Yuri Santacruz, el protagonista de Últimos días en Berlín, o sea, la última novela de Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962), cambia el infierno combustible y brutal de la Revolución Rusa por el terror incipiente del nacionalsocialismo implacable que acaba de alcanzar el poder en Alemania. Pretende la escritora, licenciada en Derecho y Geografía e Historia, alertar contra el horror al modo de Primo Levi: “Ocurrió. Y puede volver a ocurrir”. La finalista del Planeta no se fía de los bárbaros —ni de los rebaños— y considera que la democracia europea, el Estado de derecho y demás derivados no son entes infalibles. “Es necesario —cuenta a Zenda— que la sociedad tenga una base de humanidades, que pueda conocer su pasado”. Conversamos con la autora en la bonita azotea madrileña donde entrevistamos a Carmen Mola, pero con un par de grados menos.
—Señora Sánchez-Garnica, ¿el sueño de la razón produce monstruos?
—Mmm… los sueños nunca producen monstruos. Son las pesadillas, en todo caso.
—En su primera novela, El gran arcano, reflexionaba sobre las verdades absolutas de la religión; en Últimos días en Berlín, desnuda las de los totalitarismos.
—En el primer libro que escribí, tenía la necesidad de cerrar una crisis sobre las ideas instaladas en mi mente, desde mi nacimiento, sin contar con mi opinión. Tenía la necesidad de establecer una distancia y de reconciliarme conmigo misma. Y lo conseguí. En esta, indago en unas verdades, en un pasado que significó una quiebra moral del ser humano como tal, que llevó al horror de la II Guerra Mundial y a lo que trajo aquello.
—Hay una corriente general que demoniza –con razón, no lo discuto– a Stalin y santifica o, cuando menos, relativiza a Lenin. Cronológicamente, su novela arranca en la Petrogrado de 1921. Y el escenario reflejado no es, precisamente, idílico.
—A Lenin no le dio tiempo a hacer tantas barbaridades como a Stalin, que estuvo hasta 1953, cuando murió en su cama. La diferencia es esa. A Lenin también se le pone como un intelectual y yo creo que no era tal. Al menos, hay algunas biografías que no lo ponen como tal. Vivía de su madre, quería cambiar el mundo y, en lugar de cambiarlo, lo destrozó. El paraíso futuro del que hablaba nunca llegó y llevó a la destrucción de una sociedad que necesitaba cambios, pero no destrucción.
—Rebobinemos. Últimos días en Berlín arranca con la siguiente cita de Zweig: “Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época”. Posteriormente, el protagonista, Yuri Santacruz, ingenuo, le dice al abogado Hans Litten: “El pueblo alemán no caerá en esa trampa –la de la revolución totalitaria–. Esto no es Rusia. Alemania no lo permitirá”.
—Es el peligro de una sociedad no leída o poco leída. Es necesario que la sociedad tenga una base de humanidades, que pueda conocer su pasado. Una base cultural para que pueda tener un diálogo con ese pasado, conocer lo que ocurrió para no cometer los mismos errores. No quiero decir que todo el mundo tenga que tener una carrera universitaria. No es eso. Simplemente, que la gente pueda acceder de forma libre y sistemática a un instrumento que tenemos a nuestro alcance, que es la lectura, para formar ciudadanos libres, con criterio, con opinión y difíciles de manipular.
—Desde entonces, la fórmula que emplea Yuri con Litten se ha repetido en no pocos lugares. El más reciente, quizá, sea el caso de Venezuela: “El pueblo venezolano no caerá en esa trampa. Esto no es Cuba”.
—Y toma. El peligro siempre existe. Hay una frase de Primo Levi, referente al horror del Holocausto que él vivió, y es: “Ocurrió y, por lo tanto, puede volver a ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar”. No estamos exentos de los males y de las tragedias que han sucedido en el pasado. Pueden suceder de otra manera o con otros medios, pero con los mismos resultados terribles que se vivieron en el pasado… y que se viven en la actualidad: no todo el mundo es la sociedad occidental, con el Estado democrático y de derecho. Entonces, deberíamos estar siempre alerta, siempre en guardia, para no caer en el buenismo social. En nuestra sociedad, tan acomodada, tan bien estructurada, tan avanzada y democrática… no pueden quitarnos los derechos que tenemos, las libertades, la capacidad de decidir sobre nuestro futuro. Eso no puede pasar.
—En su novela, ¿el NSDAP es un refugio de mediocres? El marido de Brenda es un calzonazos alcohólico; el padre de Claudia, un cardiólogo vulgar; el hermano, Franz, aparece descrito como “perezoso, impulsivo y superficial”, “un botarate”…
—Al principio, Hitler, más que inteligente, fue muy listo, muy sutil, y se supo ganar a todas las franjas de la sociedad. Incluso, a partir del año 33, hubo muchos comunistas convencidos que se apuntaron al partido nazi, simplemente, para salvar el pellejo. Los obreros de las fábricas, los empresarios, los comerciantes… vieron en Hitler no sólo el salvador de la patria, sino el salvador de su sector. Y eso les convenció en un principio. Hitler iba dando pasos muy pequeños, muy despacio, para saber cómo reaccionaba el pueblo. Si veía que se le iba un poco de las manos, recogía y luego volvía otra vez. Su locura antisemita la fue metiendo poco a poco. Y hay que pensar que la sociedad alemana, igual que el resto de Europa, era muy antisemita, lo que pasa es que no todos los países querían cargarse a los judíos como lo quería hacer Hitler. Y lo dijo y lo escribió en Mi lucha, en 1925. Entonces, al partido nazi se fueron apuntando primero los que le consideraron el salvador de su sector y de la patria, y luego se fueron apuntando los que se dejaron llevar por esa propaganda arrolladora, esa sensación de decir “si no estoy en el grupo, estoy fuera y puedo tener problemas”. Porque los que no se apuntaron tuvieron problemas, y cada vez más. El miedo en los totalitarismos es una herramienta importante: el miedo a ser señalado, a ser detenido… Eso se da tanto en el nazismo como en el estalinismo: el manejo de la sociedad a través del miedo, de ser vigilado.
—En Últimos días en Berlín son claves los, digamos, Poncios Pilatos: aquellos que se lavan las manos, que se ponen de perfil. Leyendo su novela, da la sensación de que los nazis alcanzaron el poder porque no hubo una resistencia efectiva.
—Ten en cuenta que la disidencia, o sea, los que estaban en contra del nazismo, primero no hicieron nada. Y luego, tuvieron la capacidad de unirse para ir contra aquello. No sólo estaban los policías o los servicios secretos de la Gestapo: se estableció un sistema de delación en la vecindad, entre los compañeros de trabajo, entre los amigos, para determinar quién era quién y qué hacía cada uno. Entonces, ese miedo que se implantó les impidió unirse y, si disgregas al enemigo, te lo cargas.
—Alguna vez le he escuchado decir que escribe para aprender. ¿Qué ha aprendido escribiendo su última novela?
—Que hay que estar alerta. El Estado de derecho que tenemos, las libertades que tenemos, la capacidad de decidir como individuos, nuestra libertad, nuestra forma de actuar y de vivir la vida, son cosas que nos pueden quitar en cualquier instante. Para eso, necesitamos los libros y ser conscientes de que no podemos ser una sociedad vulnerable porque, como te he dicho, nos pueden quitar todo en cualquier momento. El peligro siempre existe.
—¿Y si la gente no quiere prevenirse? Jesús Quintero dice que los analfabetos de hoy son los peores porque, en la mayoría de los casos, saben leer y escribir, pero no ejercen.
—Hoy escuché a Mario Vargas Llosa en su discurso de aceptación del Nobel decir que lo más grande, lo mejor que le había pasado en la vida, es aprender a leer. Ahora mismo, la cultura está al alcance de todo el mundo porque la mayoría, el 90 ó el 95%, no sé en cuanto estará, de la gente aprende a leer. Otra cosa es que utilices ese aprendizaje. Es decir, eso te puede abrir una serie de puertas tan enormes, tan fascinantes… pero depende de ti. Si no lo quieres hacer… Dicen: “Los libros son muy caros”. Bueno, tienes bibliotecas, y bibliotecas muy buenas, y libros de segunda mano, y libros de bolsillo… Eso no es una excusa. “Es que no tengo tiempo”. Fíjate en el tiempo que dedicas al móvil. Sin embargo, durante la pandemia, la gente ha vuelto al libro. Decía Irene Vallejo que hemos sido como un Quijote, pero al revés: los libros nos han salvado durante la pandemia. Las librerías pequeñas lo han pasado muy mal, pero lejos de pensar que iba a ser una crisis para el libro, al contrario: la gente ha vuelto a la lectura. Por lo tanto, siempre hay esperanza en que la lectura capte a la gente. Más que la sociedad en sí, me preocupan estos sistemas de educación que quieren acabar con las humanidades.
—Se han cepillado la Filosofía de la ESO.
—En base a que todos tenemos que ser especialistas en algo. Tú especialízate, pero primero tienes que saber de dónde venimos a través de la Historia y de la Filosofía. ¿Cómo no vas a estudiar Filosofía, que es la historia del pensamiento? ¿O la historia de la literatura? No sé, me da mucha pena la gente que no lee o que lee muy poco.
—Por cierto, ser finalista del Premio Planeta conlleva…
—Un reconocimiento, una gratitud, un motivo para celebrar y una posibilidad de llegar a muchísimos lectores a los que, de otra forma, no podría llegar jamás. Luego, desde el 15 de octubre, he recibido tanto cariño, he hecho tan feliz a gente muy cercana a mí, a mis hijos, a mi marido, a mis hermanos, a mis amigos… ¡Eso es tan bonito! ¡Es impagable! Hay que celebrar la vida.
—¿Y ser finalista del Planeta de Carmen Mola? ¿Considera excesiva la polémica generada en torno a ellos?
—Como dicen ellos: no está mal que se debata. Pero es todo más sencillo de lo que se está hablando: son tres chicos, que cada uno escribía por su cuenta, se plantean hacer una novela juntos y dicen: “Bueno, poner tres nombres en una portada es imposible”. Buscan un seudónimo de la forma más normal, y es así de sencillo. “Tres hombres que se esconden detrás de una mujer…”, ¡no, no! Si a mí no me gusta que me identifiquen por ser una mujer, y que me digan, entonces, que escribo para las mujeres y tal… No: métete en mi novela sin pensar si me llamo Paloma o Paco.
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