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Pamela Courson encuentra el cadáver de Jim Morrison

Pamela Courson encuentra el cadáver de Jim Morrison

Otro tres de julio, el de 1971, hace hoy 53 años, en el tercer piso de la rue Beautrillis, en el barrio parisino de Le Marais, ya avanzada la mañana, Pamela Courson se despierta con mal cuerpo. Es lo que queda de la ebriedad —acaso estupefacción— de la noche anterior. Pero hay alguien en casa que tiene el cuerpo peor aún: al entrar en el baño se encuentra a su chico muerto en la bañera. Pamela es una conocida heroinómana. Tanto es así que hay quien dice que está dedicada a ella «The Needle and the Damage Done» (La aguja y el daño causado), la canción alusiva a la toxicomanía que Neil Young grabó en directo el pasado mes de enero. Cuando el tema en cuestión se incluya en Harvest, el álbum de Young del año que viene, el novio de Pamela será un mito del rock, de la contracultura y de ese afán por la autodestrucción que a veces turba al ser humano. El chico de Pamela Courson, ahora ese cadáver bonito que yace en el baño, no era otro que Jim Morrison.

Pese a que el sentimiento que les unió fue libre para ambos, a decir del ya finado, por muchos líos al margen que tuvieran, por muchos amantes furtivos, eran “almas gemelas, un amor cósmico”. Lo eran desde que se conocieron en The London Fog, un club de Sunset Strip —en los aledaños de Sunset Boulevard, allá en Hollywood— donde ella iba a escuchar rock todas las noches. The Doors, el grupo que Morrison fundó junto al organista Ray Manzarek en 1965, aún despuntaba. ¿Cómo imaginar entonces su vertiginosa carrera? Stranger Days (1967), Waiting for the Sun (1968), The Soft Parade (1969) y el resto de sus álbumes de estudio se sucedieron entre aplausos, escándalos y delirios para conformar la banda sonora de una época. Francis Ford Coppola —compañero de Morrison en la escuela de cine de la Universidad de California Los Ángeles— elegirá «The End», la última pieza del primer elepé de la formación, titulado The Doors (1967), como un tema primordial de la banda sonora de aquella temporada en el infierno, puesto a poner música en su Apocalypse Now (1979) a aquel tiempo, aquellos días extraños, que también fueron los de los bombardeos estadounidenses con napalm en las junglas del sudeste asiático. Aquella mañana como la de hoy, pero de hace ya 53 años, fue el final de Jim Morrison.

"Pamela lo sabe y nada mejor, ante este afán de ser un poeta maldito en lengua francesa, que dar tierra a los restos de Jim en el más legendario de los cementerios parisinos"

Antes de que acabe el verano del 71 algunos de los primeros fanáticos de la formación ya bailarán sobre la tumba de su singular vocalista. Pamela lo dispondrá todo para que Jim sea enterrado en el cementerio del Père-Lachaise. Ella mejor que nadie sabe que la primera y más genuina vocación de su chico fue la poesía. Antes que uno de los cantantes de rock más arrebatadores de la historia —y eso que el ritmo del diablo ha dado unos cuantos—, Jim Morrison quiso ser poeta. Pero no uno de esos poetas de premios y subvenciones. Quiso ser un poeta maldito como Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire. Pamela lo sabe y nada mejor, ante este afán de ser un poeta maldito en lengua francesa, que dar tierra a los restos de Jim en el más legendario de los cementerios parisinos: el del Père-Lachaise, la necrópolis más literaria del mundo.

La joven viuda —aunque él declaró estar soltero parece ser que se casaron por algún extraño rito— no muestra, ante el cadáver de su chico, esa indolencia de otros yonquis ante los que ven morir tras chutarse por última vez junto a ellos. Pamela recuerda los más encendidos versos que el ya difunto le dedicó en vida, aquellos incluidos en L. A. Woman (1971): “Veo que tu cabello arde, / las colinas se incendian. / Si te dicen que nunca te amé sabrás que mienten”.

"Desde luego, para lo que estaba preparado su subconsciente era para traspasar esas puertas de la percepción a las que aludía el nombre de The Doors"

Y también sabe que para Jim siempre fue mayor la atracción del abismo que los goces de esa vida desahogada y tranquila que a quienes saben apreciarla puede proporcionar el éxito. Morrison, estudiante de cine, letraherido y biblioencandilado desde que se le recuerda, letrista, por tanto, antes que vocalista, fundó la banda para musicalizar sus versos. Mientras la formación funcionó publicó un par de libros de poemas: Las nuevas criaturas: Notas sobre la visión (1968) y Los señores (1969).

«El nacimiento del rock and roll coincidió con mi adolescencia, mi entrada en la conciencia. Fue una verdadera conexión en ese momento y después» —declaró en una célebre entrevista, ya convertido en un mito—. «Aunque no pude permitirme fantasear racionalmente para hacer ese vínculo yo mismo. Supongo que todo ese tiempo estaba inconscientemente acumulando información y escuchando. Así que cuando por fin sucedió, mi subconsciente lo había preparado todo».

Desde luego, para lo que estaba preparado su subconsciente era para traspasar esas puertas de la percepción a las que aludía el nombre de The Doors, en referencia a un célebre ensayo de Aldous Huxley sobre la mezcalina. Los alucinógenos, como esta última, fueron su droga más frecuente. Aunque, desde luego, no fueron la causa de que hace 53 años su vida se extinguiera.

"Pamela Courson iría al encuentro de Jim Morrison merced a su último pico. Desde entonces los dos cabalgan junto a los jinetes en la tormenta, que no son otros que los jinetes del Apocalipsis"

No acaba de estar claro qué fue lo que llevó al hoyo a Jim Morrison. Sí sabemos que el origen de sus escándalos en el escenario hay que buscarlo en su poesía, que modificaba sobre la marcha dependiendo de su estado de embriaguez. Topó con la policía por primera vez en el Whisky a Go Go, otro club de rock de Sunset Strip. Esa noche parafraseaba a Sófocles, su Edipo rey. Para escarnio de los defensores del orden público se refirió al parricidio de su progenitor y al incesto con su madre. Aquellos fueron los primeros problemas que tuvo con la ley. Los últimos, imaginando que acabarían por llevarle a la cárcel, le llevaron al exilio parisino, la ciudad de los poetas malditos.

Tres años después, Pamela Courson iría al encuentro de Jim Morrison merced a su último pico. Desde entonces los dos cabalgan junto a los jinetes en la tormenta, que no son otros que los jinetes del Apocalipsis. Los dos murieron con 27 años, lo que mucho tiempo después, cuando Kurt Cobain se quitó la vida a esa misma edad, llevó a su madre a hablar por primera vez un singular club de muertos prematuros que, por una u otra razón, dejaron el mundo de los vivos en su vigésimo séptimo año. Así se escribe la historia.

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