Cuando tenía diez años, Pablo Simonetti hizo un viaje con sus padres al sur de Chile, y al llegar al lugar elegido para pasar las vacaciones, entró en erupción el volcán Villarrica y la familia tuvo que salir huyendo en plena noche. Aquella experiencia quedó grabada para siempre en la memoria del escritor chileno, quizá porque fue la única vez que se sintió “cómplice” de su padre, valorado y querido por ese hombre autoritario, “enigmático y opaco” del que luego se iría distanciando progresivamente. Los recuerdos de aquel viaje se convierten en elemento esencial de la nueva novela de Simonetti, Desastres naturales, en la que reconstruye la difícil relación con su progenitor y pasa por el tamiz de la ficción los problemas que el escritor tuvo que afrontar en su adolescencia debido a su homosexualidad, en una época, la de la dictadura chilena, en la que se reprimía cualquier tipo de disidencia “y no había espacio para la diferencia sexual y la diversidad cultural”.
Considerado uno de los escritores chilenos con mayor número de lectores, Simonetti (Santiago, 1961) ha pasado unos días en Madrid para promocionar su nuevo libro, de claras raíces autobiográficas. Tan claras que, en varios momentos de la entrevista que mantiene con Zenda, salta con naturalidad de hablar de Marco, el protagonista de la novela, a hacerlo de sí mismo, porque ambos, personaje y escritor, compartieron muchas de las experiencias que se narran en la novela con un lenguaje sincero, descarnado a veces, pero que transmite la soledad y el sufrimiento de aquel joven por no poder hablar con nadie de sus sentimientos.
Si en Madre que estás en los cielos, la novela que lanzó a Simonetti a la fama, el escritor se pone en el lugar de su madre, en Desastres naturales (Alfaguara) trata de acercarse a la figura de su padre, todo “un desafío literario”, afirma el autor, dado que apenas hubo relación entre ellos. El microinfarto cerebral que el novelista sufrió en 2014 le sirvió en cierto modo para ponerse “en los zapatos” (así se dice también en Chile) de su progenitor, que falleció en 1993 tras padecer durante varios años Parkinson.
Su nueva novela es “la más masculina” de este autor que, sin él pretenderlo, se convirtió en “adalid número uno de la causa homosexual” en su país. Es un gran activista, pero su literatura no lo es: “Algunas personas me lo echan en cara, pero la literatura va por otras vías; en el fondo es un mundo de conocimiento del ser humano, no es la defensa de una causa”, dice el escritor en la larga conversación que mantiene con Zenda.
Simonetti estudió Ingeniería Civil en la Universidad Católica de Santiago y luego hizo un máster en Ingeniería Económica en Stanford. Vivir le resultaba “muy complicado” al joven ingeniero y aquellos “diez años de estudios” le permitieron esconderse “detrás de las matemáticas”, que siempre han sido para él “una búsqueda de la belleza”. En 1996 decidió dedicarse de lleno a la literatura. La afición a escribir le venía de niño, pero, luego, “con sumergir al Pablo gay”, sumergió también “al Pablo artista, al escritor”: “¿Cómo iba a vivir en mi mundo sin seguir sus reglas y sin cumplir las expectativas que mi familia tenía sobre mí? Después, cuando salí del clóset, o del armario, como se dice en España, floreció también esa otra cañería vital que estaba olvidada por el miedo, por el prejuicio. En el fondo, dedicarme a escribir fue como salir del armario por segunda vez”, dice este hombre atractivo, cordial y con una sonrisa que desarma a cualquiera.
Autor también del libro de cuentos Vidas vulnerables y de las novelas La razón de los amantes, La barrera del pudor, La soberbia juventud y Jardín, Simonetti suele reflexionar en su obra sobre “la intimidad, las relaciones de poder dentro de la familia y las relaciones de pareja o de amistades muy cercanas, de esas que, en el fondo, son como si fueran familia”. También le ha interesado “mucho esa frontera conflictiva entre identidad y pertenencia; hasta dónde perteneces, hasta dónde eres tú, y, si ser tú significa sacrificar tu pertenencia”.
– ¿Aquel viaje de tu infancia al sur de Chile fue fundamental a la hora de escribir Desastres naturales?
“Yo no tenía conciencia de que aquel viaje de mi niñez había sido tan importante para mí hasta que empecé a escribir esta novela y vi que se me imponía en la memoria. Cuando llevaba unas cuarenta páginas me di cuenta de que estaba hablando de la relación con mi padre, y eso fue fundamental porque volví atrás y lo reescribí desde ese punto de vista. Lo importante que ocurrió en ese viaje es que yo me sentí valorado por mi padre y sentí la pertenencia al grupo familiar. Es el único momento que yo atesoraba de cercanía con mi padre a lo largo de toda la vida”.
“Mi padre se parecía bastante al de Marco. Tenía un sentido de la disciplina muy grande, pero no era una cosa particular suya; era una idea general de la paternidad en aquella época. En aquellos años la idea de la disciplina era incuestionable, como lo era también la imagen del padre como proveedor, el que tomaba las grandes decisiones, y la madre era la que tomaba las decisiones domésticas”.
– Salvo en aquel viaje, siempre estuviste muy distanciado de tu padre. ¿Cómo has hecho para reconstruir la relación con él?
“Dada esa distancia existente entre ambos, yo no podía poner a Marco a interpretar al padre o a tener un narrador tipo ‘jamesiano’ que penetrara en la psicología del padre. Por eso, lo conté mediante estrategias periféricas a través de otros personajes, del efecto que tiene la muerte del padre en la familia, en la sociedad en que ellos viven; el efecto que tiene en los otros hijos, qué significa el poder simbólico de ese padre. Así pude construir el personaje sin traicionar la premisa de que Marco estuvo muy distante de su padre. Era muy difícil, literariamente era un desafío”.
“Hay varias veces en las que los hermanos mayores invocan al padre como una figura, como diciendo: ‘ese poder que él tenía está de mi lado, porque tú, Marco, estás fuera; tú ya no eres más un hombre de esta familia’, que esa era otra cosa, que mi familia no sólo era homofóbica, como la mayoría de aquella época, sino que también era misógina, en el sentido de que las mujeres estaban apartadas de los espacios de poder. Ese niño, que era un hombre, pero que era homosexual, es puesto inmediatamente en el lugar de las mujeres, y para una familia sexista esa actitud tiene un montón de consecuencias”.
– En la novela resultan muy duras las escenas en las que, tras la muerte del padre, los hermanos mayores de Marco le impiden entrar en la empresa familiar porque era gay.
“Así es. Y que el hermano mayor tuviera la justificación de decir que los compradores extranjeros no iban a comprarles más si se enteraban de que había un gay en el consejo de administración, cuando en realidad lo que pasaba es que el hijo mayor enseguida vio una oportunidad de dejar a su hermano fuera de la fábrica, porque de alguna manera se siente amenazado por su presencia”.
– ¿Cuánto hay de ficción en las primeras experiencias de Marco como homosexual?
“Hay mucha ficción en ellas, más que por pudor conmigo mismo, porque bastante impúdica es la novela (se ríe), por pudor con otros. En esa parte de la novela quise seguir la pulsión literaria, porque me parecía que lo más importante desde el punto de vista narrativo era sentir la fuerza que moviliza a Marco en estos encuentros, experimentarla como lector en primera persona, para que el lector comprenda cómo surge el deseo en Marco y hasta qué punto domina su vida. Y que al mismo tiempo sienta las situaciones de humillación, de postergación y de dolor a las que se ve enfrentado. Y cómo, una vez que acaban esas situaciones, él mismo se siente culpable. Todas esas escenas están hechas con el artificio de la literatura, con la voluntad de darles todo el relieve posible y puestas en lugares en los que sencillamente no estuve”.
“Después de publicarse la novela en Chile, me he juntado con mis compañeros de curso y ninguno me ha preguntado por esas escenas porque saben que no me acosté con ninguno de ellos, aunque en la novela aparezca como que acuesto como con cuatro (se ríe a carcajadas)”.
– ¿El hecho de ser homosexual te impidió durante un tiempo llevarte bien con tus antiguos compañeros?
“En un principio, cuando salí del armario, se produjo una distancia muy grande con mi antiguo mundo, por voluntad mía también, durante diez o doce años. Pero después, poco a poco, nos hemos acercado de nuevo y, además, por otra parte, toda la idea de la homosexualidad se ha normalizado mucho en Chile.
Yo, además, terminé por ser el adalid número uno de la causa homosexual, y algunos de mis antiguos amigos me apoyan y me animan a seguir adelante.
Yo fui el creador de la Fundación Iguales, que surgió por combustión espontánea, a raíz de una entrevista que me hicieron en televisión en la que hablé de la homosexualidad, y que tuvo una gran repercusión, no me preguntes por qué. A partir de ahí mucha gente se puso en contacto conmigo, hicimos una marcha a la que fueron 40.000 personas, frente a las 3.000 del año anterior”.
– La ley de matrimonio igualitario no está aprobada aún en Chile.
“Tenemos una unión civil, que es un contrato bastante bueno, porque considera la calidad familiar de la unión. Yo estoy unido civilmente con José Pedro (el pintor José Pedro Godoy, autor de la portada de la novela) y la sociedad nos reconoce como familia, pero no nos reconoce la posibilidad de tener hijos. Ese es un problema que solo va a solucionar, yo creo, la ley de matrimonio igualitario, que se acaba de presentar hace dos meses en el Congreso, pero como hay elecciones generales el 19 de noviembre, hay como una intención de no remover mucho el gallinero porque se politiza. Pasadas las elecciones, el tema resurgirá con mucha fuerza y esperemos que avance en el proceso legislativo”.
– Marco no le dijo nunca a su padre que era homosexual (“Mi padre se murió sin saber quien yo era”, afirma en la novela). ¿Tú sí se lo llegaste a decir al tuyo?
“No, tampoco. Nunca se lo dije por una situación muy parecida a la de la novela, porque mi padre estaba tan enfermo de Parkinson que no llegué a decírselo. Mi madre me aconsejaba también que no lo hiciera: ‘Si se lo dices a tu padre, se muere’, aseguraba ella. Yo se lo conté a mi madre primero, pero mi padre estaba ya en los últimos años de su vida, la enfermedad lo fue invalidando progresivamente. A los seis años de estar enfermo, mi padre ya era un fantasma de lo que había sido”.
“Y yo tenía miedo de contárselo, también tengo que reconocerlo, porque el padre era el que daba la pertenencia, el que daba los poderes, los bienes, el dinero, y yo, al igual que le pasó a Marco, tuve miedo. Te podían echar de la familia, desheredarte, y dada la estructura de poder que existía, podía haber sido muy duro, podía haberme convertido en un paria. O esa era al menos la fantasía que yo tenía, porque puede que no hubiera sido así”.
“Pocos años más tarde me fui a vivir con mi novio y me dediqué a escribir. Y tres años más tarde de la muerte de mi padre, publiqué una historia gay que leyó todo el mundo, y no pasó nada. Resulta sorprendente que, cuando me reconocí gay, le conté a mi madre y después le fui contando al resto de mis hermanos, y me enteré de que mi padre tenía dos primos hermanos gais, si no tres, y mi madre tenía uno, y nunca hablaban de ellos. Esa sensación de marginalidad, de discriminación, estaba presente”.
“Estamos hablando de los años de la dictadura de Pinochet, una época de muchísima represión de cualquier disidencia. La primera, y la más terrible, fue la disidencia política, que fue perseguida con una brutalidad inigualable: 200.000 exiliados, 3.000 muertos, 2.000 desaparecidos, y decenas de miles de torturados. Pero también hubo el establecimiento de un régimen de orden militar en la vida cotidiana. Hubo toque de queda durante trece años. Y también controlaban los modelos de hombre y de mujer. No había mucho espacio para la diferencia sexual o la diversidad cultural”.
– La dictadura chilena está contada en tu novela desde el punto de vista de una familia acomodada y conservadora, que al principio vio con buenos ojos el golpe de Pinochet, porque se restableció “la ley y el orden” tras el Gobierno de Allende. No es muy frecuente ese punto de vista.
“En la época de Allende había poca seguridad en las calles, porque había muchas protestas; hubo desabastecimiento, mucha inflación y se vivía con gran incertidumbre. Y eso es lo que hizo que la pequeña burguesía y la gran burguesía se rebelaran, políticamente hablando, aunque Allende tenía un apoyo de más del 40% el día del golpe”.
“Yo menciono la pequeña burguesía porque había profesores y empleados que también apoyaron el golpe, que fue respaldado por el 55 o el 60 por ciento de los chilenos. Pero muy pronto, el centro se dio cuenta de que se habían casado con el diablo. Otros, sin embargo, seguían velando por sus privilegios y preferían mirar hacia otro lado cuando se les hablaba de los cadáveres que aparecían en ríos y lagos. ‘Algo habrán hecho’, decía el padre de Marco. Esa frase se usó en Chile con un grado de responsabilidad muy grande porque finalmente se estaban justificando las muertes de muchas personas, las detenciones y las torturas. Y todo esto fue con el consentimiento de la Corte Suprema de Chile, que se alió con el Gobierno militar.
– ¿No te importa que se diga que tu literatura es gay?
“Yo estoy convencido de que hay una literatura gay como hay una literatura heterosexual, una femenina y otra masculina… Yo soy gay, y ¿por qué me va a molestar ese apellido? Hasta ahora fue estigmatizante, como también lo es en algunos casos hablar de literatura femenina. El que lo dice es porque tiene un prejuicio muy torpe y está diciendo que todo lo femenino es malo, es de segunda categoría o no es universal y dan por hecho que lo masculino es lo universal”.
“No me importa la etiqueta de literatura gay, porque me define. Yo creo que todos los escritores pueden hacer una literatura que puede llegar a ser universal, pero no lo van a lograr si es que se niegan a sí mismos, niegan su género y su condición, sus formas de vida. Yo escribo literatura gay tal como Pérez-Reverte escribe literatura heterosexual. Me define, aunque quien me pone esa etiqueta está tratando de sacarme fuera del campo de juego. Finalmente, es un juego de poder al que tan aficionado es el patriarcado. Es decir, lo universal es masculino y es heterosexual. Y eso es la mentira más grande. El 70 por ciento de la gente no respondemos a ese patrón patriarcal, entre las mujeres, la diversidad sexual, los pueblos originarios. Cada uno es como es y, como dice Eduardo Mendicutti, sería yo muy estúpido de no leer una novela de Javier Marías porque hable en ella de relaciones heterosexuales. Es igual de estúpido rechazar las novelas gais porque uno no lo sea”.
“Para mí ser gay es un privilegio, porque me ha dado una mirada y una cultura.
Desastres naturales es una novela con un personaje gay, pero ¿es una novela para gais? Yo diría que no, que lo es para todo tipo de gente. En cierto modo, yo he querido decir en mi novela todo lo que en aquellos años no se podía decir y sobre lo que ahora parece tan fácil hablar. Pero también es muy fácil perderlo”.
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