Abrió la temporada del Teatro María Guerrero de Madrid con una nueva versión de Bodas de sangre, de García Lorca. La segunda en la escena madrileña en el año 2017, cuando se cumplieron 81 años del asesinato del poeta y dramaturgo. Pablo Messiez, autor y director, no se detiene en un tipo de texto concreto: tan pronto adapta clásicos de la literatura española como dibuja sobre las tablas renovadas visiones de su biografía personal.
Messiez, premio Max como mejor director por La piedra oscura, pasea con acierto entre el clasicismo y la contemporaneidad. Como un bailarín acertado en todo tipo de papeles, Messiez —actor, dramaturgo, director y docente de actuación— nos dejó a todos mudos hace siete años cuando llegó a España y provocó una pequeña revolución en la escena madrileña.
Ha adaptado con gran éxito textos dramáticos de Jean Genet, Samuel Beckett, William Shakespeare y García Lorca, y puso en pie en el Festival de Teatro Clásico de Almagro su particular visión de los textos del Siglo de Oro español (Los brillantes empeños).
Ganador del premio Max a la mejor dirección de escena por la obra La piedra oscura, de Alberto Conejero, llevó recientemente al teatro La distancia (versión de la novela Distancia de rescate, de Samanta Schweblin). Reestrena esta semana dos de sus obras más aclamadas: He nacido para verte sonreír (Teatro La Abadía) y Todo el tiempo del mundo (Teatro Kamikaze).
Bajó el telón en diciembre en Madrid su última adaptación de García Lorca. Zenda habla con Messiez sobre el escritor granadino y el diálogo que generan los textos subidos a escena. Comenzamos.
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—¿Cómo definiría Bodas de sangre? ¿Qué poso cree que debería dejarle al espectador?
— Bodas de sangre es una obra inmensa y valiente. Su autor escribe movido por una necesidad profunda y deja que la forma sea la necesaria, sin importar si para ello hay que cambiar de registro. Cada acto es un mundo distinto que se despliega.
En cuanto al público, si supiéramos qué poso debería dejarle de antemano, no estaríamos haciendo teatro, sino dando una clase sobre un tema resuelto. El público es el gran misterio y el sitio en donde sucede el teatro.
—¿Qué dificultades encontró a la hora de poner en marcha esta obra?
—La interferencia de ideas previas sobre cómo se supone que debería hacerse. Tuve que tomar distancia para poder sacudirme mis propios prejuicios.
—¿Tenía referentes previos de esta obra a la hora de montarla?
—Claro. Imposible no tenerlos dedicándose el teatro. Aunque nunca la había visto en vivo.
—¿Qué diferencia a García Lorca de otros escritores de su época?
—No dispongo de la información suficiente como para responder responsablemente a esta pregunta. Solo sé que es indudable que Lorca es un autor que escribe y hace el teatro «que le gusta y como le da la gana». Son textos nacidos de la necesidad personal de escribirlos, para que no se pudran adentro, como diría él.
—Tiene usted una conexión muy cercana con Lorca, pues ya afrontó la relación de este con Rafael Rodríguez Rapún en La piedra oscura, de Alberto Conejero, que dirigió hace un tiempo (y que le supuso un Max como mejor director). ¿Qué significa Lorca hoy día y por qué es necesario leerlo?
—La voz de Lorca es de una singularidad única y es mucho más incómoda de lo que se supone. Basta con leer sus entrevistas. Siendo ya un autor reconocido y manteniendo su deseo de hacer un teatro popular, no dejó de hablar de la importancia de incentivar la creación de vanguardia y de pedir para el teatro popular que fueran siempre artísticos los criterios a la hora de generar proyectos.
Hay infinidad de textos en los que critica las lógicas del mercado o las miradas elitistas, y reclama un teatro que no subestime al público.
—¿Qué ha descubierto sobre Bodas de sangre con esta nueva lectura?
—Que es como un mar. Lo que escribió Eduardo Chillida sobre Bach es la mejor definición sobre esta obra: «Moderno como las olas. Antiguo como la mar. Siempre nunca diferente, pero nunca siempre igual».
—¿Es la literatura un instrumento para preparar un trabajo teatral?
—Puede serlo.
—Esta obra ha sido representada en numerosas ocasiones, se estrenó en teatro en 1933 y en cine en 1938; ¿qué ofrece como novedad esta versión?
—Cada nueva versión debe dialogar con el presente en el que está hecha, para que su destino tenga sentido. Esta intenta hacer eso, pensarse como teatro, y no como literatura ni como reconstrucción. Intenta hacerse presente.
—Es muy emocionante en esta representación la inclusión del Pequeño vals vienés con música de Leonard Cohen. ¿Cómo se le ocurrió incluirlo?
—Me lo pidió la obra. Trabajando con buenos materiales y buen equipo, todo es fácil. Es la propia configuración de ese encuentro la que va inspirando el camino.
—¿Qué feedback nota de los espectadores respecto a este texto?
—El texto le parece a todo el mundo una maravilla. Incluso a gente que no lo ha leído. La versión ha generado pasiones encontradas, y eso me alegra. Es llamativo como a los más jóvenes, en general les genera un gran entusiasmo; y a muchos del grupo de «los señoritos y las elegantes» (como diría Lorca), les repugna. Yo estoy feliz con que esto suceda con una obra como esta. Que genere debate y reflexión. Estamos demasiado acostumbrados a ver clásicos que nos parecen muy bien hechos y olvidarlos al salir del teatro. Hay que desconfiar de las obras en las que ya no pensamos después de la cena.
—¿Qué esconden las palabras de García Lorca en Bodas de sangre?
—No esconden nada. Lo dicen todo. Yo le creo al pie de la letra. Cada contradicción es una maravilla. Nada más teatral que una contradicción, porque le da espacio al espectador para que repercuta en él esa dialéctica.
—¿Cómo hacemos para volver a leer los clásicos? ¿Qué le decimos a un chico de 14 años, o a un político, para que lo haga?
—Yo no creo que haya necesariamente que leer nada. Que lea el que lo necesite. Las lecturas forzadas generan monstruos. Solo se aprende lo que se necesita aprender. El resto es dominación de la ideología dominante: lo que se supone que hay que hacer, lo que se supone que hay que leer…; hay que desconfiar de todo eso y buscar el propio deseo, la propia necesidad.
—¿Es importante leer clásicos?
—No necesariamente. Para quienes hacemos teatro, creo que sí. Un texto que ha vencido al tiempo merece mis respetos y mi interés.
—¿Cómo definiría el universo lorquiano?
—Múltiple.
—No es la primera vez que adapta un texto clásico, ya lo hizo hace tiempo con varios autores del Siglo de Oro (Los brillantes empeños); ¿qué es lo que le llama la atención del texto y qué objetivo tiene con esta nueva puesta en escena?; ¿qué tiene el texto de Lorca que le atrajo para llevarlo a escena?
—Su modo de tratar el tema del deseo y la ley sin pretender dar lección de nada. Cómo pone el dedo en la llaga del conflicto entre el cuerpo mudo y el cuerpo hablante. Ese temblor entre el sentido y los sentidos.
—¿Había pensado con anterioridad adaptar a Lorca, alguna de sus obras?
—Sí. Hace tiempo que quiero hacer Así que pasen cinco años. Y también me apetece montar Yerma.
—¿De dónde viene su querencia por los textos clásicos?
—No lo sé. Me recuerdo ya de adolescente leyendo las obras completas de Shakespeare. Tal vez viene de encontrar una valentía en esas escrituras que no es tan habitual en estos tiempos.
—¿Sirven (los clásicos) para leer el presente?
—Claro. Eso los vuelve clásicos.
—Hoy vuelve al teatro (Teatro Kamikaze) su obra Todo el tiempo del mundo. ¿Qué otros proyectos tiene en mente para el futuro más cercano?
—Además de reestrenar también He nacido para verte sonreír, de Santiago Loza, en el Teatro de la Abadía (11 de enero), estrenaré en el Teatre Lliure El tiempo que estemos juntos, un texto que estoy escribiendo para la Kompanyia Lliure; y, luego, Cae la noche tropical, versión de Santiago Loza de la novela homónima de Manuel Puig en el Teatro San Martin de Buenos Aires.
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Pablo Messiez se sumerge en proyectos que desarrollará en los próximos meses. Si uno mira su agenda, se puede sentir desbordado por una sensación de vértigo. Ha montado Lorca con éxito y aún le sobran ganas para volver a hacerlo.
Busca en el teatro las contradicciones y los problemas propios de la vida. Es veloz y, como García Lorca, trabaja sin miedo. Lo hace desde el respeto a los clásicos, puliendo y dando aún más valor a la autenticidad de la materia con la que cuenta: textos, voces, cuerpos, espacios… Nada deja de ser real y presente: aunque hayan pasado más de 80 años, el drama de la existencia cotidiana, la necesidad del deseo que reflejó Lorca nos acompaña incluso mucho después de acabar la función.
Foto de Pablo Messiez: Vanessa Rabade
Fotos y cartel del espectáculo: Centro Dramático Nacional
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