Alguna vez lo hemos visto en una película de yakuzas, o en un anime: Un local de luces brillantes, con una neblina casi perenne de humo de tabaco, donde filas y filas de hombres asiáticos (nunca mujeres) juegan incansablemente a algo que parecen máquinas tragaperras. Pero los juegos de azar están prohibidos en Japón…
…Y es que el pachinko (パチンコ) no está considerado un juego de azar, sino de habilidad. Una simple máquina recreativa que, aunque da premios, nunca son en metálico. A pesar de ello, los estudios indican que cerca del 10% de la población de Japón juega a él al menos una vez a la semana, gastándose cada año 171.900 millones de euros (algo menos del PIB de Nueva Zelanda en el año 2015). En los 10.000 locales dedicados exclusivamente a este juego que hay en todo Japón trabajan más personas que en las fábricas y concesionarios de los 10 principales fabricantes de automóviles del país, y se generan 30 veces más ganancias que en todos los casinos de Las Vegas juntos. No es de extrañar que sea un negocio controlado, tradicionalmente, por la Yakuza (la mafia japonesa, para entendernos)
Los orígenes del pachinko se remontan al siglo XVIII, en Europa, donde apareció una variante del billar llamada “bagatelle”, que se diferenciaba por tener un extremo de la mesa de juego redondeado, así como por carecer de troneras para meter las bolas. En su lugar el extremo semicircular presentaba nueve hoyos, uno en el medio del semicírculo y el resto rodeándolo uniformemente en un anillo. El hoyo central tenía el número nueve y los otros se numeraban del 1 al 8. Los jugadores debían golpear con el taco las bolas desde el lado cuadrado para tratar de hacerlas caer en los hoyos de mayor puntuación. En 1920 el juego (ya razonablemente popular en Francia y Gran Bretaña) fue importado a los Estados Unidos, donde cambiaron el uso del taco de billar por una palanca para impulsar las bolas, añadiendo clavos en lugares estratégicos para dificultar aún más el recorrido de las mismas. Bautizaron su invención como “Corinthian bagatelle”. Diez años después aparece la primera mesa de este juego en la ciudad japonesa de Nagoya (capital de la prefectura de Aichi, por si quieren buscarla en el mapa). Allí un genio anónimo tiene la brillante idea de acortarla, ponerla en posición horizontal en lugar de vertical y añadirle sonidos y luces de colores, a la manera de las máquinas tragaperras. Había nacido el pachinko.
Si usted desea probar suerte en una de las pachinko parlors (パチンコパレス), los establecimientos dedicados exclusivamente a este entretenimiento, primero deberá asegurarse de que puede entrar legalmente… No es broma, hay que tener 18 años cumplidos (algo bastante normal, por otro lado) y ser de nacionalidad japonesa o residente permanente en caso de ser extranjero. Si un turista se atreve a probar se expone a una fuerte multa, incluso a la retirada del visado y ser expulsado del país. Cosas de la ley japonesa sobre el juego, de la que luego hablaré. Aunque, todo sea dicho, suele haber cierta permisividad condescendiente, sobre todo en locales situados en las áreas turísticas.
Lo primero que hay que hacer al entrar en el establecimiento es comprar una buena cantidad de bolitas de acero de 11 milímetros de diámetro, que son las que se usan para jugar. Dichas bolitas se insertan en la máquina, y con un regulador con el que elegimos la potencia son lanzadas hacia abajo. La mayoría caen al fondo de la máquina y se pierden, pero si tenemos suerte (o habilidad al calcular la potencia de salida) las hay que van a parar a agujeros que dan premio. Un premio que consiste, única y exclusivamente, en más bolitas para seguir jugando. Si el jugador acumula grandes cantidades de estas bolitas puede hacer que se las cambien por un premio (nunca por dinero, eso está prohibido por la ley). Los premios dependen de la cantidad de bolitas por las que los canjeemos: desde un paquete pequeño de pañuelos de papel hasta electrodomésticos, pasando por lápices, paquetes de cigarrillos, encendedores o juguetes. Y luego está, claro, el “premio especial”. Una baratija de plástico, plateada o dorada, dentro de una caja de plástico transparente. Suele cambiarse por cada 400 bolitas ganadas. Con este premio, el jugador se va a una pequeña tienda que se encuentra al lado del local de juego, y allí se lo compran por 1.500 yenes (cada bolita, por cierto, se vende en el local a 4 yenes, y un yen se cotiza al cambio, hoy en día, a 0’0085 euros).
Así se vulnera la estricta ley sobre juegos de azar que impera en el código penal japonés: los juegos de apuestas y azar estaban (hasta 2018) rigurosamente prohibidos. Solo se podía apostar si eras japonés o residente permanente en el país (los visados de trabajo y turistas no lo permitían) y en competiciones de carreras, de caballos, de motos, de bicicletas, incluso de lanchas a motor. A partir del 2018 sí está permitido jugar a juegos de apuestas y azar en ciertos casinos situados en Osaka, Wakayama, Nagasaki y Hokkaido, bajo un estricto control: un japonés no puede entrar un casino más de tres veces en un periodo de siete días, y no más de diez días en un mes. Pero esto no se aplica al pachinko, ya que técnicamente el establecimiento no da premios en metálico, y el negocio que los compra, sobre el papel, es de otro dueño y no tienen nada que ver (nadie se lo cree, pero bueno).
Etiqueta a la hora de jugar al pachinko:
Si está ganando, no presuma de ello. Tampoco se enfade si pierde.
No hable con sus vecinos de juego. Están aquí para evadirse de su rutina diaria y para jugar, no para charlas (de todos modos, con el ruido ensordecedor que hay en estos locales, es difícil hablar, aunque sea a gritos).
No toque las bolas de los demás, ni deje que los demás toquen las suyas.
Si llevando su caja de bolitas de acero se le cae una al suelo, no la recoja: pida a un empleado que lo haga y se la lleve.
Si ha tenido abundantes ganancias, no cargue usted solo con cajas y cajas de bolitas, ni deje que se le vayan acumulando. Pulse un botón para llamar al encargado que las retirará (anotando cuidadosamente su número). Si no hay botón o está estropeado, llame su atención haciendo una equis con los brazos (nunca a gritos, por favor).
Y buena suerte… Que la va a necesitar…
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