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Foto: Manuel Llorente

(Para Rafael Sánchez Ferlosio)

No aprecio el caparazón que sin duda protege la larga y oblicua ladera acariciada por mis ojos; antes semejaba una niebla deshilachada que se fue desgajando según la mañana iba ahuecándose, como esos mirlos en abril antes de abrir sus picos. Ahora algo invisible hay que envuelve la tierra yerma de diciembre y no logro verlo, ni entenderlo, ni asirlo. Así que ando sumido en una zozobra que me inquieta en esta mañana de diciembre asabanada por nubes planas y lejanas que más que lluvia llevan llanto.

Ha de ser, me digo, el silencio que precede a la lluvia o antaño la llegada de las nieves, la tierra con la respiración encogida, la sospecha, la insinuación escrita en el aire. Me digo que podría tenderme sobre la piedra y el tomillo para acercar mi breve corazón y ceder el pulso a esta vereda sin nombre, aislada y bronca, arisca por la escarcha y la desesperación, abierta en canal esperando la promesa incumplida, el pacto roto como algunos trozos de ladrillo que vetean el amanecer junto a restos de una tejera abandonada.

"Ando sumido en una zozobra que me inquieta en esta mañana de diciembre asabanada por nubes planas y lejanas que más que lluvia llevan llanto."

Asciendo sin fe pero con el consuelo del esfuerzo para admirar unas cárcavas que alguien ha sugerido y que pueden ofrecerme el gozo escondido. Un enorme farallón de secano se alza mirando al oeste. Semejan las fauces de la proa de una carabela vista desde tierra. No son sino unas enormes heridas profundas en el vientre de una montaña huérfana que espera que algún día cicatricen.

Desde la cima contemplo las pendientes por las que un niño, quizá de nombre Raúl, se desnucó por acercarse demasiado a mirar lo que creía un nido coronando un hermoso espino y que sólo él pareció atisbar. Ni rastro de la criatura. Por estas lindes sí que me toparé más tarde con un pequeño jergón de plumas blancuzcas pero será en la vertiente umbría, en un recodo, cerca de donde un hilo de agua a esa hora sólo será un hormigueo de hielo.

"Los trallazos de tres disparos de una escopeta revolotean por el valle camino de las choperas de la cuenca de un riachuelo que serpentea un valle olvidado."

Los trallazos de tres disparos de una escopeta revolotean por el valle camino de las choperas de la cuenca de un riachuelo que serpentea un valle olvidado. Es el que conduce, mansamente, hacia una presa que en los quebrantos del siglo XIX fueron construyendo escuadrones de presos traídos hasta allí después de haber perdido alguna de las innumerables guerras carlistas. Hace algunas semanas di con esa enorme mole de piedra inútil que ahora parece un triste homenaje a lo imposible, quizá porque algunos de ellos debieron urdir para que, a saber cómo, el agua se deslizara por los intestinos de esa pared y diera al traste con el castigo que un gobernante con rango y rabia quiso infligir a aquellas almas en pena. Todos perdieron en aquella empresa descomunal, el uno sumido en la vergüenza y la venganza de los presidiarios, y los otros, cuyas vísceras, manos, quijadas y sueños cayeron al fondo del valle para gozo y gusto de los buitres que aún se enseñorean en estos días en que el año ha sido derrotado.

Foto: Manuel Llorente

Una mujer gigante desnuda tendida al aire, quizá dormida, quizá exhausta. Eso podría parecer otro ribazo hendido por un cauce seco. Hasta allí puede que llegue el aroma reseco y duro del enebro, mas no airecillo alguno. No sé si asisto a una lenta hecatombe que se resiste a morir. Tal vez en cualquier recodo aparezcan los babuinos mendicantes que se hubieran escapado de las páginas de quien paseó por estos pedregales sin más ánimo que el encontrar resuello para seguir viviendo. Sin embargo, una luz incierta que se escabulle de entre las nubes oscuras alumbra estas horas de calma y que pretendí de dicha.

"Una mujer gigante desnuda tendida al aire, quizá dormida, quizá exhausta. Eso podría parecer otro ribazo hendido por un cauce seco."

A dónde voy si he perdido la brújula de mis días. Qué pretendo hallar entre estas veredas sólo habitadas por una recua de cabras y un lejano y triste tintineo de algún cencerro de vaca que no adivino su origen. Pero sigo adelante, o hacia detrás, puede que en círculo. Ya he perdido la ilusión del latido de la mañana. Quizá haya llegado la hora en que me tienda entre la jara y la estepa como esa mujer descomunal que me pareció entrever hace horas contemplando las formas caprichosas de las nubes, ahora con trazas de niños correteando, luego como el rostro de perfil de una muchacha con melena al viento llamando a alguien.

Y me tiendo. Me dejo hacer por la mañana, por su secreto indescifrable, por la incertidumbre de un tiempo que ha perdido su compás. A la espera de un sueño que envuelva mi alma de algodón. Mas lo que percibo es un cosquilleo, como si la tierra tuviera un escalofrío, el que debió sentir Raúl antes de que se durmiera.

Foto: Manuel Llorente

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