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Pablo Martos: «Nada es suficiente, por eso la música lo completa todo»

Pablo Martos: «Nada es suficiente, por eso la música lo completa todo»

No había cumplido aún los diez años cuando escuchó la Obertura 1812, de Tchaikovsky, entre los repiques de campana de la catedral de Guadix, el pueblo granadino donde creció y en el que la música, cualquiera diría, se abrió paso a cañonazos. Hijo de músicos —sus padres formaron la banda de folk rock Arboleda—, Pablo Martos hoy es violinista, compositor y director de orquesta, también doctor en Patrimonio por la Universidad de Jaén, catedrático del Conservatorio Superior de Música de Granada y director artístico de la Camerata Garnati.

Aunque en ocasiones se defina a sí mismo como un activista musical, Martos es un tenaz agitador de la belleza. Alguien capaz de llevar la música a la calle, las librerías o las salas del museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid, el lugar donde transcurre esta entrevista. De él ha dicho Daniel Barenboim que es un «músico inteligente, talentoso y de gran potencial». Su sensibilidad anárquica e inquieta lo ha llevado de los campos de refugiados de Palestina a la Peña de la Platería, decana del flamenco en España, situada a los pies de la Alhambra y que tuvo entre sus asiduos a Manuel de Falla.

Pablo Martos inició su formación en Alemania y Austria, donde se graduó como violín solista en la Hochschule für Musik de Rostock con Axel Wilczok. Se especializó luego en estilística barroca con Reinhard Goebel, en el Mozarteum de Salzburgo, la ciudad de Mozart y a la que Thomas Bernhard dedicó sus más feroces páginas. Además de estudiar con Henryk Kowalski en la Universidad de Indiana, una de las experiencias más intensas en la biografía de Pablo Martos fue, justamente, formar parte de la orquesta West-Eastern Divan, ideada por el músico Daniel Barenboim y el filósofo palestino Edward Said.

El granadino tenía apenas 25 años cuando se incorporó a este proyecto que unió a jóvenes músicos procedentes de Israel y de países árabes de Oriente Próximo para que pudieran desarrollar su formación musical. La West-Eastern Divan nació con el fin de demostrar que cuando se fija un objetivo común —hacer música—, la convivencia y el entendimiento entre personas procedentes de sociedades históricamente enfrentadas son posibles. Esa espita destapó la sensibilidad de Pablo Martos. Puede que moldeara su espíritu y desatara esa infinita curiosidad que lo lleva de un lado a otro. Nadie regresa siendo el mismo tras interpretar, bajo la dirección de Barenboim, la Quinta de Beethoven en Ramallah.

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—¿Cuál es su primer recuerdo musical?

"Mis padres tocaban folk. No había fiesta o interacción humana en la que faltara la música"

—Hay varios. El primero, que en casa siempre se hizo música. Mis padres tocaban folk. No había fiesta o interacción humana en la que faltara la música. El segundo recuerdo fue esperar con ansiedad a que se tocara la Obertura 1812, de Tchaikovsky, en Guadix, el pueblo donde yo vivía cuando era niño. Era un gran evento porque se planeaba hacer con pirotecnia y con campanas de la catedral.

—¿Hubo también cañonazos?

—(Risas) Sí. Al final, se superpusieron sobre la música. Podrás imaginar cómo sonó aquello. Pero queda en mi memoria la ilusión con la que en el salón de mi casa la escuchaba en un disco de vinilo a la espera de poder hacerlo en directo.

—De Salzburgo al activismo musical. Del conservatorio a la calle. ¿Cómo entiende Pablo Martos la música?

—Soy un artesano de la música y trato de remitirme a su sentido original. Históricamente, la música ha formado parte de un ritual. Sirve para estrechar lazos, para acercarse, reunirse, bailar. Para que exista, la música tiene que cumplir el circuito completo, necesita de los otros. Desde el momento en el que se plasma en papel hasta que el intérprete que la toca, todo acaba en el corazón de quien escucha, en el corazón de esa persona que está en el auditorio.

—¿Qué tan lejos o cerca estamos de la música?

—Hay gente, y me consta, a la que le gusta muchísimo la música clásica, o culta, como quieras llamarla. El problema es que no lo saben. No son conscientes. Y no porque no hayan tenido ocasión, sino porque no se ha creado la oportunidad adecuada ni la forma adecuada para descubrirlo. La música empieza cuando la comunico a mis vecinos y a la gente con la que interactúo, y de ahí continúa hasta la forma más académica, en el conservatorio.

—Trabajó con Daniel Barenboim en la orquesta West-Eastern Divan. ¿Fue esa su mayor impronta?

"Me di cuenta de que la música puede ser más que un objeto de estudio de la belleza y transformarse en una herramienta"

—La figura de Barenboim fue fundamental. Me di cuenta de que la música puede ser más que un objeto de estudio de la belleza y transformarse en una herramienta. En el mundo en que vivimos es necesario alimentar no sólo lo material y lo físico, sino el alma. Con Barenboim entendí que la música puede ofrecer a las personas una ventana que les permita mirar a un mundo más bello.

—Ha tocado en Palestina, Israel, Sudamérica, en cárceles o zonas de conflicto…

—Tuve la oportunidad de hacer música con Garnati en campos de refugiados de Palestina. Allí la gente no tiene nada. Esperaban nuestro concierto durante meses, porque era lo único que iba a ocurrir. Cuando tienes la oportunidad de tocar en ese lugar y lo haces con toda tu alma, aunque toques música de cierta enjundia intelectual como puede ser el trío de Maurice Ravel. Cuando lo escucha, la gente queda plenamente emocionada, porque están viviendo ese presente.

—¿Qué interpretación con la West-Eastern Divan recuerda con más intensidad?

"Había israelíes que no querían tocar, porque decían que los iban a matar, ya que ahí estaba Hamás"

—Fue increíble el viaje a Ramallah. Fue en un momento muy tenso. Hasta el último minuto no sabíamos si podríamos celebrar el concierto o no. Había israelíes que no querían tocar, porque decían que los iban a matar, ya que ahí estaba Hamás. Al final acudieron en tanquetas de la ONU. Fue impresionante verlos llegar, porque tocamos juntos la Quinta de Beethoven, con todas las seguridades, pasaporte diplomático y medidas excepcionales. Fue como entrar en un sitio prohibido en el que nuestra única misión era ésa: tocar la Quinta sinfonía de Beethoven. Pura libertad.

—¿Se aprecia más la belleza cuando es la excepción?

—Hay una conciencia del presente mucho mayor en las sociedades con menos estabilidad política y económica. Eso fue una grandísima inspiración para desarrollarlo aquí también. Hay un cierto bienestar, sin duda, pero abunda la soledad y la desazón. Eso podría mejorar si se nutriera el mundo de las personas con algo tan espiritual o elevado como puede ser la música.

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Son las once de la mañana de un sábado de invierno. En la sala ocho del museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid, una veintena de jóvenes se reúne junto al lienzo Jesús entre los doctores (1506), de Alberto Durero, máximo representante del Renacimiento alemán y el principal impulsor de las nuevas ideas en el norte de Europa. Los convocados a la cita forman parte del programa de amigos jóvenes LabThyssen. Están aquí para una nueva sesión de trabajo que arranca con un recorrido por aquellas obras de la colección dedicadas al Ingenio. El asunto no es en absoluto anecdótico. Todo en este reportaje guarda relación con esa facultad para imaginar, crear y descubrir. Es, digamos, una chispa que Pablo Martos lleva dentro y que aportará a las salas de este edificio.

Impulsado con la intención de crear comunidad alrededor del museo, LabThyssen busca promover el interés por el arte y la cultura entre el público menor de 35 años. Un racimo de noveles profesionales se da cita aquí, en el palacio Villahermosa, sede de una de las pinacotecas de maestros antiguos y modernos más importantes de España y cuyo origen parte de la colección de la familia Thyssen-Bornemisza, una de las más poderosas de la industria alemana del siglo XX.

Consagrada sólo a la exposición, encuadernada en su prestigio, poco tendría esta colección para interpelar a la sociedad de la que forma parte. Gracias al acompañamiento de la Fundación Banco Sabadell y la asesoría de Kubbo Company, liderada por Kike Labián, experto en participación juvenil, LabThyssen cuenta con un panel de expertos vinculados a la cultura, el arte y la ciencia, que sirve de guía y al que acaba de incorporarse el violinista y compositor Pablo Martos, quien esta mañana se pasea, violín en mano, para escuchar y acompañar una nueva sesión.

Pablo Martos ya ha puesto en marcha en Granada programas culturales interdisciplinarios. El más reciente de ellos es Bibliophilharmonic, un formato que permite a los músicos de la Camerata Garnati recuperar la Hausmusik, una práctica musical frecuente en los salones del siglo XIX, que se refugia en la intimidad del hogar como lugar alternativo y libérrimo. Ahora esa misma experiencia tiene lugar en el número 49 de la calle Puentezelas de Granada, en la librería El Tiempo Perdido, cuyo librero, además de amistad, comparte con Pablo Martos esa sensibilidad anárquica y mestiza que requieren este tipo de iniciativas. Bibliophilharmonic y LabThyssen comparten naturaleza. Ambas exigen la cercanía y la cooperación y propician la participación.

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—El ensamble Garnati ha trabajado con la literatura y ahora se propone lo mismo con el arte. ¿Qué clase de laboratorio cultural es este?

"La música que elegimos suele guardar relación con un libro y a partir de ahí diseñamos el programa"

—En este afán de crear comunidad, nació en Granada Bibliophilharmonic. Son conciertos en los que los integrantes de la Camerata Garnati interpretan música junto a mí o junto a mi hermano, el celista Alberto Martos. Lo hacemos en la librería El Tiempo Perdido. La música que elegimos suele guardar relación con un libro, y a partir de ahí diseñamos el programa.

—La primera sesión la dedicaron a Zweig, mezclado con Schubert y Beethoven.

—Así fue. Al final añadimos una copa de vino, que nos permite charlar durante una media hora. Por una parte los músicos de la Camerata están trabajando, a la vez que mejoran su interpretación. Están haciendo música de cámara, que es una forma de interpretar con arrojo, desde las entrañas, y no de esa forma tan académica que aprendimos en su momento.

—¿Hasta qué punto despierta sensibilidades Bibliophilharmonic? ¿Cómo contribuye a LabThyssen?

—Bibliophilharmonic ha logrado integrar la música clásica en un ámbito de la gente que es amante de la lectura. Así, y gracias a otros proyectos, hemos llegado aquí al LabThyssen, porque se trata justamente de crear nuevas fórmulas junto con los jóvenes amigos del museo. Supone abrir ventanas a nuevas formas de belleza y a la vez crear comunidad.

—¿Cómo exactamente?

—El LabThyssen tiene un panel de expertos, que está formado por profesionales del mundo de la historia del arte, la educación, la gestión cultural, la ciencia, y ahora entro yo a aportar desde el ámbito de la música. Y para eso estoy aquí, para conocer cómo funciona y participar en esa dinámica.

—¿Qué visibiliza la música que otras disciplinas no consiguen transmitir?

"Nada es suficiente, y la música siempre lo llena y lo completa todo"

— La música completa. Ocurre cuando se une literatura con música, en el caso de Bibliophilharmonic. O cuando se une con el arte, cuando hay una vocación ciudadana, que es el caso del proyecto LabThyssen. Nada es suficiente, y la música siempre lo llena y lo completa todo.

—¿Qué implican estos recitales pequeños y cercanos?

—Reivindico el acto de volver a estar juntos. Por eso también hemos hecho lo de Bibliophilharmonic. Es un concierto en el que hay un auditorio pequeño, estamos muy juntos, a un metro de distancia del público. Nos escuchan respirar, escuchan los comentarios que hacemos entre los intérpretes, y esa parte tribal creo que había sido borrada en pos de un acto cultural o un acto académico en lo que todo debía ser excesivamente formal.

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Pablo Martos es el director artístico de la Camerata Garnati, que debe su nombre al repertorio árabe-andalusí de aquellos granadinos que abandonaron la ciudad tras la Reconquista y que llevaron sus sonidos y tradiciones al Magreb. De ese potente mestizaje nació el sonido que alimenta a esta agrupación formada por más de 25 músicos profesionales —muchos de ellos han actuado en escenarios tan prestigiosos como el Carnegie Hall— y que se reúnen para dar continuidad a la antigua práctica de juntarse para interpretar y escuchar música.

A los del ensemble Garnati los distingue la sensibilidad y el conocimiento de una tradición y, sobre todo, la curiosidad y el ingenio, esa centella que permite mostrar el lado más fresco e innovador de las cosas. Además de sus instrumentos musicales, el arrojo es una de las principales herramientas de esta Camerata que se ha propuesto interpretar más de 150 partituras de 25 compositores distintos, entre los que destacan tanto nombres consagrados del patrimonio musical como creadores contemporáneos o autores menos conocidos. La suya es una música en proceso.

Garnati encarna el lugar de encuentro entre lo vivo y lo imperecedero. Mezcla la belleza ya creada con la que está a punto de ocurrir. Recientemente estrenaron el concierto para violín La orilla del mundo, de José Luis Greco, donde interpretaron piezas desconocidas de autores como García Fajer o Juan-Alfonso García. Al mismo tiempo, preparan un ciclo para interpretar piezas clásicas con la percusión del grupo Mayumana. Ambos proyectos, que cuentan con el apoyo de la Fundación Banco Sabadell, recorren el amplio espectro de una sensibilidad tan mestiza e inclasificable como sorprendente.

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—Garnati Ensemble ha interpretado y grabado a Bach o Haydn, pero también piezas desconocidas del repertorio español.

—Eso forma parte del hecho de hacer comunidad. Tengo la suerte de colaborar con un equipo espectacular, OE Oficina, una editorial del País Vasco, así como con el Instituto de Ciencias Musicales de la Universidad Complutense de Madrid. Es un proyecto que comienza a ser conocido, hasta el punto de que hay familiares o herederos de compositores, que envían sus partituras para revisarlas y evaluar si tienen la calidad suficiente que ser interpretadas.

—El celista Alberto Martos es eslabón esencial de Garnati. ¿Cómo es tocar con un hermano?

"Tal y como Barenboim decía: una orquesta es una sociedad en pequeñito que tiene que entenderse en un lenguaje común, que es el de la música"

—Hay mucho del uno en el otro. Es una conversación de la música y los afectos. Tal y como Barenboim decía: una orquesta es una sociedad en pequeñito que tiene que entenderse en un lenguaje común, que es el de la música. Pues a mi hermano y a mí nos pasa exactamente eso: encontramos siempre un punto en común. Es algo que necesita la sociedad y que a mi hermano y a mí nos ha enseñado tanto la música como mis padres. Todo lo que haga Alberto lo siento como una prolongación mía, artística también, y creo que ocurre al revés. Acaba de salir un disco suyo con Miriam Sotelo, su esposa, en torno a la música de Robert Schumann. Es un disco fenomenal. Lo estoy viviendo con la misma intensidad, como si fuera mío.

—Sus músicos ensayan en la Peña de la Platería, a los pies de La Alhambra.

—Existe por un lado el Garnati Ensemble cuando hacemos música de cámara, es decir, cuando somos poca gente. Pero cuando somos más formamos la Camerata Garnati. Y sí, ensayamos en la Peña de la Platería, que es la peña flamenca más antigua de España.

—A lo largo de su carrera ha ido acercándose cada vez más al flamenco. ¿Por qué?

—Pensé que era importante revisar cuáles son nuestras raíces, cuál es nuestro patrimonio. Lo que tenemos más a mano es el flamenco. Yo me formé en Alemania. Miraba entonces a Bach, Brahms y Beethoven, y cuando empecé a investigar sobre nuestro patrimonio musical sentí un interés cada vez mayor por el flamenco.

—Tiene composiciones al respecto.

—Sí, tengo una composición para violín y violonchelo que se llama Tiento, en la cual trato de hacer incrustaciones derivadas de giros que son característicos de la música flamenca.

—Dice Borges que la música andaluza es una música de quejas. ¿Conoce el poema que le dedicó a la Alhambra?

—Sí, me deja atravesado. Un ciego escuchando el agua de las fuentes de la Alhambra.

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Quiso ser poeta. Leyó a Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire y aunque intentó el verso libre, Pablo Martos los descartó por la notación y las partituras. Suyas son las composiciones «Folías de España», que grabó para Televisión Española; también «Melancolía», tres piezas para violín que exploran el flamenco y llevan el germen de los Tientos, una obra de tres secciones en la que exploró los palos flamencos y el cante.

En la música de Pablo Martos, Paganini y Bach se mezclaron con las palmas y la improvisación flamencas, de la misma forma en que en sus lecturas acabaron juntándose Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Epícteto o Stefan Zweig. Humanista a contrarreloj, inquieto concertino de penacho ensortijado, compositor, director de orquesta y, según él, activista musical, en Pablo Martos se reúne un número indeterminado de sensibilidades, a la manera de un maestro de capilla que igual enseña latín como imparte lecciones de música.

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—La fotografía que ilustra este reportaje es usted ante un lienzo de Durero. ¿Tiene Pablo Martos algo de renacentista?

"Aunque el mundo vaya de una forma, no puedo renunciar a quién soy y a cómo soy"

—Ha sido puro azar, pero sí que es cierto que como violinista canónico me costó. Vivimos en un mundo de alta especialización, cada uno se ocupa de su campo y poco más. Hice un trabajo de búsqueda interior importante hasta descubrir que yo realmente soy así. Tengo curiosidad por muchas cosas y no puedo renunciar, aunque el mundo vaya de una forma, no puedo renunciar a quién soy y a cómo soy.

—Del Conservatorio de Granada a una peña flamenca o aquí al Thyssen. Es un personaje de una sensibilidad anárquica, ¿no?

—Por suerte tengo un trabajo que es imprescindible para mi cátedra de violín. Es decir, que esté activo y en conciertos. Porque lo que yo transmito a mis alumnos es mi experiencia. Si tengo determinada dificultad al interpretar a Mozart o Beethoven, lo primero que hago al llegar a Granada es contarles esto a mis alumnos. Me gusta la idea del Kapellmeister, el maestro de capilla, porque ellos también impartían lecciones. Se puede enseñar desde la práctica. Creo que esa parte de aprendiz y de maestro es importante. Es posible aprender y enseñar desde las trincheras del trabajo o la calle, de estar creando en todo momento.

—¿Puede librarse la música de la reciente ola de cancelación?

— La música puede tener una función decisiva en eso, porque va directamente a nuestra esencia. Al fin y al cabo, los seres humanos compartimos cosas. Es algo bastante intercultural. Nos une por ese principio. La palabra puede tender a la confusión, pero la música va directa a las vísceras y al corazón.

—Compuso una banda sonora.

"Antes que estar triste y desesperado por haber perdido la vida que pensaba que no iba a volver, decidí componer esta banda sonora"

—Sí, para el largometraje Mía y moi. Partí de una formación canónica y ortodoxa del violín. Me especialice luego en violín barroco, con la idea de entender la figura del maestro de capilla a la manera de Bach en el siglo XVIII. Y dentro de todo ese proceso también me interesó la composición. Cuando me dediqué a ella, comencé a aplicar mis conocimientos como intérprete especializado y así elaboré mis primeras piezas.

—Había compuesto «Folías de España», pero… ¿cómo llegó al cine?

—Fue una propuesta de creación de música para una película de Borja de la Vega. Fue en pleno confinamiento. Era justo en aquel momento en el que los intérpretes padecimos el parón en los escenarios. Me vi en casa, sin viajes ni conciertos. Mis trabajos para Televisión Española eran conocidos, así que me plantearon ese proyecto. Me fui rápidamente a por los instrumentos. Antes que estar triste y desesperado por haber perdido la vida que pensaba que no iba a volver, decidí componer esta banda sonora, que luego nos dio bastantes alegrías.

Está premiada, de hecho.

—Ciertamente, recibió un premio en un festival independiente.

¿Cómo operan estas distintas sensibilidades en usted?

"Me apasiona la sequedad y la autenticidad de Lorca. Lo directo de Sor Juana"

—Son distintas facetas que me complementan. Creo mucho en el concepto holístico. Pasé muchos años de mi vida trabajando el violín horas y horas y horas, y el momento en que empecé a interesarme más por la literatura o en el que di el paso para componer, encontré mi voz auténtica, así como mis propias interpretaciones de violín.

—La primera edición de Bibliophilarmonic la dedicó a Stefan Zweig. ¿Le gusta?

—Soy un neófito, pero lo que leo me gusta.

—¿Le gustaría poner música a un determinado autor? ¿O a una obra?

—Me apasiona la sequedad y la autenticidad de Lorca. Lo directo de Sor Juana. Me gusta la cercanía y la amistad con la que habla Cervantes.

—¿Ha escrito alguna vez?

"Soñé con ser poeta y escritor. Leí Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa. Adoraba a Juan Ramón Jiménez"

—Soñé con ser poeta y escritor. Leí Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa. Adoraba a Juan Ramón Jiménez. Entre los pecados de juventud, leí mucho a Baudelaire y Rimbaud. Me encantaba el simbolismo francés, pero, claro, era consciente de que era un desastre. Fui lo suficientemente honesto como para tirar todo lo que hice.

¿Hay algún autor literario que combine con un compositor?

—Me interesa muchísimo confrontar la literatura española barroca con la música española y la literatura actual.

¿Qué se escucharía en el Madrid del Siglo de Oro o del del XVIII?

—Sería interesante poner música al Madrid de Farinelli, al Madrid de Boccherini, al Madrid de García Fajer y a todos esos maravillosos autores que se trufaban con la corte, entonces inundada por músicos italianos. Madrid es un espacio de creación maravilloso. Todo se mezcla aquí.

¿A qué parte del mundo pertenece Pablo Martos?

—Pues mi ambición hace que pertenezca a todas. Tengo mis orígenes, que provienen de Granada. Es el sitio desde el cual salgo y al que he de volver. Pero allá donde voy tengo amigos, creadores, un encuentro de arte que me acoge siempre. El mundo es demasiado maravilloso como para ceñirse a un lugar.

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