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Paloma Bravo: «Escribir ayuda a poner nombres a las cosas, pero no cura»

Paloma Bravo: «Escribir ayuda a poner nombres a las cosas, pero no cura»

La escritora Paloma Bravo ha vuelto a nuestras librerías. La autora, que nos deleitó con La novia de papá, La piel de Mica o Las Incorrectas, regresa para emocionarnos con su historia más compleja y personal. La novela Una historia de amores, que acaba de editar Contraluz, más que una novela es una confesión.

A principios de 2021 fallecía Julián Bravo, padre de Paloma, uno de los grandes nombres de la publicidad en España, un hombre que reivindicó esta profesión, dirigió JWT —uno de sus buques insignias—, dio voz a los trabajadores del sector por medio de las asociaciones que, durante años, presidió.

Náufraga de un dolor que muchas veces no podemos vestir con palabras, Bravo se refugió en diversos textos para afrontar su duelo: Joan Didion y Julian Barnes fueron acunando la incredulidad y la pena, dando forma a la tristeza de esta poderosa pérdida.

Un buen día Bravo comenzó a escribir. Escribir para no perder, para permitir que su padre perdurase más allá de nuestra débil memoria. Y —al igual que la vida se vive dando saltos y el amor se disfruta a bocanadas— los recuerdos que Paloma hija tiene de su padre se escribieron en fragmentos. La novela que hoy nos reúne es autoficción, es una novela para vivir el duelo y amar la vida, es una carta de amor a su padre, un dejar ir para encontrar.

Nuestra Renata Adler contemporánea vuelve a las librerías con esta carta de amor, con esta misiva honesta y triste, escrita desde una alegría voluntariosa que ilumina su lectura. Nos reunimos con Bravo una tarde del recién iniciado otoño. Conversamos sobre su terrible pérdida, sobre este regalo inmensurable que acaba de hacer a sus lectores.

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—¿Es esta novela un acto de amor o un acto de valentía?

"He escrito como un acto de generosidad, de intentar dar a los demás lo que yo no he encontrado, porque todos vamos a pasar por esto"

—¡Qué pregunta tan difícil! Desde luego es un acto de amor. La valentía no la noté, la noto ahora cuando todo el mundo me dice «¡qué valiente!, ¡qué valiente!». Pienso: “¿Qué habré puesto?” (Risas). Sí que es verdad que la tercera vez que me lo han dicho he hecho el examen y me he preguntado si he escrito algo que me avergüence, algo que no debiera poner, pero creo que no. He escrito como un acto de generosidad, de intentar dar a los demás lo que yo no he encontrado, porque todos vamos a pasar por esto, y saber que no estás solo, saber que se sale, que cuando más abajo estás y crees que no se sale se sale. Y, sobre todo, saber estar, que es lo difícil. Todos creemos que vamos a estar a la altura de las circunstancias, pero cuando las circunstancias son largas es muy difícil seguir estando. Contestando rápido: seguramente si lo hubiera pensado bien la habría escrito, pero no la habría publicado.

—Dice en su novela que escribir sirve para acompañar. ¿Para qué sirve escribir, según Paloma Bravo?

—Escribir me sirve para pensar. Escucho a muchos escritores diciendo: “Escribo cuando tengo algo que decir”. Yo escribo cuando tengo algo que no sé o que me inquieta o que no acabo de entender. Es ahí cuando escribo. Escribir me permite hacer preguntas y, a veces, aunque no encuentres las respuestas, hacer las preguntas adecuadas sí te ayuda a estar mejor colocado en el mundo. Respuestas tenemos muy pocas, y los que las tienen las suelen tener equivocadas. Pero preguntarte las cosas correctas y saber nombrar los problemas o el dolor, saber poner nombre a las cosas que te duelen creo que sí que te ayuda a vivir.

—Esta novela presenta una escritura muy fragmentada. Cuéntenos cómo ha sido el proceso de escritura.

"En una situación tan difícil, tan dura, tienes momentos de luz, momentos de oscuridad y la vida son fragmentos"

—Fue lo que hice cuando mi padre enfermó y me di cuenta de que le adoraba pero que nunca le había escuchado bien, con lo poco que él hablaba. Cuando me di cuenta de que tenía ya un final empecé a tomar notas, no pensando en publicar sino pensando en poder recuperar algo de él, todo eso que yo no había escuchado suficientemente bien a lo largo de mi vida… apuntar lo poco que quedara. Cuando él murió y me reencontré con eso, yo seguía hecha puré después de tantos meses de enfermedad y acompañamiento, con el psicoanalista… empecé a tener sueños. Y me dije: «Igual lo tengo que recuperar, consolidar como un trabajo literario». Fue casi por quitármelo de encima. Por eso es fragmentado, porque viene de unas notas. Pero sí hubo después un trabajo literario y personal. Cuando se lo mandé a mi agente pensaba que iba a decirme: “Fenomenal, ya te lo has quitado de encima, ahora vamos a ponernos a otra cosa. Escribe ya, de una puñetera vez, una novela”. Sin embargo, lo que me dijo es: “Es maravilloso, me hace ser mejor persona”. De ahí vino la decisión de publicar. Quise mantener esa estructura porque no hay una linealidad. En una situación tan difícil, tan dura, tienes momentos de luz, momentos de oscuridad, y la vida son fragmentos. Hay una frase —no se de quién— que me gusta mucho, que dice: “No existe la amistad sino fragmentos de amistad”. Es un poco eso. El dolor es a trozos. Separar las cosas en trozos te ayuda, a mí me ayuda a abordar los problemas. También hay una obsesión que tengo: yo, que creo mucho en la lectura, en la importancia de la lectura, creo que a veces los escritores nos empeñamos en escribir largo y complicado, y todo el mundo vive como nosotros: con móviles, con interrupciones… Creo que el poder escribir así, en párrafos cortos, en fragmentos, permite respirar al lector y permite tener una relación mejor con los libros.

—¿Cómo fue el momento en que se dio cuenta de que tenía una novela entre manos?

—Cuando me llamó mi agente. Yo se lo mandé a finales de junio, sabía que ella estaba de vacaciones y pensé: “No me va a decir nada y en septiembre me dirá eso, que me ponga a escribir una novela”. Y me escribió un mensaje y luego me llamó, muy emocionada y entusiasta. En todo el proceso de la publicación he tenido infinitas dudas, pero cuando me di cuenta fue ahí, porque en el fondo un libro solo necesita a un lector. Con llegar a un lector ya basta. Aparte, obviamente, la opinión de Palmira es importantísima porque tiene muchísimo criterio, pero si has llegado a alguien ya tienes un lugar donde publicar.

—¿Qué van a encontrar los lectores que se aproximen a esta novela?

"A veces todos nosotros, como lectores, necesitamos poner palabras a las cosas que sentimos y no sabemos decir"

—Creo que van a encontrar un espejo. A veces todos nosotros, como lectores, necesitamos poner palabras a las cosas que sentimos y no sabemos decir. Se van a encontrar personajes con los que se pueden identificar y se van a encontrar un dolor que reconocen pero que, de alguna manera, está trabajado para que no duela tanto. Creo que también se van a encontrar mucha luz. Cuando consigues quedarte con lo bueno, al final vivir es querer. Vivir es querer a la gente. Si vives sin querer a nadie…eso no es vida. El ver reflejado en un papel un amor, tan pequeño y tan grande, como el que sentimos todos por nuestros padres tiene una parte muy consoladora.

—Esta es una escritura muy autobiográfica. ¿Escribir sana?

—No. Creo que escribir ayuda a poner nombres a las cosas, pero no cura.

—Dice en la novela que le lectura le abrió todas las puertas. ¿Es así?

—Leer me abrió a muchos mundos. Ahora que hay esta discusión sobre la lectura frente a lo audiovisual, es una discusión que yo tengo con mi hija. Creo que hay una cosa que te da la lectura, aparte de abrirte mundos, te ayuda a contarte. Cuando te sabes contar te sabes relacionar con el mundo, porque sabes explicar las cosas.

—Una novela muy diferente a las anteriores, tanto en trama como en estilo. ¿Por qué narrar esta historia ahora?

"Ahora que se viven tantísimos años es importantísimo que empecemos a poner foco, prioridades y recursos, en que se pueda envejecer con dignidad y morir en paz"

—Primero porque ahora creo que hay una parte de la literatura que es urgencia y es también una forma de poner el foco donde hace falta. Creo que la pandemia nos ha demostrado —aunque ahora se nos haya olvidado un poco— que teníamos completamente olvidados e ignorados a los mayores, aunque de vez en cuando hay picos como esta iniciativa de aquel señor, Carlos, “soy mayor pero no idiota”, los seguimos teniendo olvidados, están completamente despriorizados. Creo que ahora que se viven tantísimos años es importantísimo que empecemos a poner foco, prioridades y recursos, en que se pueda envejecer con dignidad y morir en paz.

—¿Qué herencia, emocional o ética, cree que ha recibido de su padre?

—Los valores son valores prácticos. Mi padre hablaba muy poco y nunca te decía lo que tenías que hacer, pero actuaba de una manera que era incontestable. La bondad, la integridad, la capacidad de escucha, el compromiso con la sociedad y con los demás. Es bestial, estos valores son una herencia, pero también una putada, porque te pone el listón muy alto y te obliga a plantearte: “Yo nunca voy a llegar donde está mi padre, pero siempre voy a querer intentarlo”. También un amor absoluto y un amor muy sano que te obliga —cuando tienes hijos— a intentar ser así, a no condicionar a tus hijos, a quererlos y a impulsarlos, dejarlos que sean ellos mismos. Pero, sobre todo, la integridad, la bondad, el compromiso con los demás, la cultura del esfuerzo… creo que son valores que necesita toda la sociedad.

—Si usted tuviera que ser recordada por un único texto, ¿preferiría que fuera por este?

—Preferiría, fíjate, que fuera por el obituario que escribí de mi padre. Es el texto que es lo que él era y lo que nos enseñó

—¿Qué libros ha leído o han sido sus referentes a la hora de escribir esta obra?

"Una sociedad, que vive con prisa y completamente volcada al éxito, abandona a los mayores porque es una batalla que se pierde"

—Estaba obsesionada, desde hace muchos años, cuando mis padres comenzaron a ser mayores, con los libros sobre el duelo. Hay dos que me impresionan mucho: El ruido en el tiempo, de Julian Barnes, y El año del pensamiento mágico, de Joan Didion. Mis referentes para esta novela han sido Una odisea: Un padre, un hijo, una epopeya, de Daniel Mendelsohn, la historia de un hijo que recibe a su padre y le da clases de griego y le acompaña —cuando su padre ya es muy mayor— por lo que él sabe, después de una relación complicada y otro libro que fue como un golpe en la mesa es Ser mortal, de Atul Gawande, un médico norteamericano que ahora ha sido nombrado asesor por Joe Biden. Es un libro que explica las necesidades de los mayores y cómo la medicina y la sociedad no llegan; una sociedad, que vive con prisa y completamente volcada al éxito abandona a los mayores porque es una batalla que se pierde. Entra un señor mayor al geriatra y es un paciente que —más tarde o más temprano— muere. Por perder esa batalla los apartamos. El libro no da una solución, pero plantea el problema de una forma que te da a entender que no lo estamos haciendo bien, no tanto los médicos, sino dónde tenemos el foco puesto como sociedad.

—¿Qué cree que habría dicho su padre si hubiera podido leer su novela?

—¡Qué difícil! Creo que no le habría gustado ser protagonista, era un hombre muy discreto. Creo que habría entendido la necesidad de contar ciertas cosas. Creo que lo habría entendido desde el compromiso y desde esa vocación que él tenía de enseñar, de dar herramientas.

—¿Quién fue Julián Bravo?

—¡Me vas a hacer llorar al final! Fue un señor tímido, educado en la austeridad más absoluta. Fue un hijo de la guerra, que nació en el 36, hijo de maestros que no tenían nada y que creía en el esfuerzo, en la modernidad y en la democracia y que, en su vida privada y en la profesional, hizo todo lo posible porque los que estuvieran a su alrededor tuvieran una vida mejor.

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