Paloma González Rubio, licenciada en Filología Semítica, fue durante un tiempo solista del grupo de música sefardí Simane, así como letrista de canciones de intérpretes populares de los años 80. Correctora, editora y traductora, en 2007 recibió el premio José Saramago de relatos. Es también autora de varias novelas para adultos y desde 2010 dirige el taller de narrativa del Centro Cultural Pedro Lorenzo. Junto a otros nueve autores construyó Aurora o nunca, un libro colectivo juvenil publicado por Edelvives, incluido entre los 200 títulos de la lista de honor OEPLI 2018. Su última novela, João, acaba de ser galardonada con el premio Alandar 2019.
—¿Quién es João?
—Joao es un niño al que conocí en el año 2007. Vivía con su madre a bordo de un velero. Lo conocí nada más que un día, pero le vi moverse como si fuese un acróbata por la cubierta y a través de los mástiles con una agilidad increíble y ya no pude olvidarlo. Luego, en un puerto, me contaron, a grandes rasgos, la historia: su madre estaba huyendo de la escolarización del niño; se había propuesto una vida diferente para ellos, fuera del sistema, a bordo de un barco. Fascinada, no dejé de darle vueltas, hasta que un día, en mi cabeza, le di un futuro a su historia, y así fue cómo nació João. Realmente, los personajes de este libro no son aquellos; lo que sucede en la novela es ficticio, aunque los hechos se sustenten en las historias y las vidas de otros niños y otras gentes que viven embarcados al margen del sistema.
—Pero, ¿ese colectivo existe de verdad?
—Sí, sí, el fenómeno de los vagabundos del mar es completamente real. Es un colectivo que tiene una variedad social idéntica a la que tenemos en la tierra: hay personas muy mayores que viven a bordo del barco a duras penas; hay personas que navegan solas o en pareja y hay familias que han huido del sistema con niños, unos escolarizados que aparecen en las redes y otros que no lo están y de los que nadie sabe nada.
—¿Cómo accediste a ese colectivo?
—El primer contacto con el colectivo fue precisamente el año de mi encuentro con João y su madre. Hace dos veranos (este ya es el tercer verano) me trasladé, por temas de trabajo, a una zona de costa y empecé a vivir largas temporadas en un puerto y navegando. Ahí fue cuando empecé a contactar. El tema se había vuelto para mí algo de muchísimo interés, y finalmente encontré a una persona que había vivido con ellos y que me facilitó las pistas necesarias para poder conocerles. Fue así como conseguí ponerme en contacto con algunas de estas personas, estar un rato en su barco, conversar, conocer sus historias… A medida que me iba trasladando por los diferentes puertos, iba ampliando esa red, conociendo a personajes singularísimos.
—¿Cómo procesaste esa realidad hasta convertirla en novela?
—En todo momento conté la verdad. Esas personas que me brindaban su tiempo, su memoria, e incluso algunos de sus secretos sabían que yo estaba trabajando en un proyecto literario entonces en construcción. Lógicamente nunca desvelaré nombres de personas ni barcos, ni de hechos concretos, pues la confianza que me otorgaron, el saber que tenían delante a alguien que jamás traicionaría su elección vital era una condición indispensable. También es verdad que esos nombres no eran imprescindibles para mi historia, pues la literatura se nutre de la vida, pero nunca es como la vida. Aun así, la novela seguía incompleta, pero el mar, una vez más, vino en mi ayuda. La navegación te permite vivir historias sorprendentes, y un día fui testigo de una escena que me horrorizó: un chico iba nadando, desesperado, detrás de un barco con un motor fueraborda. Un hombre, a bordo, no paraba de gritar su nombre —¡Miguel, Miguel!— riéndose y metiéndose con él. Me impresionó tanto la escena que quise fijarla en un relato que no publiqué. Sin embargo, esas dos historias de mar con dos chicos de la misma edad pero de vidas tan diferentes, con una relación con la navegación tan opuesta, quedaron flotando en mí. Poco a poco sentía que el encuentro entre ambos se iba haciendo cada vez más necesario, y fue cuando la novela empezó a tomar cuerpo. Me faltaba, sin embargo, el tono, así como un motivo poderoso que llevase la novela adelante, y eso lo encontré en una canción.
Sonríe, dulce, Paloma haciendo una pausa. Estamos en una de esas terrazas de Madrid a la orilla de una ruidosa avenida, con decenas de coches, motos, autobuses, taxis, bajando a toda velocidad por los cuatro carriles. La marquesina de cristal apenas nos permite sentarnos al abrigo del ruido atronador, pero Paloma no parece molesta. Al contrario; contempla el estruendo con los ojos entornados mientras lía un pitillo. Con su jersey a rayas y su piel morena, parece un capitán paciente esperando que amaine el temporal para adrizar el buque.
—La música y el mar. Tú estás vinculada personalmente a esos dos mundos. ¿Cómo han intervenido en esta novela?
—Bueno, yo sin música no puedo escribir. Es la que me da la temperatura emocional y sobre todo me ayuda a mantenerla para que no haya altibajos. El libro está vinculado a una serie de canciones que me guiaron por el clima que quería ir siguiendo a lo largo de la trama. Una música que, esta vez, necesitaba fuera pero también dentro de la novela. Por ejemplo, el protagonista, João, posee una especie de amuleto intangible que es una canción que su padre, al que nunca conoció, compuso una vez. La letra de esa canción la escribí yo, y ahora, milagros de la amistad y la literatura, tiene música gracias a un muy buen amigo mío, Rodrigo Domínguez y el grupo Mendoza. La canción se llama «La maldición», y se puede oír ya en Spotify.
—¿Cómo definirías esta novela?
—La definiría como un libro de descubrimiento por un lado, y por otro, de rebeldía, en el sentido de que yo quise crear a João como un “un buen salvaje” contemporáneo para, a través de él, poner en tela de juicio nuestro sistema de vida en tierra. Toda nuestra insostenibilidad, todos nuestros vicios. Es la de João una mirada que viene de la más absoluta inocencia, y a la hora de escribirlo pensaba también en mí misma cuando tenía la edad de él y en el futuro que aquella chica se había construido en su imaginación, tan diferente al que luego fue. Nunca creí que fuésemos capaces de darles a nuestros hijos esto… Lo que necesitaba con este personaje era volver a encontrar una forma de ideal; una forma de volver a aportar a los chicos algo puro contrapuesto a la realidad que nos rodea, que no es precisamente modélica. Me propuse un rescate de la pureza a través de la mirada limpia de un hombre de mar.
—¿Por qué crees que la gente del mar tiene esa mirada limpia que los de tierra no tenemos?
—Hay varias cosas en el mar que son… que hay que experimentarlas para saber después qué es lo que en tierra no nos funciona. En el mar abandonas la memoria. Es como si todo volviese a empezar desde el principio todos los días. La experiencia que tenemos los que vivimos en tierra con las relaciones sociales tampoco es válida en el mar, porque no sabes con quién te vas a encontrar ni con quién vas a cruzarte en el puerto ni con quién vas a compartir el pez que vas a pescar ese día. Eso te obliga a no tener prejuicios, a formar parte de una familia abierta. El mar, obligatoriamente, te quita los prejuicios. Y luego está un hecho fundamental: en el mar la felicidad no existe, pero la plenitud sí.
La novelista expulsa el humo de su cigarrillo, satisfecha con la estiba, pero yo necesito aún aclarar todavía un poco más el aparejo.
—¿Cuál es la diferencia?
—La felicidad al final consiste en atesorar cosas y correr a por la siguiente, pero el mar no te permite atesorar nada; no puedes arrastrar ningún lastre. Todo lo que vives en el mar, que es pleno, es un momento que se va a quedar en el recuerdo, pero no lo posees materialmente.
—¿Cómo definirías entonces esa plenitud?
—Lo que intento precisamente con esta novela es construir la definición de plenitud en la vida: el momento en el que te limitas solo a disfrutar, sin querer retener nada. Son cosas que en tierra sabemos o intuimos, pero vamos demasiado deprisa para pensar en ellas. Y el mar te impone otro ritmo, su ritmo; y tu armonía vital va a depender de cómo te adaptes a ese ritmo del mar, que es básicamente la supervivencia, pero es que en tierra nos hemos olvidado de que la supervivencia es fundamental.
—La sencillez con la que logras escribir las cosas complejas ayudan a que esta novela pueda considerarse también como una novela juvenil.
—Si te soy sincera, es la primera vez que no escribo para ningún lector. Tenía la historia en la cabeza y lo único que perseguí era contarla sin excesivas reflexiones, sin ser dogmática ni querer imponer una moraleja; y eso sí, desde el principio aparté la tentación de escribir la gran odisea sobre los vagabundos del mar .Quería que fuese una historia sencilla.
—¿Por qué crees que debe leerla un adulto?
—En João hay varios aspectos, sobre todo cuando él mira cómo vivimos, que nos hace reflexionar sobre el mundo que estamos dejando; el sistema enormemente alambicado de servidumbres que creamos y cómo ese entramado de seguridad que organizamos en torno a nosotros y nuestros hijos o posesiones para preservar cada pequeña cosa material nos está alejando de lo básico, que no es otra cosa que la consciencia del momento que vivimos. Los adultos que se la han leído me han dicho que en esta historia encuentran motivos de reflexión profunda.
—¿Por qué debe leérsela un chico?
—Porque los ideales que ahora mismo se les imponen a los chicos son completamente diferentes a los de João, el protagonista, que no está mediatizado por un mercado consumista ni por una publicidad avasalladora ni por la enorme cultura audiovisual que va forzando comportamientos, haciendo que poco a poco tiendan, como autómatas, a formar parte de un arquetipo. Porque es cuanto menos curioso y da qué pensar, el fenómeno de los chicos de ahora, que pasan de “necesitar un par de hervores” a “estar de vuelta de todo” en apenas unos años y siempre dentro de edades muy tempranas. Se ha perdido el valor de la inocencia y el valor del ideal, pero sobre todo se ha perdido la conexión con la realidad; el que los chavales sepan que tienen que ser responsables de su propia supervivencia. Les estamos alejando de todo eso, como si ellos no tuviesen responsabilidad de nada, ni siquiera de ellos mismos. En el momento en el que João se asombra de las contradicciones del sistema es cuando el lector lo ve con otros ojos. Yo quería prestar a los muchachos de ahora esa mirada, al menos durante el tiempo que durase la lectura de esta historia. Pero, independientemente de la edad del lector, lo que me gustaría es suscitar un diálogo que creo se hace cada vez más necesario, entre las distintas generaciones.
—Para escribir esta novela, ¿ha sido necesario conocer el mar; ser navegante, como tú eres?
—Sí. Absolutamente. De otra manera yo nunca hubiese sabido transmitir la experiencia del mar, porque conocer y hasta manejar el lenguaje náutico es útil, pero para construir una historia de mar, además debes comprender ese lenguaje.
—Un lenguaje que en esta novela también es metafórico.
—Estoy muy satisfecha de ese juego. La nomenclatura marinera es hermosísima y la aproveché para darle una utilidad simbólica, titulando y dando sentido a algunos capítulos: Derrota, resaca, triangulaciones, arrumbe, lastre…
—Y chinchorro.
—Sí, chinchorro además es como originalmente se iba a titular la novela, pero al final, João se fue apoderando de la historia hasta que se encaramó al título y ahí se quedó. Chinchorro es como llaman en el mar a João, y él mismo explica el significado de la palabra a Miguel, el “chico de tierra”, cuando le salva la vida. Chinchorro es el nombre de una embarcación pequeña, de remos, que sirve para salvar o salvarse. A mí me parece una palabra bellísima, antigua, de marineros, pero ahora empieza a ser sustituida por “auxiliar”, palabra horrible, aséptica e inexacta.
—Hay otra expresión marinera que atraviesa como una metáfora vital toda la novela: “A son de mar”.
—Cuando Miguel y su madre, que jamás habían pisado un velero, suben al de João y Belém, la madre de este, se asombran del orden extremo que reina en un espacio tan reducido, donde además están viviendo dos personas. Belém les explica: “Todo está ordenado a son de mar. En tierra a las casas no se les mueve el suelo y si olvidas poner algo en su sitio, estás segura de que lo encontrarás donde lo dejaste, pero en el mar no es así. Cada cosa fuera de lugar es un peligro en potencia. La vida a bordo exige una disciplina de orden muy dura”. Vivir a son de mar es tener como herramientas la disciplina y el orden, y no como imposiciones, sino como aliados para la supervivencia. Creo que en tierra eso se ha olvidado, y es casi tan importante como en el mar.
—¿Qué te trajo al mar, la vida o la literatura?
—Me trajo la vida, pero aquí encontré razones para la literatura.
—¿Cuáles son tus lecturas del mar favoritas?
—Me interesan, más que del mar, las lecturas del agua.
—¿Del agua?
—Si. Yo no empecé con los grandes clásicos tipo Moby Dick; mi interés se centraba en otros enigmas, como los relatos de Penelope Fitzgerald o Los diarios del agua, de Deakin, que precisamente acaba de editar Impedimenta. Luego, claro, uno ha de pasar por Mellvile, Stevenson, Conrad o Pérez-Reverte, cuya Carta esférica me pareció una novela magnífica de mar y de descubrimiento.
—Y en general, ¿cuáles han sido tus libros de cabecera?
La edad de hierro, de Coetzee, para mí fue la novela que me mostró que un libro te puede cambiar la vida. También los relatos de Alice Munro, por cómo me enseñaron a mirar las cosas. Pero hay muchísimos más…
—¿Y para escribir João ha habido algún libro en el que te hayas apoyado de manera especial?
—No. Pero sí hubo una premeditación sobre dos elementos que quería tener muy claros al abordar la novela: uno era la voz narrativa: yo quería que el que contara la historia fuese un “narrador testigo”, que es complejo de manejar para el escritor, pues se trata de una voz que, a diferencia del narrador omnisciente, no conoce la totalidad de los hechos, sino que los va descubriendo casi a la vez del lector y eso le obliga a narrar con un cuidado extremo para no desvelar más de lo oportuno. El otro de esos elementos era ser capaz de escribir una historia de amor.
Me mira la novelista, sonriendo ante mi silencio expectante.
La base de toda gran historia de amor —continúa— es la imposibilidad, es decir, aquello que separa a los amantes. Ahora mismo, en el mundo que hemos montado, ya no hay obstáculos: la cultura no es un obstáculo, la distancia no es un obstáculo, no es un obstáculo la diferencia de clases sociales… Parece que hemos abolido la imposibilidad, y realmente lo que hemos hecho es eliminar la única posibilidad de generar grandes historias de amor. Para João busqué y encontré un obstáculo que realmente sí era insalvable: el mar.
—Sin destripar la novela, tengo que preguntarte por qué elegiste ese final.
—Yo tenía claro el final desde que empecé a escribir la historia. Iba hacia él de manera inevitable porque, mira, el protagonista es un ser absolutamente libre y para la libertad hay que pagar un precio; disfrutarla impone, como casi todo, una servidumbre.
—Antes de hablar de tus proyectos futuros me gustaría que me contaras ese singular proyecto pasado: La novela Aurora o nunca.
—Esa novela fue un soplo de aire fresco. Yo venía de escribir novela de adultos y de moverme por ese “ambientillo” literario, y en él uno tiene la sensación de que todo está hecho, que todos los caminos están marcados y nada innovador es posible. Con Aurora o nunca me encontré con un grupo de gente entusiasta, sin prejuicios, con muchísima generosidad y sin ningún ego. Con ellos me puse a trabajar en un proyecto que muchos escritores habían intentado sin éxito: la creación de una novela colectiva. Fue un camino largo, pero al final lo logramos; parimos Aurora o nunca y demostramos que realmente no todo está hecho en literatura. Hay otras formas de escribir: con la historia como elemento que ordena y manda obligando al escritor a supeditarse a ella aplicando su talento, su experiencia y su imaginación. Ese experimento generó además una doble satisfacción: por un lado, el galardón de ser incluida en la prestigiosa lista White Ravens 2018, pero sobre todo el haber generado la “comunidad de aurorianos”, que desde entonces somos uña y carne.
—¿Y el futuro próximo?
—Pues además de un nuevo proyecto auroriano en el que ya estamos embarcados, en septiembre se publica la novela Antípodas, también juvenil, anterior en su escritura a João, y voy a entregar (ya está terminada) otra novela de adultos; una historia real basada en un episodio ocurrido entre Gustav y Alma Mahler que he extrapolado para traerlo al presente. Habla de los caminos de la mujer frente a la protección masculina primero y el abandono después. En cuanto a escritura, estoy de lleno volcada en un ensayo novelado sobre los vicios del turismo vacacional. Como gestora de alojamientos vacacionales, estoy muy vinculada profesionalmente a todo ese mundo que se nos viene encima y que es tremendo. Me alejo, tal vez, de mi mundo literario, pero realmente necesitaba reflexionar por escrito sobre toda esa barbaridad (en el sentido etimológico primero de la palabra bárbaro).
Me ha gustado mucho este libro me ha parecido muy entretenido. ¿ Qué te inspiró a escribirlo?
El libro es muy bueno y me engancho al momento ¿ Cuánto tardaste en escribir el libro?