europeo, y soy habitante del planeta Tierra, que es un minúsculo punto luminoso en un mar de galaxias.
—¿En qué tierra han de reposar sus cansados huesos?
—Se lo diré a los familiares que me sobrevivan. Pero la verdad es que no lo tengo muy claro. No sé si pedir que me incineren o que me entierren en mi pueblo.
—Fernando Savater escribió una vez: «La vida sin amor es patética; con amor, se vuelve trágica».
—No lo entiendo muy bien. El amor no es trágico. El amor es comprensión, bondad, compasión, solidaridad, entrega, búsqueda, encuentro… Si se piensa así, es que no se vive el amor en plenitud. Cuando tú vives un amor en plenitud, no te encierras en ti mismo, te das a la otra persona, y por lo tanto al mundo entero.
—Te aconsejaron hacer Y volvimos a abrazarnos (Duetos inesperados) porque podía ser una terapia para ti. ¿Te encerraste en ti mismo tras el fallecimiento de Charo?
—No era encerrarme en mí mismo, porque no me gusta pensar en mí mismo. De hecho, me gusta olvidarme de mí mismo. Y ahora que Charo ha fallecido, vivo recordándola todo el rato. Estoy en esa primera etapa del duelo donde toca recordar la enfermedad y la muerte.
—¿Hablas con ella?
—La recuerdo. Me gusta recordarla todo el día.
—¿Nos quedará una penúltima revolución?
—Las revoluciones siempre son un paso adelante con respecto a lo que había. Pero también creo que casi todas las revoluciones terminan siendo traicionadas. Una sociedad cambiará en el sentido en que yo quiero que cambie cuando cambien los individuos, las personas que la componen. Y ahora vivimos en una sociedad enferma que genera ciudadanos enfermos. Hay que estar muy atentos, reflexionar, contemplar y poner la felicidad y el estar bien como una meta perfectamente alcanzable.
—¿Es el amor por lo tanto una revolución?
—Yo creo que sí. El amor revoluciona, te cambia por dentro, y hay que llegar al amor universal, a amar a todo ser humano y a la tierra: a los animales, a los bosques… También a los tornados y a los naufragios.
—Parafraseando a Pablo Neruda, ¿todo en ti fue naufragio?
—No (risas). No sé por qué decía eso Neruda, si tuvo un reconocimiento tan grande y amó a tantas mujeres. Creo que la vida es un libro que hay que leerse queriéndonos a nosotros mismos y por lo tanto a todos los demás.
—¡Qué optimista!
—El crowdfunding ha sido un éxito muy grande, porque yo pensaba que la gente ya se había olvidado de mí, pero los de Mirmidón me decían que lo íbamos a conseguir. Gracias a ese optimismo, este disco será una realidad. En toda mi vida he estado abierto a lo inesperado, a la sorpresa y al asombro. No hablo de grandes cosas, sino de pequeños detalles, de los mundos de andar por casa.
—¿Uno, con la edad, siempre espera que le vengan las cosas de manera inesperada?
—Bueno, muchas veces. Pero otras veces… Yo soy una persona que ha tenido suerte en la vida. Quería cantar y he podido cantar. Quería escribir y he escrito. Pero ahora ya me despido.
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